domingo, 5 de febrero de 2012

El Estado enfermo



Isaac Villamizar
Desde una concepción política-jurídica, el Estado es un ente social que se forma en un espacio geográfico determinado, con la organización jurídica de una población sometida a la autoridad de un Poder Político. Esta sociedad humana busca, primordialmente, el bien público general.
Nuestra Carta Magna señala que Venezuela es un Estado con democracia participativa y protagónica, producto de la voluntad popular, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico y de su actuación, la vida, la justicia y la preeminencia de los derechos humanos. Además, el Estado tiene como fines esenciales el desarrollo de la persona y el respeto a su dignidad, la construcción de la paz y la promoción de la prosperidad y bienestar del pueblo.
El territorio, la población y el poder político constituyen los tres elementos indispensables para la existencia del Estado. Para que éste sea real, jurídica y socialmente hablando, estos tres elementos deben interrelacionarse armónicamente. Porque el Estado lo encontramos en nuestra vida diaria y advertimos su presencia en múltiples manifestaciones. Sin embargo, los síntomas de la existencia y testimonio del Estado en Venezuela lo hacen ver como enfermo. Ello es así, porque sus tres elementos condicionantes están lesionados. Veamos.
El territorio configura la parte del globo terráqueo sobre la cual un Estado ejerce soberanía y dominio exclusivo. En ese territorio se debe aplicar de una manera efectiva un determinado sistema de normas jurídicas, y en el cual se ejercen competencias específicas. Este espacio es donde se arraiga la población con sus afectos, con sus costumbres, con sus ideales, no importa que esa tierra sea rica o pobre, desértica o fértil. En Venezuela hay porciones del territorio donde el Estado no ejerce soberanía alguna. Citemos dos ejemplos concretos. El primero es la frontera suroeste, donde grupos irregulares foráneos han tomado vida y asiento, aplicando su propia ley, aterrorizando a nacionales, en connivencia con la mirada complaciente del gobierno. La Faja
Petrolífera del Orinoco, con 61 campos operativos y 2.606 pozos activos, es aprovechada por 22
países, sin que los venezolanos sintamos ciertamente que esa riqueza nos beneficia. Con respecto a la Población, se trata de las personas, nacionales o no, estructuradas en una organización capaz de perpetuarla, de diferenciarla de otros conglomerados humanos circundantes. Esta colectividad fija, depositaria viva de la propia sustancia del Estado, que por sus nexos luchan por un interés común, a pesar de sus diferencias, está realmente desasistida de seguridad, de vivienda, de educación de calidad, de seguridad alimentaria. Además sus derechos civiles, económicos, sociales y políticos los han ultrajado y pisoteado. Por último, el Poder Político, constituye un ordenamiento que regula la voluntad popular estructurado, jurídica y políticamente, en diversos órganos, con predeterminación de los deberes y derechos de los gobernantes y gobernados, cuyas normas supremas corresponda a la Constitución y leyes que deben obedecer, observar y ejecutar, para lograr justicia y seguridad jurídica. Demás está señalar que el Poder Político en Venezuela no representa en modo alguno esta concepción.

Sé responsable



Isaac Villamizar
En Derecho la responsabilidad representa la posibilidad de exigir a un deudor el cumplimiento de una obligación. La responsabilidad es un elemento agregado a los efectos de garantizar la ejecución de un deber. Gran importancia presenta la responsabilidad en todas las ramas jurídicas, siendo preeminente en los ámbitos civil y penal. En el Derecho Civil la responsabilidad implica la obligación de reparar el daño que se causa a una persona, ya sea por culpa o dolo, e incluso por los hechos de las personas que están bajo nuestra dependencia. En el Derecho Penal la responsabilidad constituye un estado subjetivo del individuo por el cual se afirma su capacidad de asumir las consecuencias jurídico-penales que acarrea un hecho delictivo.
Pero en esta entrega queremos reflexionar sobre la responsabilidad como valor. En este sentido, responsabilidad significa responder, dar respuesta al llamado de otro. Por ello, su raíz etimológica proviene del latín “responsum”. Tiene que ver con las obligaciones personales, familiares, laborales y ciudadanas. Traduce rendir cuentas y obedecer a la propia conciencia, a la ley y a Dios, como el ejercicio del compromiso que dignifica a cada persona. Responsabilidad involucra asumir las consecuencias de nuestras decisiones y acciones. Una persona responsable es aquella que respondiendo al llamado de su conciencia, del Ser Supremo y de sus semejantes, cumple integralmente las obligaciones que derivan de sus propios talentos y capacidades y del lugar que ocupa en el espacio social en el que se desarrolla.
Para acrecentar un apropiado sentido de responsabilidad y que este valor se cultive en cada quien, es preciso revisar tareas y deberes, despertar el afán de superarnos día a día, y ayudar a otros a ser más responsables. Sólo así se consolidará en el mundo la grandeza de la libertad, la satisfacción plena del deber cumplido y la nobleza de servir. Para lograr responsabilidad hay que haber aprendido a oír, a interpretar la llamada por el cumplimiento y a tener capacidad para emitir la respuesta. Son tres pasos que agregan excelencia en nuestra actitud y aptitud de responder.
Si cumplimos fielmente con nuestras encomiendas de trabajo; si observamos a diario las leyes y normas de relaciones en la comunidad, y asumimos, con voluntad propia, las consecuencias de nuestras infracciones; si ponemos la mayor diligencia y celo en el resguardo de los objetos que nos entregan bajo nuestra custodia; si llegamos puntuales al horario establecido para cualquier reunión; si realizamos las labores asignadas en el hogar, sin ninguna excusa y con el mayor espíritu de solidaridad; es posible que Venezuela vaya cambiando hacia el ansiado valor de la responsabilidad. La responsabilidad es la base de la vida, es uno de los pilares más fuertes del éxito, es más que un compromiso, es la mentalidad de hacer las cosas mejor que el común.

Entelequia de democracia



Isaac Villamizar
La Unidad de Inteligencia de la publicación semanal británica The Economist, de audiencia lectora mundial, acaba de publicar el Indice de Democracia 2011. Es informe de referencia obligada para determinar el rango de democracia en 167 países, de los cuales 166 son estados soberanos y 165 son estados miembros de la ONU. El estudio basa sus resultados en 60 indicadores que se agrupan en cinco diferentes categorías: proceso electoral y pluralismo, libertades civiles, funcionamiento de gobierno, participación política y cultura política. Un índice de democracia resultante decide la ubicación de cada país en una tabla, que los califica como democracias plenas, entre 8 y 10 puntos, democracias defectuosas, entre 6 y 7.9 puntos, regímenes híbridos, entre 4 y 5.9 puntos, y regímenes autoritarios, menos de 4 puntos.
En el Ranking 2011 encabeza la lista Noruega con índice de 9.80 puntos, y le siguen Islandia con 9.65, Dinamarca con 9.52, Suecia con 9.55, y Nueva Zelanda con 9.26, En los tres últimos lugares se encuentran Turkmenistán con 1.72, Chad con 1.52 y Corea del Norte con 1.06. Venezuela se ubica en el lugar 97 de la tabla, como régimen híbrido, con 5.08 puntos, superada por países como Ucrania, Guatemala, Bangladesh, Bolivia, Honduras, Albania, Ecuador, Tanzania, Nicaragua, Senegal, Bosnia y Uganda.
La democracia es una organización política y social. Es un conjunto de instituciones, derechos y deberes. Es la libertad en su escenario natural. Es el respeto hacia las garantías ciudadanas. Es la influencia de altos valores en la formación y desempeño del individuo y en el relevo de los gobiernos. En la democracia hay controles institucionales y legales. Asimismo, hay controles ciudadanos. Uno de los controles más consolidados es el de la opinión pública, donde la sana crítica no permita olvidar el carácter esencialmente responsable de la gestión pública.
La sociedad va democratizándose y para ello no basta tener una Constitución y leyes formales.
La tragedia de las democracias modernas es que no se han realizado. Una verdadera democracia
posee por sí misma medios de acción muy poderosos para corregir sus defectos o perfeccionarse, tales como la educación y la prensa. Una democracia real capacita al ciudadano como consecuencia de avances educativos, desarrolla los medios de comunicación y presenta variadas formas de elección y destitución de los representantes del Poder Público. Las democracias auténticas de hoy suponen compartir una carta de valores con derechos y libertades políticas, económicas y sociales; con deberes mutuos entre ONGs y Estado; con igualdad, justicia y comportamiento cívico; con libertad de pensamiento y tolerancia; con adhesión a una historia no distorsionada; con la vocación de cada persona hacia el bien común.La democracia en Venezuela ha sido pisoteada, desdibujada, mancillada. Nuestra democracia dejó de ser protagónica, más aún participativa. Cuando nos ufanábamos de ser una referencia latinoamericana y mundial de primer orden de país democrático, hemos pasado a ser un régimen híbrido. Somos ahora una entelequia de democracia.

Te informo que soy libre



Isaac Villamizar
No vivimos aisladamente del mundo. El ser humano y la propia naturaleza van generando cambios a medida que los giros de rotación y traslación nos van llevando por los confines del tiempo. Saber lo que ocurre a su alrededor es parte de la esencia del hombre. Recibir la información del entorno, procesarla y actuar en consecuencia, es un derecho natural. Nadie ni nada podrá eliminar nunca jamás ese cimiento que identifica al ser humano. Si otras vidas inteligentes nos están mirando, tal vez les parecerá risible que los humanos a veces hacemos esfuerzos continuos por torpedear la comunicación entre nosotros.
La información nos ayuda no sólo a satisfacer esa curiosidad propia por estar al tanto de los acontecimientos locales, nacionales e internacionales. También es un mecanismo para tomar nuestras propias medidas en razón de la existencia y muchas veces de la subsistencia. Por ser una conducta individual y social, el Derecho regula ese proceso. Pero lo norma para asegurarnos, a todo ser pensante, su ejercicio libre, sin cortapisa, para instruir cómo se puede garantizar su ejercicio. Nunca el Derecho regula la libertad de información para suspenderlo, para ponerlo al servicio de intereses particulares o públicos, de los cuales medien intenciones a convenir. De allí que la Declaración Universal de los Derechos Humanos reconoce la libertad de opinión y expresión. Y los tratados Internacionales amplían el alcance de este derecho, para aseverar que la libertad de expresión comprende la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones de toda índole. Nuestra Constitución, tan vapuleada, aún contempla el derecho a la información oportuna, veraz e imparcial, sin censura. Gran discusión generó este tema en la Constituyente de 1999, pero fue el propio sector oficialista quien impuso que la información así quedara calificada.
Entonces, cuando Cable News Network, conocida como CNN, desde julio de 1980, o cuando Globovisión, desde diciembre de 1994, transformaron el esquema noticioso televisivo para que los espectadores contemplaran las noticias en tiempo real, a medida que los acontecimientos se iban desarrollando, y con ello dejaron una huella social profunda, no estaban haciendo otra cosa sino colocarse en sintonía con las necesidades reales y naturales de los televidentes. Reportajes en directo y en vivo desde cualquier parte del planeta, con audio y video, las 24 horas, no era otra cosa sino favorecer, con el apoyo de la telecomunicación, el viejo sueño de la ubicuidad.
Esta verdadera revolución de darle al espectador el acceso a la información actualizada en segundos, no puede ser vista con agrado por aquellos gobiernos que con ello reciben presión cada vez mayor para tomar decisiones rápidamente, adecuadas al colectivo, y responder de inmediato a los acontecimientos. Es cuando, entonces, el Poder del Estado, valiéndose de ardides legales y judiciales, interfiere en este derecho a la información, y con su control oficial, con medios directos e indirectos, impide la libre circulación de ideas, opiniones e informaciones. Malsano propósito que queda sobrepasado con la era de la sociedad del conocimiento e información, en la cual cada internauta, cada usuario de telefonía móvil, cada navegante online de la red, es quien domina la fuente de la información. Estar informado, es ser libre. Y ser libre, es ser humano.

Abogados deben saber escribir



Isaac Villamizar
Un Abogado trabaja con la palabra. Lo hace con la palabra escrita y oral. Incluso, en el proceso oral, se vale del lenguaje gestual. Por lo tanto, un abogado que no sepa escribir correctamente encontrará dificultades en su desempeño. Tan sencillo que no podrá expresar, convincentemente, los argumentos que sustentan la defensa o los intereses y derechos de sus representados.
El abogado, como persona y como profesional, debe ser un maestro en el campo de la palabra y de la acción. El es un analista de palabras y conductas que se ofrecen en una situación de conflicto en el debate judicial. Es un profesional que busca producir determinados efectos y elige palabras en la medida en que son instrumentos para la acción. La Técnica del Derecho consiste en el adecuado manejo de los medios que permiten alcanzar los fines de esta disciplina. Entre esos medios está el correcto uso del lenguaje técnico jurídico y la técnica legislativa, esto es, el arte de la elaboración de normas y leyes. La actividad intelectual del abogado se canaliza a través del razonamiento jurídico articulado con palabras. Entonces, el Derecho es en función de la lengua. Existe en y por la lengua. La ley surge con el lenguaje y como lenguaje. No puede existir independientemente de su enunciación lingüística, por ser condición necesaria de su existencia y aplicación. El lenguaje asoma por todos los intersticios, en las palabras de los contratantes, del testador, del testigo, del confesante, del fiscal, de la sentencia, del alegato, de la sustentación de la tesis o de la impugnación.
Un abogado, que se califique como bueno, debe dominar la gramática, es decir, el arte de conocer la teoría del lenguaje, construido sobre la observación y experimentación de los usos normales del idioma, sin olvidar que éste es una entidad dinámica. Un abogado debe ser diestro con las dos partes fundamentales de la gramática: la morfología y la sintaxis. En otras palabras, debe comprender, a la perfección, el estudio de las formas que ofrece la lengua y además su enlace o trabazón orgánica para la expresión de las ideas. En cuanto a la morfología, debe tener suficientes destrezas en la estructura de la palabra y la oración. Lo contrario sería presentar en sus escritos una expresión sin sentido. Debe, asimismo, poseer habilidades para coordinar y unir, acertadamente, las palabras para formar las oraciones y expresar conceptos.Además, aunque la ortografía no es parte de la gramática, pero constituye un complemento necesario e indisoluble de ella, el abogado debe ser un experto en observar las reglas referentes a la escritura correcta. La acentuación y los signos de puntuación deben ser pulcros en la escritura del Abogado. De no ser así, sus argumentos podrían terminar en gazapos.Entonces, para concluir, un Abogado que no sepa escribir, no podrá abogar por nada. Los Abogados, antes de señalar con la pluma acusadora a otros, deberíamos cuidarnos, con suma exigencia, en nuestro propio bagaje lingüístico.Ser honesto en el uso de la expresión refleja nuestra propia personalidad. No en vano Cervantes asintió: "Las honestas palabras dan indicio de la honestidad del que las pronuncia o las escribe."

Abogo




Isaac Villamizar
Abogo por el respeto, no por el miedo. Abogo por la confianza, no por la desesperanza. Abogo por la tranquilidad, no por la agitación. Abogo por la moderación, no por el exceso. Abogo por la honestidad, no por la trampa.
Abogo por la lealtad, no por la traición. Abogo por la idoneidad, no por la incompetencia. Abogo por la independencia, no por la sumisión. Abogo por la riqueza, no por la pobreza. Abogo por el prestigio, no por el descrédito. Abogo por el afecto, no por la antipatía.
Abogo por la transformación, no por el estancamiento. Abogo por la creación, no por la aniquilación. Abogo por la adjudicación, no por la expropiación. Abogo por lo fértil, no por lo árido. Abogo por la certeza, no por la duda. Abogo por el orden, no por la revolución.
Abogo por el estudio, no por la ignorancia. Abogo por la inteligencia, no por la torpeza. Abogo por la pluralidad, no por la uniformidad. Abogo por la sociedad, no por el desencuentro. Abogo por la perspectiva, no por lo caduco. Abogo por la cortesía, no por el ultraje. Abogo por la dignidad, no por la ignominia. Abogo por la responsabilidad, no por la impunidad. Abogo por la puntualidad, no por el descuido. Abogo por la alegría, no por el disgusto. Abogo por el arrojo, no por la pusilanimidad. Abogo por el servicio, no por la desatención. Abogo por la productividad, no por la pérdida.
Abogo por la mujer, no por la esclava. Abogo por el trabajo, no por la dádiva. Abogo por el apoyo, no por la zancadilla. Abogo por la asertividad, no por la negación. Abogo por la gente, no por la turba. Abogo por la moraleja, no por la burla. Abogo por la sencillez, no por la nimiedad. Abogo por la concordia, no por la discordia. Abogo por la lógica, no por lo absurdo. Abogo por la abundancia, no por la escasez. Abogo por la luz, no por las tinieblas. Abogo por la patria, no por el desierto. Abogo por el país, no por el extraño. Abogo por lo propio, no por lo foráneo.

Actuación jurídica de Carlos Escarrá



Isaac Villamizar
Como ser humano lamento la muerte de otro ser humano. “¡La vida pasa, rápida caravana! Detén tu montura y procura ser feliz”, nos aconseja el afamado poeta persa Omar Khayyam. En realidad, como afirma San Agustín, la vida feliz no puede ser otra que la eterna, porque allá no hay muchos días felices, sino uno solo.
Fui un crítico severo de la actuación como abogado y como jurista de Carlos Escarrá. Recuerdo que recién iniciada mi carrera profesional, hace 26 años, muchos colegas me ponderaban el conocimiento jurídico de Escarrá, quien era un reconocido catedrático universitario y luego incursionó en los máximos estrados judiciales. Amigos colegas comunes, con frecuencia, me contaban que le consultaban sobre casos y criterios jurídicos, especialmente en el campo del Derecho Administrativo. Posteriormente observé, con especial atención, su actuación en el Tribunal Supremo de Justicia, en la promoción de la propuesta de Reforma Constitucional y en la legislatura nacional. En estos campos - creo que al igual que muchos venezolanos - escrutaba sus opiniones, intervenciones y dictámenes, repito, con gran rigurosidad. Ello porque quienes ejercemos funciones públicas estamos sometidos a la evaluación del colectivo. Además, cuando se ejerce un cargo de representación popular por elección, hay un principio insoslayable que orienta la actuación de cualquier funcionario público, como lo es el de la rendición de cuentas. La actuación en la gestión pública produce efectos no sólo en la esfera privada e intereses particulares de los administrados, sino también afecta un conglomerado que está en su derecho de exigir explicaciones de ese proceder. De tal manera que, muchas veces, no sólo como abogado, sino también como ciudadano, me preguntaba del por qué de algunos argumentos de Escarrá en esas instancias que, evidentemente, contrastaban con la legalidad y hasta con la justicia. La respuesta no puede encontrarse en otra dimensión que no sea la política. Pero me refiero a la política (en minúscula) que no se detiene en distorsionar lo que más bien debe asegurar: el bien común. Es la política que, lamentablemente, hace todo permisible. Por eso Bismarck asentaba que la política no es una ciencia exacta. La política acomoda a las circunstancias y las circunstancias acomodan a la política. Tal vez dista esta actuación de la Política (con mayúscula) estudiada por Aristóteles, para quien la esencia del hombre, su naturaleza fundamental, su expresión como ser humano está precisamente en su sentido gregario y en su disposición de convivencia, considerando incluso las jerarquías sociales. Eso es lo que yo entiendo por Alta Política. Sin embargo, creo que Escarrá, absorbido por una ideología, respetable, pero no compartida por todos, olvidó este camino del fin de la Política, y colocó el Derecho bajo las circunstancias moldeables de la política.
Cuando Escarrá intervino con denuedo, con pasión política y hasta con cierta irreverencia en la propuesta de Reforma Constitucional para defender los cambios de la Carta Magna, que lesionaban no sólo los postulados republicanos, el Estado de Derecho y los basamentos básicos de un sistema de normas supremas, y cuando desde la Asamblea Nacional, como Diputado, especialmente en el período legislativo anterior, favoreció de manera acérrima la promulgación de leyes evidentemente inconstitucionales que incorporaron de manera impropia al ordenamiento jurídico lo que los venezolanos habíamos rechazado en la Reforma Constitucional, no hizo otra cosa que supeditar los principios elementales del Derecho a esa política circunstancial. Y nótese que me refiero a principios, muy diferentes a los criterios, opiniones y juicios que se puedan tener como abogado, como intérprete de la ley y como magistrado. No es lo mismo principios que criterios. Los criterios devienen del estudio, del conocimiento, de los métodos de exégesis y hermenéutica jurídica. Los principios nos afirman en nuestra conciencia, nos someten al ojo implacable de la ética. Si nuestros principios controlan nuestras decisiones de hoy, con seguridad las de mañana se cuidarán ellas mismas. Es que los principios sólo se modifican cuando se practican con los hechos. Creo que Escarrá olvidó muchas veces esos principios jurídicos que en la cátedra universitaria, esa que el mismo dirigió, nos inculcaron cuando éramos aspirantes a ser cultores del Derecho. Tal vez, en pleno debate político, Escarrá se olvidó de aquellas máximas de Angel Ossorio, ex Decano del Colegio de Abogados de Madrid, inmortalizadas en su obra “El Alma de la Toga”, de obligada lectura para cualquier jurista estudioso: “No pases por encima de un estado de tu conciencia”; “Ten fe en la razón que es lo que en general prevalece”; “Pon la moral por encima de las leyes”; “Busca siempre la justicia por el camino de la sinceridad y sin otras armas que las de tu saber.” Escarrá, con su actuación jurídica, contribuyó a desmontar un Estado de Derecho, constitucional, democrático, y de libertad, hacia un Estado interventor, centralizado y autocrático. Que sea la historia futura la que valore las consecuencias de este proceder, apreciación que deberá estar desprovista de cualquier malsano resentimiento, impropio de almas dignas y nobles. Que sea la Divina Providencia la que juzgue su persona. Porque, al decir de Platón, “Dios es verdad y luz en la sombra.”