*ISAAC VILLAMIZAR
Asistimos en Venezuela a horas menguadas del derecho a la comunicación. Tendrán que sancionar otra Constitución, porque la vigente ya no tiene más artículos para que esta dictadura los viole. Es una cadena – indetenible y desaforada como otras – de vulneración contra nuestro derecho que sí es sagrado y natural: el de expresarnos libremente.
Han sido dos días aciagos. En el primero la Fiscal General presenta un bodrio jurídico y comunista, con la propuesta de Ley contra Delitos Mediáticos. La seguridad del gobierno (que con estas acciones demuestra ser inseguro) no puede estar por encima de las libertades de expresión e información. Podrán intentar meternos miedo a los dueños de medios, directivos, productores independientes, periodistas, locutores, conferencistas, artistas y cualquier persona que quiera expresar su pensamiento, idea u opinión. Pero nosotros, los comunicadores, no somos sino instrumentos de las voces del pueblo, al que jamás podrán silenciar. Es cierto que al Derecho le interesa la expresión cuando ésta se exterioriza y más aún cuando se hace pública, pero el ser humano, sociable y expansivo por esencia, con esta limitación radioeléctrica e impresa, buscaría cualquier otro medio para interrelacionarse. Ninguna norma jurídica espuria logrará secuestrar su conciencia y su pensar. ¿Qué persona o medio de comunicación actualmente, con impunidad, lesiona la difusión de la información veraz e imparcial? ¿Qué persona o medio nos agrede irrefrenable y diariamente la salud mental y moral del país, transformando mediáticamente lo cierto en mentira, lo virtuoso en perverso, la tranquilidad en zozobra?
Seguidamente, en otro día infausto, este gobierno intolerable y con resolución cabildada, saca del aire a 34 emisoras de radio. Amigos lectores: la radio es el medio más popular y a la vez el de mayor riqueza de audiencia. Lo escucha el pobre y el rico, el ilustrado y el analfabeto, los niños y adultos, el nacional y el extranjero. A todos nos llega su información, entretenimiento y formación. Nos llega a todos al mismo tiempo, de manera instantánea, en el propio momento en que ocurre la acción. Lo hace de manera directa, de antena transmisora a la antena receptora. La radio nos acompaña en la casa, penetra nuestro hogar para deleitarnos, mientras hacemos otra actividad. (Siempre invito a mis oyentes a desayunar dominicalmente conmigo, mientras me escuchan). La radio nos ambienta el trabajo en la oficina o en la calle. La radio es nuestro pasajero en el carro, que alegra nuestra ruta. Bajar la switchera y apagar los transmisores pretende atentar contra su intimidad personal, de la cual la radio es parte. Secuestrar y meter presa a la onda radioeléctrica (entiéndase un bien de dominio público de la República, más no del gobierno), implica acabar con el hechizo del poder de sugestión del medio radial, con su influjo de estimulación de la imaginación, con su mística capacidad de suscitar imágenes y de cautivar al receptor.
Quieren acabar con la expresividad de la radio, con los recursos que ella tiene a través de la simbiosis de la palabra, música y sonido. Pretenden cortar la comunicación afectiva que le habla al intelecto del oyente, que lo convoca a su sensibilidad y a su participación emotiva. Desean limitar la fuerza de percepción que posee el medio (que está en el radioescucha y no en la emisora, como erróneamente lo plantea el artículo 6 de la Ley contra Delitos Mediáticos). A lo mejor lograrán meter presa a la radio. ¿Y al mensaje? *Abogado y Locutor
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