Blog conmemorativo para el espacio que se dedicó a analizar, comentar y orientar al lector sobre temas jurídicos venezolanos de interés general. Este blog se originó desde el programa radial del mismo nombre creado en 1985 en Radio Difusora cultural del Táchira. Se transmitió semanalmente, los días Sábado, por Radio Noticias 1060 A.M. y por Ecos del Torbes en San Cristóbal, Edo. Táchira, Venezuela.
sábado, 23 de julio de 2011
Carta, ¿Magna?
Etiquetas:
Carta Magna,
Constitución de Venezuela,
Derechos Constitucionales,
Derechos Humanos,
Libertad
Publicado por
Isaac Villamizar
Isaac Villamizar
En 1214, el rey inglés Juan I, llamado Juan sin Tierra, era impopular entre los barones ingleses. Les obligaba a pagarle muchas multas. El rey había perdido la guerra contra el monarca francés Felipe. Regresó a casa e intentó volver a llenar las arcas reales imponiendo unos elevados impuestos a los barones que no habían apoyado su campaña bélica en el continente. El Arzobispo de Canterbury les mostró una vieja carta en que el rey Enrique I – que era francés – prometía observar las costumbres de los ingleses. Entonces decidieron redactar una carta en que quedaran consignados los derechos de los ingleses y que obligaba al rey a que jurase respetarla en lo sucesivo. Ese pacto garantizaba una serie de libertades fundamentales y ponía límites absolutos al monarca, que se resumían en una declaración bautizada como Carta Magna. El documento recibió el sello real y se ordenó que fuera leído en todas partes. Suponía un compromiso no sólo para el rey Juan, sino también para sus herederos, por los siglos de los siglos.
Siendo beneficiario cualquier hombre libre, la Carta Magna está considerada como la piedra fundacional de la libertad y el imperio de la ley en Inglaterra, así como el origen de la monarquía constitucional. Más adelante constituiría una fuente de inspiración para los colonos norteamericanos en su lucha por la independencia. La Carta Magna, Gran Carta en latín, es uno de los antecedentes de los regímenes políticos modernos en los cuales el poder del monarca o presidente se ve limitado por un consejo, senado, congreso, parlamento o asamblea.
De allí que se ha asimilado el concepto de Carta Magna al de Constitución, porque ésta es la norma fundamental de un estado soberano, aceptada para regirlo, en la cual se fijan los límites y define las relaciones entre los poderes del estado, y de éstos con los ciudadanos.
Nuestra Carta Magna es un documento que actualmente no obliga al Estado. Los ciudadanos no sentimos que ella imponga, primordialmente al Poder Ejecutivo y Legislativo, el compromiso de respetar las libertades y los derechos de los ciudadanos. Nuestra Carta Magna, a pesar que ella preceptúa que es la norma suprema y el fundamento del ordenamiento jurídico y que todas las personas y los órganos del Poder Público están sujetos a la misma, no inspira sino frustración, porque el ciudadano no la estima como un instrumento que imponga con certeza el compromiso de su cumplimiento. Nuestra Carta Magna es vulnerada a diario por los representantes del Poder Ejecutivo, es interpretada a gusto y conveniencia del máximo tribunal, y extravió los mecanismos para restituir el Estado de Derecho que ella estatuye. Nuestra Carta Magna ya no es proteccionista de los derechos humanos. Nuestra Carta Magna está abandonada a su suerte, porque si bien ella dispone que todo ciudadano investido o no de autoridad tiene el deber de colaborar en el restablecimiento de su efectiva vigencia, cuando deja de ser observada por actos de fuerza o sea derogada por cualquier otro medio distinto al previsto en ella, no hay nadie que se ocupe de hacerla cumplir a cabalidad. Nuestra Carta Magna perdió los mecanismos coactivos para imponer al Poder Público, los límites de su actuación. Nuestra Carta dejó de ser Magna.
jueves, 7 de julio de 2011
La vida es un papel
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tarjeta electrónica
Publicado por
Isaac Villamizar
Isaac Villamizar
Cuando venimos al mundo llegamos con cuerpo, alma y espíritu, Y al irnos de aquí, dejamos cuerpo y alma, trascendiendo el espíritu, según muchas religiones. En nuestro primer soplo y llanto, agarrados de los pies del partero, no tenemos sino lágrimas que nos identifican. El Derecho dice que tenemos en ese justo instante, en principio, personalidad jurídica. Basta que hayamos nacido vivos, para reconocernos la cualidad de persona.
Pero tan pronto entramos en el retén de nacidos y en la incubadora, comienza el ejercicio de un derecho fundamental: el de la identidad. Somos quienes somos y no otra persona. Y ese derecho, en su antecedente, parte de un nombre que nos han asignado al pie de la cuna, en una etiqueta. A los pocos días se inicia formalmente nuestra vida civil inscribiéndonos en el Registro Civil de Nacimientos. Nos expiden una Partida de Nacimiento, documento que prueba que nacimos.
Casi inmediato a esta certificación de la vitalidad de la persona, comienza para ella, por toda su existencia, el “papeleo” que le seguirá, incluso hasta después de morir. Si no hay cédula no podemos hacer ninguna gestión, Para viajar nos asignan un pasaporte. Para conducir necesitamos de una licencia. Para donar sangre u obtener otros trámites se requiere un carnet del grupo sanguíneo. Si vamos a comenzar un oficio, en muchas partes, nos exigen un certificado de salud. Una calcomanía del censo en la puerta de la casa nos dice que ya la estadística nos considera población del país. En el trabajo nos cuelgan un carnet en el cuello para identificarnos como miembro de la organización. Hasta para acceder, en ciertas instalaciones, a áreas restringidas, ese carnet es necesario exhibirlo.
Ser adulto, entonces se nos vuelve complicado. Nos vemos inmersos en una serie de trámites, a los cuales debemos dedicarles bastante tiempo, para que nos acepten en la sociedad. Y si no cumplimos con esas diligencias, podemos seguir respirando y viviendo, pero no evolucionando.
A medida que hemos entrado en la vida digital, en la era electrónica, en los adelantos de la
informática, los papeles se han convertido en tarjetas inteligentes con chip incorporado. El plástico con esta tecnología, no sólo brinda capacidad de almacenamiento de información, seguridad en transacciones y mayor funcionalidad, sino también nos ha asignado un número de tarjeta, junto con una contraseña, para poder realizar operaciones electrónicas, sea en el banco, sea en la red, sea en Internet, sea en Intranet. Nuestro correo, ahora digital, solo nos permite establecer comunicación, única y exclusivamente con estos datos inteligentes. Nuestras tarjetas electrónicas de crédito, de débito, de cesta ticket, de acceso las puertas de la oficina, se han trocado – de papel al plástico – en documentos esenciales para la inhalación y exhalación del oxígeno electrónico. ¿Qué es esto? ¿Desde cuándo dejamos de ser personas para convertirnos en etiquetas numéricas IP, protocolos de acceso a redes, contraseñas, claves y passwords, que autentican ahora cómo nosotros somos usuarios electrónicos encapsulados, y no cuerpo, alma y espíritu?
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