miércoles, 27 de marzo de 2013

Sentido de la vida

Isaac Villamizar


¿Por qué estoy aquí? ¿Qué busco hacer en esta vida? ¿Tiene sentido lo que estoy haciendo? Son las preguntas existenciales que con frecuencia nos hacemos. Habría que comenzar por saber qué connotación tiene el término sentido. El sentido de una palabra aduce a lo que quiere decir; el sentido de una señal es lo que quiere indicar o advertir; el sentido de un objeto está referido a su funcionalidad; el sentido de una obra de arte es lo que el autor quiso expresar con ella; el sentido de una conducta o de una institución es lo quiere conseguirse a través de ella. Se trata de determinar la intención que anima a algo. La intención está vinculada con la vida, a conservarla, reproducirla, diversificarla.

¿Qué quiere la vida? Muchas respuestas pueden aparecer. El sentido de la vida de una persona concreta es difícil de identificar conceptualmente, porque es difícil de aislar. Está determinado por cada pensamiento, cada emoción, cada acción, cada respuesta, cada elección, cada valor, en fin, por el total de su personalidad. Sin embargo, generalmente, para encontrar el sentido de la vida buscamos otra cosa, algo que no sea la vida ni que esté vivo, algo más allá de la vida. Filosóficamente se dice que la vida no tiene en realidad sentido, porque los demás sentidos remiten mediata o inmediatamente a ella. No nos queda sino concluir que al preguntarnos por el sentido de la vida, lo que queremos saber es si nuestros esfuerzos morales serán recompensados, si vale la pena trabajar honradamente y respetar al prójimo, si nos espera algo más allá y fuera de la vida o sólo la lápida.

Reflexionar sobre el sentido de la vida nos lleva a la gracia mayor: la de haber nacido y estar vivos. Cuando el ser humano constata que está aquí y ahora, hay una exaltación. Ello nos produce alegría y nos encamina a la felicidad. Celebramos la vida misma porque ya tuvimos la suerte universal de conocer mundo. ¿A quién le quedará ese sentido? ¿A nosotros o a quienes nos sucedan? Preguntas que siguen dándonos qué pensar.

Muchas personas viven atrapadas en un mundo que ya no les ofrece motivación. No son felices. Mucha gente así lo cree y así lo vive. Buscan en su pasado y piensan que antes todo era mejor. Creemos erróneamente que aquellas circunstancias de tiempo atrás fueron las determinantes de su felicidad y que recuperándolas volverá la dicha a su vida. En verdad esto es un gran error. En mi caso particular pienso que encontrarme bien en un nivel emocional, tener una mente sana, entrenarme para ver la vida positivamente y disfrutar de cada posibilidad que nos ofrece nuestra vida actual, me ofrecen respuestas sobradas del por qué vivir. No hay que buscar mucho. Podemos ser felices prácticamente en cualquier circunstancia y edad. Nuestro presente es suficiente para disfrutar plenamente de la existencia. Nuestro futuro podría ser mejor si aprendemos a pensar bien, para sentirnos bien, si dejamos de quejarnos y resolvemos, decididamente, a valorar favorablemente lo que ya poseemos. ¡Qué poco es necesario para ser felices! La fuente de la felicidad, el bienestar emocional, no se halla en logros externos. Se halla en nosotros mismos, en nuestra mente, y lo más fabuloso es que podemos acceder a ella cada vez que queramos. Tenemos la capacidad humana para apreciar la belleza de cualquier cosa y de cualquier lugar. Para sentirnos bien, entonces, sólo basta fijarnos en lo que poseemos y no en lo que nos falta. Así podemos responder las preguntas del sentido de la vida.

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