Isaac Villamizar
La oposición anda perdida. No supo interpretar la frustración electoral de sus votantes después del 7O y del 16D. Y ahora tampoco ha sabido manejar la indignación nacional que ha causado este férreo ataque a la Constitución y a la institucionalidad.
En medio de esta confusión e incertidumbre, Venezuela vive uno de los momentos más dramáticos y lamentables de su historia política contemporánea. Los venezolanos, en este momento, tenemos contra nosotros todo el poder del Estado. Las instituciones que deberían protegernos, se han convertido en nuestros enemigos. Y no sólo las que ya existían, sino las creadas para destruir la ciudadanía con derechos y la democracia. Nunca antes los venezolanos nos habíamos enfrentado a una situación semejante. Ninguna dictadura venezolana es comparable a ésta. Es totalitaria en el sentido de que penetra en cada rincón social, cada intersticio. Aprendió bien la lección nazista, del totalitarismo soviético y del comunismo cubano. Es difícil luchar contra ese poder por medio de organizaciones sociales y políticas.
La sentencia del TSJ de la continuidad administrativa, por más que sea vinculante, debe ser objeto del más firme y severo rechazo y crítica de quienes defendemos la constitucionalidad y la democracia. Los magistrados en su interpretación de la Carta Magna han pasado por alto la obligación que el propio texto fundamental les impone en su Artículo 334: “Todos los jueces y juezas de la República, en al ámbito de sus competencias y conforme a lo previsto en esta Constitución y en la ley, están en la obligación de asegurar la integridad de esta Constitución.”
La mayoría en la Asamblea Nacional se suma a este ultrajante fraude constitucional y, junto al TSJ, avala la ilegitimidad del gobierno, que usurpa funciones, al no cumplirse los mecanismos constitucionales para el inicio del período presidencial. En el único país del mundo donde hay Gobierno que por tiempo indefinido no tiene titular, y donde los países que succionan sus riquezas se hacen de la vista gorda en organismos multilaterales. No nos queda sino a los propios habitantes reaccionar dentro los cauces adecuados, pero con consistencia, ante la anarquía en que las instituciones del Estado infiltradas quieren colocarnos.
Tenemos que confiar en el poder de la conciencia, en la fuerza de ésta para criticar y hasta destruir el poder totalitario, desde su manifestación en todos los sectores donde trate de imponerse. Para los venezolanos del momento actual, vejados, atropellados, reducidos por este poder totalitario y por sus instituciones entregadas a su villanos propósitos, la lucha, como la de los individuos contra todo poder totalitario, es la de no dejarnos aniquilar nuestro gran poder de pensamiento, de crítica y de opinión; no dejar que nuestro yo, que es libertad, sea disuelto en ese colectivo totalitario. La propia Constitución, en los Artículos 7, 131 y 333, nos respalda a los venezolanos demócratas para preservar sus postulados, y para colaborar en el restablecimiento de su efectiva vigencia. Ya los estudiantes, indomables y bastiones de la libertad, se han pronunciado. La conciencia de cada quien debe adherirse a esta protesta legítima.
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