viernes, 25 de agosto de 2017

Libertad y Soberanía: fundamentos de la intervención


Isaac Villamizar
La oveja siempre temerá al lobo y la ardilla estará entre las ramas de los árboles huyendo de los depredadores. Es un desempeño natural, repetido durante millones de años. El ser humano, al contario, elige su propio camino, lo escribe con sus propios matices y particularidades y lo recorre con la misma libertad con el que lo concibió. Así se desarrolla y va dejando huella. Lo que caracteriza a la libertad  es el poder de dirigir y dominar los propios actos, la capacidad de proponerse metas y dirigirnos hacia ellas. Libertad personal es el autodominio con el cual los seres humanos gobernamos nuestras acciones. Libertad y poder son dos fenómenos estrechamente ligados. No se puede ejercer el uno sin el otro. Libertad nos ubica en la situación, circunstancias o condiciones de quien no es esclavo, ni sujeto sojuzgado, ni impuesto al deseo de otros de forma coercitiva. Ella permite a alguien decidir si quiere hacer algo o no. Al tomar esta decisión entran en juego dos facultades humanas: la inteligencia y la voluntad. La voluntad elige lo que previamente es conocido por la inteligencia. Antes de elegir, el hombre delibera. En su mente circundan escenarios, posibilidades, consecuencias, con sus ventajas y desventajas. Entonces toma una decisión por alguna opción. No es ella misma la que obliga a tomarla, sino que el ser humano, con su voluntad, la convierte desde una posibilidad en acción concreta. 
El individuo posee un derecho natural de ser libre. Así lo reconoce la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Es el primer principio de este postulado: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.”. Y además se complementa con el Artículo 4: “Nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre. La esclavitud y la trata de esclavos están prohibidas en todas sus formas.” Ya lo dijo Séneca: “¿Qué es la libertad? No ser esclavo de nada.”
Sin embargo, la libertad no es absoluta, porque el ser humano no es perfecto. Su limitación es triple: física, psicológica y moral. Si la libertad fuere absoluta habría que comenzar a temerla como prerrogativa de los demás. Es aquí cuando la libertad se examina desde diferentes ámbitos, principalmente contextualizada en lo sociológico, en lo filosófico, en lo político y en lo jurídico. Si revisamos la libertad en derecho, parecería que las leyes humanas son el principal enemigo de la libertad. No es así. Porque si la libertad no estuviere regulada como norma, la alternativa sería la ley de la selva. Tampoco proviene la libertad de lo espontáneo. Ella es justamente la negación de la espontaneidad. Ya lo hemos dicho, la libertad es el producto del dominio de la razón y de la voluntad. Espontáneamente podemos asumir una conducta errónea, pero sólo somos libres cuando entre el estímulo y nuestra respuesta interponemos un juicio de valor y decidimos en consecuencia. Y si convertimos este proceso en una actitud, realizaremos actos libres que nos enaltecerán como persona. Si libremente hemos optado por algo perjudicial, esa mala prueba es evidencia de una deficiencia al no haber advertido, previsto o avizorado el mal o no haber querido con suficiente fuerza el bien. En ambos casos, la libertad se ha ejercido defectuosamente y el acto resultante es malo.
Ahora bien, todo acto libre es imputable, atribuible a alguien. El sujeto que lo realiza responde por él. Los actos pertenecen al sujeto porque sin su querer no se hubieren producido. Si la libertad es el poder de elegir, la responsabilidad es la aptitud para dar cuenta de esas elecciones. Libre y responsable son también dos conceptos paralelos e inseparables. Cada persona es responsable ante sí mismo y ante la sociedad. Y ello es así porque sus actos libres pueden afectar a terceros. Es aquí cuando debemos asegurar que no sólo responde el propio agente libre de sus actos, sino que también son responsables quienes no aseguren o garanticen la libertad como un derecho y estén obligados a ello.
En principio, entonces, la libertad no sólo es atribuible a personas naturales, sino también a naciones. Confluyen aquí motivaciones sociológicas, políticas y jurídicas. Las naciones también son libres. Esa idea de libertad, como Nación, fue ampliamente cultivada con la ilustración y la revolución francesa. Las naciones empiezan a reclamar su propia potestad para definir su destino, para escoger su régimen político, para ejercer su propia autoridad.
En la concepción política-jurídica, las naciones poseen autodeterminación. Y la ejercen a través del Poder Político. La fuente del poder, entonces, no eran las características del poderoso sino únicamente la voluntad de los súbditos que le dejaban tener el poder. Esta idea llevó al convencimiento de que el verdadero poder nacía de la masa de súbditos, el pueblo, y éste debía tener la capacidad de delegar tal poder en quien le placiera y en las condiciones que considerase más apropiadas y durante el tiempo que creyera conveniente. Surge la concepción de la soberanía popular. El Poder Político implica la elaboración de unas reglas mínimas indispensables para la convivencia social. Constituye el imperio jurídico y político que poseen los órganos de gobierno para ejercer en forma eficaz, mediante la coactividad, las acciones y las competencias que le son conferidas por la Constitución y la ley. Estas normas constituyen el límite y fundamento de ese imperio del poder. Pero tal como lo sustentó Maurice Hauriou, el poder es la libertad soberana, ejercida a través de los órganos constitucionalmente establecidos. El poder es conferido a los órganos del Estado por la voluntad y consentimiento de sus habitantes. Y lo hacen porque están conscientes que el fin del bien común lo amerita. Sin embargo, quienes ejercen ese poder son detentadores transitorios del mandato que se les otorga por un tiempo establecido. De aquí que Georges Burdeau señala que no es el poder el que crea la obediencia, es nuestro espíritu el que, consciente de la necesidad del orden, crea el poder.
Al igual que la libertad puede conducir a malas decisiones y a responsabilidades, el ejercicio del poder político puede llevar a arbitrariedades. Se le suele considerar abusivo cuando se excede en el ejercicio de sus funciones, en materias que están dentro del ámbito de otros poderes (intromisión de poderes). El poder político es ilegítimo también cuando utiliza mecanismos no autorizados por las leyes y se adueña del poder ejecutivo, legislativo, judicial y electoral, sin tener la legitimidad del pueblo, otorgada por el voto popular. Estas arbitrariedades ocurren porque los detentadores transitorios del poder desconocen la soberanía popular, en donde reside el poder supremo y de donde emanan todos los poderes del Estado, aunque se ejerzan con representación. De representantes de la soberanía pasan a ser usurpadores de ella. Se arrogan los poderes supremos que libremente residen en el pueblo. No aceptan que la suprema y primigenia autoridad está en el pueblo. Esta titularidad de la soberanía popular es única, intransferible, indivisible, imprescriptible e inviolable. Tanto en el interior como en el exterior. Además todos  los órganos del poder público están sometidos a la soberanía popular. No es al contrario. Así lo preceptúa claramente la Constitución.
Esto nos lleva revisar lo que significa la libertad de la Nación. Las naciones son libres. Ciertamente, tienen la capacidad, repito, de orientar su propio horizonte. De allí deviene la autodeterminación de los pueblos. Nuestra Constitución en su primer artículo asienta claramente, en tres ocasiones, que la República es libre, y agrega que Venezuela afirma la autodeterminación nacional. Pero hemos advertido que la libertad no es absoluta, porque al igual que la personal, cuando el ejercicio de la libertad de una nación, por conductas abusivas, ilegítimas e inconstitucionales de los detentadores transitorios del poder público, sojuzga las libertades personales, y esclavizan al pueblo, maniatando el ejercicio de su soberanía y de sus derechos, ello pone límite a la autodeterminación.  En este caso no es el pueblo el que libremente está tomando decisiones acertadas y legítimas, sino son sus representantes que han usurpado esta libertad y esta soberanía y han cerrado toda posibilidad popular de tomar decisiones institucionales. Entonces, hay dos intereses en principio contrapuestos. La autodeterminación de los pueblos entra en conflicto con las libertades humanas y la libertad soberana del colectivo. El propio Artículo 2 de la Constitución asegura que el Estado venezolano, de modalidad democrática y de derecho, soporta su actuación  en la libertad y en la preeminencia de los derechos humanos. La propia Declaración Universal de los Derechos Humanos dispone que la voluntad del pueblo es la base de la autoridad del poder público; esta voluntad se expresará mediante elecciones auténticas que habrán de celebrarse periódicamente, por sufragio universal e igual y por voto secreto u otro procedimiento equivalente que garantice la libertad del voto. Integrada la Nación a la comunidad internacional, ante estos intereses contrapuestos, se justifica el llamado de auxilio, de rescate, de intervención, para apoyar la restitución de las libertades personales y de la soberanía popular aprisionada. Sólo para recordar un ejemplo de la colaboración en este tipo de lucha, basta revisar las intervenciones de las legiones británicas e irlandesas en la gesta independista suramericana liderada por Bolívar.
De tal manera que los países de la comunidad internacional, con los cuales interactúa la República, no pueden hacer mutis ante la degradación de la libertad personal y la usurpación de la soberanía popular –derechos humanos universales que no tienen frontera alguna-, por parte de detentadores transitorios que quieren eternizarse en el poder. Aquí cede la autodeterminación, porque, repito, la esclavitud, la tiranía, y sojuzgar y acabar con todo un pueblo no ha sido el camino escogido por éste. Si se ha perdido la libertad personal y el ejercicio de la soberanía popular, el pueblo está llamado legítimamente a reclamar a la comunidad internacional que intervenga para asistir en el restablecimiento de esas libertades. No sólo se trata de preservar la dignidad humana, sino de no dejar desaparecer a una Nación, que tiene aún potencialidades para distribuir bajo justicia social su riqueza.