Cuando Chávez
el 30 de abril de 2012 le colocó el “Cúmplase” al Decreto Ley Orgánica del
Trabajo, Los Trabajadores y Las Trabajadores, al lado de su firma, en el texto
original reproducido en la Gaceta Oficial, escribió “Justicia Social”. Y quien
hoy funge como Presidente de la República, siendo Ministro de Relaciones
Exteriores, con su puño y letra, allí mismo, rotuló “Venceremos”. En esta Ley
del Trabajo se enuncia como principio que el trabajo es un hecho social y goza
de protección como proceso fundamental para alcanzar los fines del Estado, la
satisfacción de las necesidades materiales, morales e intelectuales del pueblo
y la justa distribución de la riqueza. Asimismo, en la ley se asegura que el
proceso social del trabajo tiene como objetivo esencial la producción de bienes
y servicios que aseguren la independencia económica, así como la participación
activa, consiente y solidaria de los trabajadores en los procesos de transformación
social.
Si de
justicia social se trata, tal como lo autografió el difunto presidente, el
trabajo debe propender no sólo a la igualdad de oportunidades, a una
distribución de la riqueza que reduzca
la diferencia entre los ricos y los
necesitados, a la solicitud y consecución del bien común con el esfuerzo de
todos, a darle a la justicia la connotación de la preocupación social para el
desarrollo humano y de la sociedad, sino también a utilizarse como un mecanismo
para superar la pobreza, el desempleo y la explotación a través de ideologías
aberrantes.
Venezuela no
llegará nunca a estadios de verdadera justicia social si no se cultiva,
promociona y defiende el trabajo, la ocupación digna y el esfuerzo común. Los
países que han estado en la mayor miseria, luego de guerras, catástrofes naturales
y debacles económicas, y que luego han llegado a niveles envidiables de calidad
de vida, lo han conseguido, primordialmente, entendiendo que con la educación y
el trabajo se derrotan las dificultades. Qué contradicción tan grande cuando
Chávez y el presidente actual firman una Ley del Trabajo que reproduce el
principio constitucional de que la educación y el trabajo son procesos
fundamentales para alcanzar los fines del Estado, entre ellos, el desarrollo de
la persona y la promoción de la prosperidad y bienestar del pueblo, y quien nos
gobierna le da por acabar progresiva y reiteradamente con el trabajo,
decretando la vagancia. Que diría el difunto presidente, propulsor de la
justicia social, del legado que ha tomado el presidente obrero. Ciertamente,
nunca “venceremos” la pobreza material, mental y espiritual, con semejantes
acciones absurdas y discordantes.
Es que
estamos dirigidos en el país no sólo por maleantes, con amplio prontuario
policial y delictivo, sino también por indolentes, tardos y ociosos, que
pretenden inocular en la población tanto desgano. Me recuerdan la Ley de Vagos
y Maleantes, que estuvo vigente durante toda la llamada Cuarta República, en la
cual se definía a los vagos, entre otros, como aquellos que habitualmente y sin
causa justificada no ejercían profesión ni oficio lícito y que por tanto
constituían una amenaza para la sociedad, así como los que habitualmente
transitaban por la calle promoviendo y fomentando la ociosidad y otros vicios;
y a los maleantes, entre otros, como aquellos rufianes, brujos, hechiceros que
explotaban la ignorancia y la superstición ajena, y los que habitualmente ocurrían
a la amenaza de algún daño inmediato contra las personas o sus bienes con el
objeto de obtener algún provecho, utilidad o beneficio. Y aunque la extinta
Corte Suprema de Justicia, en 1997, la declaró inconstitucional, no está muy
lejos el gobierno de reactivar esta ley, de seguir con esta inactividad.
Venezuela urge
producir. Y lo requiere con el talento, la ocupación digna, la destreza
continua y las ganas de “echarle pichón”, al mejor decir popular. Venezuela exige conciencia colectiva de los
inmensos beneficios que el trabajo arduo puede generar. En los despachos de los
gobernantes venezolanos debería estar enmarcado el pensamiento de Albert
Einstein: “El estímulo más importante para el trabajo, en la escuela y en la
vida, es el placer de trabajar, el placer de sus resultados, y el conocimiento
del valor del resultado para la comunidad.”