miércoles, 27 de marzo de 2013

¿Cuál libertad de empresa?

Isaac Villamizar





La empresa es un actor de vital importancia para la sociedad. Una de sus funciones es contribuir sustancialmente a la economía de un país. La empresa ofrece bienes y servicios que hacen circular la moneda e incide en el producto interno bruto. Muchas empresas hoy día son también agentes de programas de responsabilidad social, que fomentan valores éticos y que la convierten, asimismo, en ciudadanos corporativos en áreas de la educación, la salud y el resguardo del ambiente.

Pero la empresa en Venezuela actualmente sufre una crisis que le obstaculiza estos fines. Hacer negocios empresariales en el país ahora es una odisea. Estamos en la cola de las naciones con competitividad. Igual ocurre en el puesto de los países con facilidad para hacer negocios. Somos el país líder en el mundo en cuanto a expropiaciones. Más de 1000 empresas han pasado a manos del Estado y ninguna se puede decir que sea de éxito. La carga fiscal a las empresas nos ubica también entre los países más costosos del mundo para ejercer la actividad económica. La empresa es atacada con control de precios, restricción de divisas para importar, alcabalas corruptas para movilización de cargas, devaluaciones continuas e imposibilidad de repatriar dividendos al extranjero para empresas trasnacionales. La inversión privada no tiene incentivo alguno en un entorno tan calamitoso.

Nuestra Constitución reconoce el derecho al libre desenvolvimiento de la personalidad. Una de las formas de expresión de nuestra personalidad es dedicarnos a la actividad económica que nos plazca. Pero este gobierno pseudo revolucionario coarta toda expresión de libertad. La Carta Magna también asegura que toda persona puede dedicarse libremente a la actividad económica de su preferencia y que el Estado debe promover la iniciativa privada, garantizando la creación y justa distribución de la riqueza. Pero resulta que la empresa, que puede generar empleo, seguridad social, y producir bienestar material, en vez de ser protegida, es objeto de embates, de arremetidas y de asfixia por parte de un gobierno, que no sabe de eficiencia ni de eficacia, mucho menos de producir felicidad.

Pero conjuntamente con la situación tan grave que atraviesan las empresas venezolanas, quienes somos víctimas de todos estos desaguisados que el gobierno infiere al sector productivo, los consumidores de bienes y servicios, es decir, todos los venezolanos sin distinción, sufrimos porque no conseguimos los alimentos, no tenemos la capacidad salarial para cubrir ni una canasta básica, y nos llevan camino al hambre con este desabastecimiento que nos carcome las entrañas. Es un gobierno perverso, que sólo le interesa llenarse de poder y de dinero mal habido por la corrupción.

Venezuela vive momentos de depresión económica. La Historia Universal demuestra, con evidencias indiscutibles, que los países más prósperos en el mundo son aquellos en los cuales se abre y se apoya la capacidad productiva de sus agentes económicos. Venezuela, abundante en diversas riquezas, presenta la mayor pobreza oficial de criterios para manejarlos. Quizás estamos aún bajo la sentencia bíblica de Mateo: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla destruye y las cosas se echan a perder, y donde los ladrones minan y hurtan.”

El bien y el mal

Isaac Villamizar


El individuo se caracteriza por ser una unidad indivisible, una unidad vital, con vida biológica. Pero como persona, el ser humano además es una individualidad consciente que posee además un “yo”, el cual actúa como autor que se propone fines y normas. Entonces, el Ser también tiene vida simbólica.

La filosofía, dentro de los problemas fundamentales y la búsqueda afanosa de sus soluciones, que nunca son definitivas, nos ubica en el campo de los fines y de los valores. Este problema teleológico nos conduce a la ética, que busca la finalidad de la vida humana y estudia las normas a las cuales debemos ajustar nuestra conducta para lograr esos fines. Dentro de las perspectivas que tiene el vivir de los humanos, existen las exigencias y compromisos que implica el reconocimiento de la humanidad de nuestros semejantes, para que ellos, en la debida reciprocidad simbólica, confirmen a la vez la nuestra. La ética nos impone normas para regir nuestra conducta, distinguiendo el bien y el mal, a través de la filosofía práctica. Pero la ética no sólo nos fija normas y señala fines conductuales, sino también investiga los valores éticos, aspirando dar una teoría de ellos, estableciendo su orden jerárquico en una tabla de valores de validez universal. Entre ellos están el bien y el mal. Tempranamente el espíritu humano se pregunta qué es lo bueno y qué es lo malo, porque tiene que decidir su acción. Se inicia la valoración, es decir, se estima, se aprecia y se formulan juicios de las cosas que, de acuerdo a su finalidad, se pueden hacer bien, regular o mal.

A diario observamos a nuestro alrededor hechos de violencia, agresividad, muerte y destrucción. Es difícil creer que no exista la maldad absoluta. Ello nos lleva a preguntarnos sobre el bien. Pareciera que lo bueno para uno pudiera ser malo para otro. ¿Será el bien algo relativo a las circunstancias o el bien también es absoluto? Platón decía que el bien es la idea suprema y el mal es la ignorancia. San Agustín cuestionaba la existencia del mal y luego concluía que el mal no tiene Ser, que es ausencia del bien. Aristóteles consideraba una acción buena como aquella que conduce al logro del bien del hombre o a su fin, y la que se opusiera a ello era mala. Santo Tomás de Aquino aseguraba que el mal no fue creado, ni tampoco es querido por el hombre, porque el objeto de la voluntad humana necesariamente es el bien. Krishnamurti afirmaba que uno puede sentir en el fondo de sí mismo que la bondad absoluta existe, o sea el orden verdadero, libre de prejuicios. Estaba convencido que la sociedad es el desorden organizado, y que la negación de la continuidad de la violencia y del rencor es el bien.

Una concepción más autónoma, menos autoritaria y normativa, estipula que la moral debe ser independiente y darse a sí misma sus leyes. Una acción volitiva sólo es moral cuando emana de una libertad interior. Nuestra obligación moral estaría en el plano de la comprensión y reconocimiento propio de los valores ideales, y así resolvemos ordenar la vida de acuerdo a ellos. Entonces, el que actúa tiene que decidir lo más oportuno en cada acción concreta, en palabras de Fernando Savater, según la proairesis del sujeto, el toque personal con que afronta el preciso, frágil, singular e irrepetible instante de su existencia. El bien y el mal, perennes fantasmas teológicos y axiológicos, exigen aprender a valorar, porque - es criterio dominante -, que ambos no sirven para nada a la razón y al corazón si se los utiliza en términos absolutos. Sólo tienen sentido cuando funcionan en relación a algo, es decir, bueno para algo o malo para algo. Bueno o malo, en fin, son términos referidos a lo consciente, es decir, al libre albedrío, que es la forma más profunda de la libertad por la cual antropológicamente nos definimos.

¿Natural o artificial?

Isaac Villamizar


Somos frágiles. La Tierra se tambalea. Estamos hasta ahora siendo conscientes de nuestra soledad solar y de la magnitud de nuestras acciones humanas en lo que se denomina naturaleza. Durante ciento de años el hombre ha tratado al planeta, a los océanos y a la atmósfera como si fueran indestructibles. Hemos aprendido, en esta era fecunda del conocimiento, que no es así. Incluso, si no estamos condenados a aniquilar esta nave que es nuestro hogar, desde luego estamos cambiándola, y no siempre para bien.

Las actitudes ecologistas se preocupan por las amenazas contra lo natural. Se pone en peligro la naturaleza por medio de abusos de la tecnología, de la polución industrial, sobreexplotación de los recursos, extinción de especies vivientes y manipulaciones genéticas, entre otras. ¿Debemos abandonar estas acciones y volver a la esencia natural humana? ¿O el progreso científico nadie debe detenerlo, así sea en detrimento de lo natural? Habría que empezar a clarificar lo que se entiende por natural y naturaleza. Es natural que algo se caiga al piso por la Ley de Gravitación. Es natural que las madres amen a sus hijos. Es natural que al mediodía se tengan ganas de almorzar. Es natural que a una agresión se responda con otra. Las cosas tienen su propia naturaleza, es decir su propia forma de ser. Los objetos tienen sus propiedades que actúan sobre otras cosas, incluso en nuestros sentidos. La naturaleza de algo es su forma de ser, de llegar a ser y de influir en el conjunto de lo existente. Ello comprende todo ser animado o inanimado, racional o irracional. Pero es que las cosas hechas por el ser humano ya tienen su naturaleza, lo mismo que un bosque o el aire. Lo elaborado y aplicado por el hombre responde a propiedades químicas y físicas. Si eso es así, lo construido no podría ir contra la naturaleza, destruirla y perjudicarla. Pero no siempre es así, porque un pesticida, un arma química o una manipulación genética, siendo naturales porque existen o suceden en la realidad, violan la naturaleza por no ser utilizado con pautas adecuadas. ¡Qué paradoja! ¿Y qué decir de las variedades de flores exóticas logradas a través de injertos o la repoblación forestal?

¿Será el ser humano natural, artificial o una simbiosis de ambos? Parece que el hombre llega por lo innato, lo biológicamente determinado, por lo que no se elige, y la cultura y el aprendizaje le va agregando capas superpuestas dadas por la educación, la sociabilidad, lo artificial y la tecnología. Todo es natural y todo es fabricado en el ser humano. Tal como afirma Fernando Savater, lo más natural del ser humano es no serlo nunca del todo. En la Revolución Industrial el hombre se convirtió en máquina. Su producción era utilitaria y a la medida. Hoy la medicina ha convertido al enfermo en una máquina. Además de un organismo vivo, la rodilla es una bisagra con clavos; el tendón del hombro es fijado con anclajes; la cadera se reconstruye con metal, polietileno o cerámica. Ello nos lleva entonces al bien y al mal de las manifestaciones artificiales del ser humano. La genética sería muy buena para el estudio de las enfermedades, pero su incursión ilegal en el genoma humano, sería éticamente controvertible. Las máquinas inteligentes podrían reclamarnos algún día derechos para su subsistencia, encendido y mejoramiento. Lo artificial es algo mejor que lo natural y su utilidad nos protege de la naturaleza. También nos potencia porque con ello vivimos mejor, nos movemos más rápido, salimos de la ignorancia y no sólo comemos de la caza y de la pesca. Entonces, ¿quién nos manda? ¿Lo natural o lo artificial?

Sentido de la vida

Isaac Villamizar


¿Por qué estoy aquí? ¿Qué busco hacer en esta vida? ¿Tiene sentido lo que estoy haciendo? Son las preguntas existenciales que con frecuencia nos hacemos. Habría que comenzar por saber qué connotación tiene el término sentido. El sentido de una palabra aduce a lo que quiere decir; el sentido de una señal es lo que quiere indicar o advertir; el sentido de un objeto está referido a su funcionalidad; el sentido de una obra de arte es lo que el autor quiso expresar con ella; el sentido de una conducta o de una institución es lo quiere conseguirse a través de ella. Se trata de determinar la intención que anima a algo. La intención está vinculada con la vida, a conservarla, reproducirla, diversificarla.

¿Qué quiere la vida? Muchas respuestas pueden aparecer. El sentido de la vida de una persona concreta es difícil de identificar conceptualmente, porque es difícil de aislar. Está determinado por cada pensamiento, cada emoción, cada acción, cada respuesta, cada elección, cada valor, en fin, por el total de su personalidad. Sin embargo, generalmente, para encontrar el sentido de la vida buscamos otra cosa, algo que no sea la vida ni que esté vivo, algo más allá de la vida. Filosóficamente se dice que la vida no tiene en realidad sentido, porque los demás sentidos remiten mediata o inmediatamente a ella. No nos queda sino concluir que al preguntarnos por el sentido de la vida, lo que queremos saber es si nuestros esfuerzos morales serán recompensados, si vale la pena trabajar honradamente y respetar al prójimo, si nos espera algo más allá y fuera de la vida o sólo la lápida.

Reflexionar sobre el sentido de la vida nos lleva a la gracia mayor: la de haber nacido y estar vivos. Cuando el ser humano constata que está aquí y ahora, hay una exaltación. Ello nos produce alegría y nos encamina a la felicidad. Celebramos la vida misma porque ya tuvimos la suerte universal de conocer mundo. ¿A quién le quedará ese sentido? ¿A nosotros o a quienes nos sucedan? Preguntas que siguen dándonos qué pensar.

Muchas personas viven atrapadas en un mundo que ya no les ofrece motivación. No son felices. Mucha gente así lo cree y así lo vive. Buscan en su pasado y piensan que antes todo era mejor. Creemos erróneamente que aquellas circunstancias de tiempo atrás fueron las determinantes de su felicidad y que recuperándolas volverá la dicha a su vida. En verdad esto es un gran error. En mi caso particular pienso que encontrarme bien en un nivel emocional, tener una mente sana, entrenarme para ver la vida positivamente y disfrutar de cada posibilidad que nos ofrece nuestra vida actual, me ofrecen respuestas sobradas del por qué vivir. No hay que buscar mucho. Podemos ser felices prácticamente en cualquier circunstancia y edad. Nuestro presente es suficiente para disfrutar plenamente de la existencia. Nuestro futuro podría ser mejor si aprendemos a pensar bien, para sentirnos bien, si dejamos de quejarnos y resolvemos, decididamente, a valorar favorablemente lo que ya poseemos. ¡Qué poco es necesario para ser felices! La fuente de la felicidad, el bienestar emocional, no se halla en logros externos. Se halla en nosotros mismos, en nuestra mente, y lo más fabuloso es que podemos acceder a ella cada vez que queramos. Tenemos la capacidad humana para apreciar la belleza de cualquier cosa y de cualquier lugar. Para sentirnos bien, entonces, sólo basta fijarnos en lo que poseemos y no en lo que nos falta. Así podemos responder las preguntas del sentido de la vida.

domingo, 27 de enero de 2013

Somos presidencialistas


Isaac Villamizar

El Presidencialismo clásico es una forma de gobierno donde, establecida una división de poderes entre el ejecutivo, legislativo y judicial, el Jefe del Ejecutivo resulta electo por el sufragio universal y directo. Este tipo de elección le confiere una gran autoridad y lo coloca a la misma altura que el Parlamento, puesto que ambos emanan de la soberanía popular. Sin embargo, establecida la separación de poderes entre el ejecutivo, legislativo y judicial, en el régimen presidencial el Jefe de Estado, además de ostentar la representación formal del país, es también parte activa del Poder Ejecutivo como Jefe de Gobierno. Esto crea expectativas populares exageradas. No en vano las Constituciones presidencialistas tienen por un lado el propósito de crear un Poder Ejecutivo poderoso y estable, con legitimidad popular, y por otro lado muestran desconfianza hacia la personalización del poder y el caudillismo, a fin de no convertirse en autoritarismo. La cultura política ha legitimado el control de ese ejercicio a los militares.

En el Presidencialismo el estilo de hacer política es algo particular. Como el Presidente representa a la Nación, al Gobierno, a un opción política partidista y a sus electores, sin permitir diferenciación de roles, con su inevitable posición estructural e institucional, el pueblo coloca en él más poder del que realmente tiene y le endosa todas sus esperanzas.

Todos los regímenes políticos dependen de la capacidad de sus gobernantes para el ejercicio de la gestión pública, para inspirar confianza, para conocer los límites de su poder y para lograr un consenso mínimo. Sin embargo, en América Latina, el presidencialismo que devino del modelo norteamericano, se adaptó a la crisis de la democracia y a la necesidad de otorgarle al Jefe del Ejecutivo poderes amplios debido a la situación de subdesarrollo de estas regiones, paralelamente con la necesidad de limitarlo en sus atribuciones, a fin de evitar arbitrariedades y abusos de poder. En la práctica, lo que ha ocurrido es que el autoritarismo presidencial ha llenado la tradición política latinoamericana. Se espera que la figura presidencial sea fuerte y paternalista, pero no tirana. La escasa madurez política ha llevado a la tendencia de personalizar el poder y a su vez el Presidente logra manejar el Congreso a través de los partidos y la corrupción. A esto se le agrega las competencias legislativas de los presidentes latinoamericanos habilitados por el Congreso. El Presidencialismo en Venezuela es amplio pues concentra atribuciones, competencias y poderes de designación, reglamentarios, habilitantes, organizativos y de dirección política. Hoy es el eje del sistema del Estado, donde la separación de poderes es prácticamente nula. Si bien las Constituciones en Venezuela se han adaptado a los intereses de los caudillos y del omnipotente Presidente, la vigente, siendo una Constitución presidencialista – no hay sino que ver las atribuciones del Artículo 236 constitucional –, es notoria la ausencia de hecho y de derecho de controles populares, políticos, administrativos y presupuestarios sobre la figura presidencial, alterándose incluso de facto los postulados normativos que en esta materia existen.

Venezuela no sabe a dónde ir, con o sin Presidente. Se quedó sin paternalismo y cuando lo tiene es humillada. Es que una sola figura está por encima de las instituciones, que no hallan el camino a seguir. Ya lo dijo recientemente Andrés Oppenheimer, refiriéndose al caso venezolano: “¿Uds. saben cómo se llama el Presidente de Suiza o el Presidente de Noruega? Yo tampoco lo sé. Los países que mejor funcionan no son donde son fuertes los gobernantes, sino las instituciones."

lunes, 21 de enero de 2013

¿Qué gobierno tenemos?


Isaac Villamizar


El Régimen Político de un país es el sistema de organización de las estructuras y distribución de competencias de los órganos del Estado. Régimen Político, en términos claros, es la manera de hacer política de un pueblo. Se trata del ordenamiento real de sus poderes constitucionales y sociales. Se expresa en la Constitución y sus leyes y el modo como son aplicadas, desatendidas o modificadas. El Régimen Político también comprende las Formas de Gobierno. Éstas atienden a preguntas como ¿Cuáles son las formas de lucha por el poder? ¿Cómo se llega al poder? ¿Cómo se ejerce el poder? ¿Quién lo ejerce? ¿Quién tiene el poder? ¿Uno, un grupo, todos?

En Primer Año de Derecho, en Derecho Público e Instituciones Políticas, nuestros maestros juristas nos enseñaron la Tesis de Montesquieu. Nos recordaron que en “El espíritu de las leyes”, el barón y filósofo francés adoptaba el criterio tripartito de formas de gobierno, esto es, República, Monarquía y Despotismo. La forma de gobierno republicano, según Montesquieu, presentaba las modalidades de democracia y aristocracia. También nos reafirmaron nuestros profesores que el ginebrino Rousseau, en su “Contrato Social”, sostenía el trípode de la monarquía o gobierno real, la aristocracia y la democracia.

La República es un sistema político que se fundamenta en el imperio de la ley, primordialmente de la Constitución y la igualdad ante ella, como forma de frenar el abuso de personas que tienen mayor poder, con el objeto de proteger los derechos fundamentales y las libertades civiles de los ciudadanos, de los que no puede sustraerse nunca un gobierno legítimo. Uno de los pilares fundamentales de la República es la separación de poderes y su control recíproco. En la Monarquía una persona tiene el derecho por vía hereditaria a reinar, con carácter vitalicio, como cabeza de un Estado. El poder del rey puede ser absoluto o estar limitado, como es usual en las monarquías actuales sometidas a regulación constitucional, como ocurre en Inglaterra, España, Países Bajos, Noruega, Suecia, Dinamarca y Bélgica. De allí, entonces, que se hable de Monarquía Absoluta y de Monarquía Constitucional. La Democracia es la forma de régimen político en que el cuerpo de ciudadanos, es decir, los electores, se pronuncia según el sufragio universal y dirime los asuntos directamente o indirectamente por medio de órganos que designan. La idea primaria es que en democracia el pueblo es el soberano. De allí que exista la democracia participativa, en la que el pueblo de un modo inmediato ejerce funciones públicas, gracias a instituciones como la asamblea de ciudadanos, el referéndum , la iniciativa popular legislativa, el plebiscito o la revocatoria del mandato, y exista la democracia representativa, en la que el pueblo ejerce el poder a través de sus representantes, pero en la que existen controles legales, institucionales y ciudadanos sobre los gobernantes y donde ellos, aparte de rendir cuentas, son responsables de su gestión pública. En el despotismo, que ciertamente no es forma de gobierno alguno, la voluntad del señor es la voluntad única, su voz es la ley, las corporaciones son sus órganos, el señor es el propietario y los súbditos sus usufructuarios, la libertad se pierde sin motivo y las sentencias de los tribunales se encuentran subordinadas a su capricho despótico.

La Constitución venezolana nos identifica como República, que han dado en llamarla la quinta. Postula el régimen democrático mixto, con modalidades participativas y representativas. Rubrica que somos un Estado democrático y social, de Derecho y de Justicia. Esto es lo que dice el papel. Porque, en realidad, hoy no sabemos si realmente somos Republica, Monarquía, Democracia o Despotismo. No sabemos quién nos gobierna y cómo lo hace. Ya perdimos hasta la noción de que un buen gobierno es aquel que pueda producir en el pueblo la más perfecta felicidad. Por lo contrario, sea lo que nos gobierne, si es que lo hace, nos produce caos, angustia, desdicha y lágrimas.

La conciencia protesta


Isaac Villamizar


La oposición anda perdida. No supo interpretar la frustración electoral de sus votantes después del 7O y del 16D. Y ahora tampoco ha sabido manejar la indignación nacional que ha causado este férreo ataque a la Constitución y a la institucionalidad.

En medio de esta confusión e incertidumbre, Venezuela vive uno de los momentos más dramáticos y lamentables de su historia política contemporánea. Los venezolanos, en este momento, tenemos contra nosotros todo el poder del Estado. Las instituciones que deberían protegernos, se han convertido en nuestros enemigos. Y no sólo las que ya existían, sino las creadas para destruir la ciudadanía con derechos y la democracia. Nunca antes los venezolanos nos habíamos enfrentado a una situación semejante. Ninguna dictadura venezolana es comparable a ésta. Es totalitaria en el sentido de que penetra en cada rincón social, cada intersticio. Aprendió bien la lección nazista, del totalitarismo soviético y del comunismo cubano. Es difícil luchar contra ese poder por medio de organizaciones sociales y políticas.

La sentencia del TSJ de la continuidad administrativa, por más que sea vinculante, debe ser objeto del más firme y severo rechazo y crítica de quienes defendemos la constitucionalidad y la democracia. Los magistrados en su interpretación de la Carta Magna han pasado por alto la obligación que el propio texto fundamental les impone en su Artículo 334: “Todos los jueces y juezas de la República, en al ámbito de sus competencias y conforme a lo previsto en esta Constitución y en la ley, están en la obligación de asegurar la integridad de esta Constitución.”

La mayoría en la Asamblea Nacional se suma a este ultrajante fraude constitucional y, junto al TSJ, avala la ilegitimidad del gobierno, que usurpa funciones, al no cumplirse los mecanismos constitucionales para el inicio del período presidencial. En el único país del mundo donde hay Gobierno que por tiempo indefinido no tiene titular, y donde los países que succionan sus riquezas se hacen de la vista gorda en organismos multilaterales. No nos queda sino a los propios habitantes reaccionar dentro los cauces adecuados, pero con consistencia, ante la anarquía en que las instituciones del Estado infiltradas quieren colocarnos.

Tenemos que confiar en el poder de la conciencia, en la fuerza de ésta para criticar y hasta destruir el poder totalitario, desde su manifestación en todos los sectores donde trate de imponerse. Para los venezolanos del momento actual, vejados, atropellados, reducidos por este poder totalitario y por sus instituciones entregadas a su villanos propósitos, la lucha, como la de los individuos contra todo poder totalitario, es la de no dejarnos aniquilar nuestro gran poder de pensamiento, de crítica y de opinión; no dejar que nuestro yo, que es libertad, sea disuelto en ese colectivo totalitario. La propia Constitución, en los Artículos 7, 131 y 333, nos respalda a los venezolanos demócratas para preservar sus postulados, y para colaborar en el restablecimiento de su efectiva vigencia. Ya los estudiantes, indomables y bastiones de la libertad, se han pronunciado. La conciencia de cada quien debe adherirse a esta protesta legítima.

miércoles, 9 de enero de 2013

Absurda Tesis de la Continuidad Presidencial el 10 de enero



Isaac Villamizar


En primer lugar, se parte de un falso supuesto. Chávez fue reelecto, es cierto, pero así como ganó él, pudo haber ganado el candidato de la oposición. En estricta norma electoral, (aunque no en los hechos) Chávez fue un candidato igual a Capriles y éste pudo haber ganado. Por lo tanto, a ambos, en el mismo supuesto de su ausencia, habría que aplicarles la misma disposición constitucional de la ausencia absoluta, que en el 233 no hace diferenciación de si es reelecto o no. En segundo lugar, es muy claro el Artículo 230 de la Constitución sobre el período constitucional de 6 años. En este Artículo, incluso antes de la enmienda que fue publicada en la Gaceta Oficial del 19 de febrero de 2009, y la cual fue firmada por la propia Cilia Flores como Presidenta de la Asamblea Nacional, en su texto original de 1999, se señalaba que el Presidente podía ser reelegido, de inmediato y por una sola vez, para un nuevo período ¿Cuál nuevo período? El mismo que establece el 230: 6 años. Después de la enmienda, el Artículo 230 simplemente quedó así: “El período presidencial es de seis años. El Presidente o Presidente puede ser reelegido o reelegida.“ Aquí, con la enmienda no se hace ninguna diferenciación del período rígido de 6 años para el Presidente de la República reelecto. Tal como lo he señalado en mis estudios jurídicos y en mi Artículo “10 de enero: ¿Fraude constitucional?”, ampliamente difundido, nuestra Constitución no está dentro de la Cartas Magnas flexibles, que se pueden modificar por procedimientos ordinarios, mucho menos interpretar flexiblemente. Nuestra Constitución, en este caso, es una norma rígida, pues incluso ella misma establece los mecanismos, supuestos y procedimientos mediante los cuales puede ser enmendada o modificada. De allí que sólo mediante sus procedimientos, establecidos en su último Título, el noveno, se podría modificar el período constitucional fijo de 6 años. En este sentido en mis estudios he citado solo dos de las múltiples sentencias interpretativas de carácter vinculante de la Sala Constitucional en las cuales se ha dejado claro que el período de 6 años es inmodificable, a la luz de los artículos 230 y 231 vigentes. Interpretarlos de otra forma, según la propia Sala Constitucional, sería desaplicar el Artículo 231 y enmendarlo por una vía irregular, lo cual, según la propia Sala Constitucional, es inconstitucional. Estas sentencias que he citado son las números 457 y 759 del 2001, que fácilmente se pueden consultar en Internet, y de las cuales reproduje un extracto.

Siendo indubitable que el período es de 6 años, ni un día menos ni uno más, tanto para el caso de un Presidente reelecto como para uno que no lo ha sido, es lógico concluir que el mandato de todos los funcionarios de gobierno de este período que indefectiblemente termina el 10 de enero, culminan. Es decir, culmina el mandato de Chávez de este período el 10 de enero de 2013. Culmina el ejercicio de funciones como Vicepresidente Ejecutivo de Maduro de este período el 10 de enero. El 10 de enero, entonces, hay un nuevo mandato por el período 2013-2019 y debe haber nuevas autoridades ejecutivas. Maduro, ya para el 10 de enero, no es Vicepresidente, porque él es el Vicepresidente de este período y no de otro. El 10 de Enero tiene que asumir el Presidente Chávez que fue reelecto, es cierto, pero comienza una nueva gestión, y él, en condiciones normales, debe nombrar un nuevo gabinete ejecutivo, entre ellos un nuevo Vicepresidente. Esta función es indelegable. Sólo la tiene el Presidente de la Republica en funciones. ¿En cuáles funciones? En las funciones del nuevo período que comienza el 10 de enero. Y es una atribución indelegable que tiene el Presidente de la Republica, una vez juramentado y asumido su cargo, según lo dispone el Artículo 236 , numeral 3 de la Constitución: Es atribución del Presidente de la República: “Nombrar y remover al Vicepresidente Ejecutivo o Vicepresidenta ejecutiva; nombrar y remover los ministros o ministras.” De tal manera que a Maduro y a los Ministros actuales se les acaba el ejercicio de sus funciones y no pueden estar en ellas más allá del 10 de enero, porque el único que los puede designar es el Presidente de la República en el nuevo período constitucional (o el Presidente de la Asamblea ejerciendo las funciones de Presidente de la República según el Artículo 233). Si Maduro y los ministros actuales pretenden seguir en funciones más allá del 10 de enero, por la aberrante e ilegal tesis de la continuidad presidencial, estarían cometiendo un delito expresamente tipificado en el Código Penal, en el Artículo 213, denominado “Usurpación de Funciones”. Y si siguen alegando que Chávez está en ejercicio de funciones (¿cómo así, si supuestamente está con complicaciones respiratorias, en estado delicado, en riesgo, en reposo absoluto, según los propios informes oficiales?) más allá del 10 de enero, sin que en esta fecha se juramente bajo los mecanismos del 231, Chávez también estaría usurpando funciones y cometiendo el mismo delito.

Se ha señalado que el Presidente Chávez tiene un permiso autorizado por la Asamblea Nacional el 9 de diciembre pasado, sin límite para viajar a Cuba a su operación. Y que por no tener fecha de vencimiento, este permiso es indefinido y sustenta la continuidad del Presidente en el ejercicio del cargo más allá del 10 de enero. Ahora bien en la sesión de la Asamblea Nacional el propio Presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, señaló insistentemente que lo que se discutía no era un permiso del Presidente de la República para dejar sus funciones, sino que lo que se discutía era una autorización para ausentarse del país según el Artículo 235 constitucional, y que Chávez no dejaba de ser Jefe de Estado y Jefe de Gobierno. Ahora bien, ¿A cuál Presidente se le dio autorización el 9 de diciembre para ausentarse del país? Al Presidente que, tal como lo señaló el propio Cabello, ejercía en ese momento funciones de Jefe de Estado y de Jefe de Gobierno. ¿De cuál gobierno? Del gobierno presidencial que culmina el 10 de enero. Se autorizó al Presidente en funciones de gobierno para tal momento. No se autorizó a ausentarse del país al Presidente Electo. Eso no se dijo en ninguna parte de la discusión en esa sesión. Se puede escuchar la grabación de las palabras de Cabello en http://www.youtube.com/watch?v=wQByf6TpdUw&feature=player_embedded Está muy claro, quien se ausentó con autorización fue el Presidente en funciones, no el Presidente electo. De tal manera que ese permiso ya no tiene validez más allá del 10 de enero, y considerarlo de otro modo sería también contravenir abiertamente el Artículo 235 constitucional, ya citado. Además, imagínese que, en un caso hipotético, a un Presidente se le autorice a ausentarse del país para realizar una operación quirúrgica, y que en el curso de la intervención o producto de ella, quede en vida vegetativa, en coma indefinido o en otra situación similar ¿El permiso se va a prolongar indefinidamente, si el paciente, con el pronóstico médico de por medio nunca va a recobrar la conciencia? Este argumento de la autorización indefinida, para este supuesto sería completamente absurdo.

No hay duda, si Chávez no se juramenta el 10 de enero bajo los postulados del 231, se deben aplicar los mecanismos del 233 e incluso, si su falta es temporal, el Presidente de la Asamblea debe tomar posesión del cargo como Presidente de la República, mientras se juramenta, supuesto que aunque no está contemplado en el 233, sin embargo en su criterio coinciden los abogados constitucionalistas más reconocidos del país. Lamento que el Dr Hermann Escarrá (que ya vemos no es de la oposición) haya tomado el mismo camino de su hermano Carlos. Considerados ambos en su momento ilustres estudiosos de la Constitución, luego por motivos abyectos de ideología partidista, incluso ahora Hermann, ha querido tergiversar la Constitución que él y su hermano tanto defendieron en su oportunidad. ¡Qué lamentable su falta de criterio consistente!

Si el 10 de Enero no hay una juramentación de Chávez y no se aplican los mecanismos del Artículo 233 constitucional, para determinar si hay falta absoluta o temporal del Presidente reelecto, y pretenden dar una supuesta y aberrante continuidad presidencial de gestión, estaremos en presencia de un FRAUDE A LA CONSTITUCION Y UN AUTOGOLPE. Y así lo tendrán que saber los países de la comunidad internacional. Será un Golpe de Estado por los mismos golpistas del 4 de febrero, esta vez no con armas, pero sí defraudando, escamoteando y burlando los claros postulados de la Carta Magna.

10 de Enero: ¿Fraude constitucional?



Isaac Villamizar

Abogado
Profesor Universitario de Postgrado en Gerencia Pública de UNET

La oposición no supo interpretar la frustración de sus electores después del 7 de Octubre. Porque es evidente que algo ocurrió en esa elección que no coincidió con las expectativas. Este desengaño explica en gran parte la alta abstención del 16 de diciembre. Tampoco supo, entonces, interpretar el silencio de esta segunda elección. Al no saber recoger sus vidrios rotos, ahora la oposición se enfrenta a un hecho de extrema gravedad.

Estamos a escasos días del 10 de enero, fecha cuando se tendrá que develar el misterio, tal como lo ha señalado el Cardenal Urosa. Pero tenemos unos hechos evidentes. Es evidente que el propio Presidente de la República, en su última alocución, reconoció públicamente la posibilidad de no llegar a tomar posesión del cargo en la fecha prevista, al proponer la aplicación de los mecanismos constitucionales y proponer su candidato en unas posibles elecciones próximas. Es evidente que, aunque no se ha presentado, desde que él mismo anunciara por vez primera su enfermedad, ni un sólo parte dado directamente por los médicos tratantes o por médicos oncólogos venezolanos acreditados, el Presidente está en una condición física delicada, compleja, de riesgo, (dixit informes oficiales). Es evidente que el Presidente no podrá asumir el 10 de enero el nuevo período constitucional, tomando juramento ante el pleno de la Asamblea Nacional, tal como lo prescribe el Artículo 231 de la Carta Magna. Es evidente que por su misma condición física tampoco podrá hacerlo ante el Tribunal Supremo de Justicia, en la misma fecha. Es claro que ante la gravedad de su enfermedad, prevista por él mismo, el Presidente debía haber reconocido su incapacidad y renunciado antes del 10 de Enero, para que entrara en operación el mecanismo de falta absoluta del Presidente en ejercicio, prevista en el aparte último del artículo 233 constitucional. Es evidente que el Presidente no ha manifestado esta voluntad y que llegará al 10 de enero como Presidente electo. Es evidente que una gravedad de su enfermedad pone en entredicho que el Presidente pueda ejercer sus funciones por 6 años, período para el cual fue electo. Es evidente que ante esta situación, debería operar el mecanismo de falta absoluta de un Presidente electo, previa certificación de su incapacidad física expedida por una Junta Médica designada por el Tribunal Supremo de Justicia (con magistrados suplentes usurpando funciones) y con aprobación de la Asamblea Nacional instalada el 5 de enero. Es evidente que al declararse esta falta absoluta del Presidente electo, deberá procederse a una nueva elección dentro de los 30 días siguientes y mientras ello ocurre el Presidente de la Asamblea Nacional se encargaría de la Presidencia de la República. Para ampliar todos estos aspectos jurídicos, remito al mejor y más serio estudio escrito que sobre este tema he leído, cuyo autor es nuestro amigo, el Dr. Ricardo Antela, ex Consultor Jurídico de la UNA y Profesor Universitario de Derecho Constitucional, y el cual se puede consultar en www.globovision.com , en la sección de Analista- Artículo “El que se fue no hace falta”.

Nuestra Constitución, en su sentido formal y tomando en cuenta el sistema legislativo, es una Constitución rígida. Contrario a lo que ocurre con otros tipos de Constituciones flexibles, como por ejemplo la de Inglaterra, en donde por un sistema legislativo normal ordinario, el Parlamento puede transformarla en cualquier momento, por exigirlo así las demandas poblacionales adaptadas a la realidad social, la Constitución venezolana no puede ser modificada por dicho procedimiento legislativo ordinario, sino en la forma y por los procedimientos expresamente establecidos en ella. La fecha del 10 de Enero para la toma de juramentación del Presidente electo no constituye un lapso, sino un término. Esto quiere decir que un período constitucional vence de manera indefectible en esa fecha. Y allí comienza otro. Es un término cierto e improrrogable, porque nuestra Constitución de manera rígida así lo dispuso. Por otra parte, la Sala Constitucional ya ha señalado, en su oportunidad, de manera expresa y con carácter vinculante, en sentencias interpretativas N° 457 del 5 de abril de 2001 y N° 759 del 16 de mayo de 2001, que “(Omissis)…b) el próximo período constitucional comienza el 10.01.07, según lo dispone el artículo 231 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela; c) el Presidente de la República deberá continuar en ejercicio de sus funciones de acuerdo con lo establecido en el artículo 231 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, es decir, hasta el 10.01.07, ya que, de otro modo, habría que enmendar la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, en el sentido de señalar, como el inicio del mandato presidencial siguiente el día 19 de agosto, en vista de que el actual período concluye el mismo día y el mismo mes del año 2006 (….) a menos que se desaplique el artículo 231 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, lo cual sería inconstitucional y, enmendador, por ende de la norma suprema.” (Resaltado nuestro)

De tal manera que pretender que se permita la continuidad de esta actual incertidumbre no sólo de la juramentación, sino de la capacidad para ejercer tan altas, delicadas y complejas funciones de la Presidencia, atendiendo a las circunstancias de la enfermedad del actual Presidente, sin que se apliquen los mecanismos de la norma suprema, sería cometer un grave acto contra la Constitución vigente. Permitir que los funcionarios del gobierno actual o que la directiva o la mayoría de la Asamblea Nacional acomoden a su conveniencia el inicio del período presidencial, implicaría agregar a la lista ya interminable, otro FRAUDE CONSTITUCIONAL. No respetar los postulados de la Carta Magna el 10 de enero, sería un engaño, un timo, una arbitrariedad, una maniobra inescrupulosa, una estafa, un desfalco, un escamoteo sin precedentes de la Constitución.

Pero, asimismo, es una grave irresponsabilidad de los dirigentes de la oposición no hablarles claro a los venezolanos, sobre los posibles e inminentes escenarios tanto del 10 de Enero, como de sus días inmediatos posteriores. No plantearse en este momento la clara oportunidad de realizar una cercana elección para de nuevo elegir a un Presidente, lo corto que implicaría la realización de este proceso electoral en tan solo 30 días, y la necesidad de afrontar los graves e indetenibles problemas que aquejan a Venezuela, en todos los órdenes, es una connivencia con este fraude.

Los venezolanos demócratas, en tal caso, a pesar de nuestra reciente frustración electoral no canalizada por la oposición, debemos exigir contundentemente el respeto y garantía de los postulados de la Carta Magna. “La Constitución es la norma suprema y el fundamento del ordenamiento jurídico. Todas las personas y los órganos que ejercen el Poder Público están sujetas a esta Constitución”, ordena su Artículo 7. “Toda persona tiene el deber de cumplir y acatar esta Constitución”, dispone su Artículo 131. “Esta Constitución no perderá su vigencia si dejare de observarse por acto de fuerza o porque fuere derogada por cualquier otro medio distinto al previsto en ella. En tal eventualidad, todo ciudadano investido o ciudadana investida o no de autoridad, tendrá el deber de colaborar en el restablecimiento de su efectiva vigencia”, prescribe su Artículo 333.

Los venezolanos que anhelamos el bienestar espiritual y material de la nación y de sus habitantes debemos estar muy atentos a esta soterrada intención de dejar que llegue el 10 de enero y ese día reviente una anarquía, un caos institucional, que no ayudaría en nada a una sana convivencia y al despeje del camino de la gobernabilidad necesaria. Lo contrario sería aceptar que la crisis es el camino que irremediablemente nos va dar los aprendizajes que no hemos querido asimilar.