Isaac Villamizar
No vivimos aisladamente del mundo. El ser humano y la propia naturaleza van generando cambios a medida que los giros de rotación y traslación nos van llevando por los confines del tiempo. Saber lo que ocurre a su alrededor es parte de la esencia del hombre. Recibir la información del entorno, procesarla y actuar en consecuencia, es un derecho natural. Nadie ni nada podrá eliminar nunca jamás ese cimiento que identifica al ser humano. Si otras vidas inteligentes nos están mirando, tal vez les parecerá risible que los humanos a veces hacemos esfuerzos continuos por torpedear la comunicación entre nosotros.
La información nos ayuda no sólo a satisfacer esa curiosidad propia por estar al tanto de los acontecimientos locales, nacionales e internacionales. También es un mecanismo para tomar nuestras propias medidas en razón de la existencia y muchas veces de la subsistencia. Por ser una conducta individual y social, el Derecho regula ese proceso. Pero lo norma para asegurarnos, a todo ser pensante, su ejercicio libre, sin cortapisa, para instruir cómo se puede garantizar su ejercicio. Nunca el Derecho regula la libertad de información para suspenderlo, para ponerlo al servicio de intereses particulares o públicos, de los cuales medien intenciones a convenir. De allí que la Declaración Universal de los Derechos Humanos reconoce la libertad de opinión y expresión. Y los tratados Internacionales amplían el alcance de este derecho, para aseverar que la libertad de expresión comprende la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones de toda índole. Nuestra Constitución, tan vapuleada, aún contempla el derecho a la información oportuna, veraz e imparcial, sin censura. Gran discusión generó este tema en la Constituyente de 1999, pero fue el propio sector oficialista quien impuso que la información así quedara calificada.
Entonces, cuando Cable News Network, conocida como CNN, desde julio de 1980, o cuando Globovisión, desde diciembre de 1994, transformaron el esquema noticioso televisivo para que los espectadores contemplaran las noticias en tiempo real, a medida que los acontecimientos se iban desarrollando, y con ello dejaron una huella social profunda, no estaban haciendo otra cosa sino colocarse en sintonía con las necesidades reales y naturales de los televidentes. Reportajes en directo y en vivo desde cualquier parte del planeta, con audio y video, las 24 horas, no era otra cosa sino favorecer, con el apoyo de la telecomunicación, el viejo sueño de la ubicuidad.
Esta verdadera revolución de darle al espectador el acceso a la información actualizada en segundos, no puede ser vista con agrado por aquellos gobiernos que con ello reciben presión cada vez mayor para tomar decisiones rápidamente, adecuadas al colectivo, y responder de inmediato a los acontecimientos. Es cuando, entonces, el Poder del Estado, valiéndose de ardides legales y judiciales, interfiere en este derecho a la información, y con su control oficial, con medios directos e indirectos, impide la libre circulación de ideas, opiniones e informaciones. Malsano propósito que queda sobrepasado con la era de la sociedad del conocimiento e información, en la cual cada internauta, cada usuario de telefonía móvil, cada navegante online de la red, es quien domina la fuente de la información. Estar informado, es ser libre. Y ser libre, es ser humano.
No vivimos aisladamente del mundo. El ser humano y la propia naturaleza van generando cambios a medida que los giros de rotación y traslación nos van llevando por los confines del tiempo. Saber lo que ocurre a su alrededor es parte de la esencia del hombre. Recibir la información del entorno, procesarla y actuar en consecuencia, es un derecho natural. Nadie ni nada podrá eliminar nunca jamás ese cimiento que identifica al ser humano. Si otras vidas inteligentes nos están mirando, tal vez les parecerá risible que los humanos a veces hacemos esfuerzos continuos por torpedear la comunicación entre nosotros.
La información nos ayuda no sólo a satisfacer esa curiosidad propia por estar al tanto de los acontecimientos locales, nacionales e internacionales. También es un mecanismo para tomar nuestras propias medidas en razón de la existencia y muchas veces de la subsistencia. Por ser una conducta individual y social, el Derecho regula ese proceso. Pero lo norma para asegurarnos, a todo ser pensante, su ejercicio libre, sin cortapisa, para instruir cómo se puede garantizar su ejercicio. Nunca el Derecho regula la libertad de información para suspenderlo, para ponerlo al servicio de intereses particulares o públicos, de los cuales medien intenciones a convenir. De allí que la Declaración Universal de los Derechos Humanos reconoce la libertad de opinión y expresión. Y los tratados Internacionales amplían el alcance de este derecho, para aseverar que la libertad de expresión comprende la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones de toda índole. Nuestra Constitución, tan vapuleada, aún contempla el derecho a la información oportuna, veraz e imparcial, sin censura. Gran discusión generó este tema en la Constituyente de 1999, pero fue el propio sector oficialista quien impuso que la información así quedara calificada.
Entonces, cuando Cable News Network, conocida como CNN, desde julio de 1980, o cuando Globovisión, desde diciembre de 1994, transformaron el esquema noticioso televisivo para que los espectadores contemplaran las noticias en tiempo real, a medida que los acontecimientos se iban desarrollando, y con ello dejaron una huella social profunda, no estaban haciendo otra cosa sino colocarse en sintonía con las necesidades reales y naturales de los televidentes. Reportajes en directo y en vivo desde cualquier parte del planeta, con audio y video, las 24 horas, no era otra cosa sino favorecer, con el apoyo de la telecomunicación, el viejo sueño de la ubicuidad.
Esta verdadera revolución de darle al espectador el acceso a la información actualizada en segundos, no puede ser vista con agrado por aquellos gobiernos que con ello reciben presión cada vez mayor para tomar decisiones rápidamente, adecuadas al colectivo, y responder de inmediato a los acontecimientos. Es cuando, entonces, el Poder del Estado, valiéndose de ardides legales y judiciales, interfiere en este derecho a la información, y con su control oficial, con medios directos e indirectos, impide la libre circulación de ideas, opiniones e informaciones. Malsano propósito que queda sobrepasado con la era de la sociedad del conocimiento e información, en la cual cada internauta, cada usuario de telefonía móvil, cada navegante online de la red, es quien domina la fuente de la información. Estar informado, es ser libre. Y ser libre, es ser humano.
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