lunes, 18 de abril de 2016

El Derecho contra los diabólicos

Isaac Villamizar

En estos días me he puesto a pensar sobre el sentido y la pertinencia de estudiar y ejercer el Derecho, aquella disciplina que mis magníficos y doctos profesores de la UCAT, hace ya más de 30 años, me dijeron y enseñaron que pretendía ofrecerle a la sociedad, como fines supremos, la justicia, el bien común, el orden y la seguridad jurídica.

Allí aprendí que el Derecho es la agrupación sistematizada de normas, reglas o principios, jerárquicamente establecidas y relacionadas entre sí, para regular conductas en sociedad, señalar cómo deben cumplirse los actos e imponer y hacer obligatorias esas normas mediante la coercibilidad, producto de la competencia que se le confiere al poder público. Aprendí que el Derecho busca lograr un ambiente de paz y libertad, en el cual la Constitución, la ley y las demás normas que conforman el ordenamiento jurídico aseguren para todos la vida, la integridad, el trabajo, la educación, la salud y la justicia social. Pero veo que en el país las normas jurídicas son manejadas al antojo y capricho de los gobernantes de turno, violentándolas con el mayor cinismo, imponiendo los titulares de los órganos públicos sus propios códigos.
 
En la universidad aprendí que la justicia es la perpetua voluntad de dar a cada uno lo suyo, conforme a su dignidad como persona; el ordenamiento jurídico se coloca al servicio de dar a cada quien lo que le es propio en sociedad. Pero veo en Venezuela cómo los enchufados corruptos se toman lo que no es suyo, lo que es de todos, para usufructuarlo en el exterior; se excluyen de beneficios a quienes no comparten un pensamiento único. En la universidad aprendí a que el bien común consiste simultáneamente en el bien de la sociedad y en el de los individuos en cuanto la integran; que el bien común es el conjunto organizado de condiciones sociales gracias a las cuales los ciudadanos pueden desarrollar en forma plena su personalidad, y que como reunión de valores y experiencias, la comunidad puede conservar y progresar en su bienestar material, moral e intelectual. Pero veo a Venezuela tan deprimida, tan angustiada, tan atormentada, tan maltratada en toda su población, carente de los más elementales beneficios materiales, espirituales e intelectuales.
 
En la universidad aprendí que con el orden el Derecho refleja la fuerza superior de su ordenamiento jurídico para evitar las arbitrariedades individuales, y así imponer el tranquilidad. El orden supone una estructura normativa indispensable para la permanencia, la estabilidad, la perpetuación de la sociedad y la concordia social. Sin el orden, los pueblos están condenados a desaparecer o a vivir con hostilidades, con caos, con anarquía. Pero veo a Venezuela atrapada en enfrentamientos, en confrontaciones violentas, en la imposición de la ley del abuso, con unos  militares parcializados políticamente, y donde se niegan todas las libertades y todos los derechos, utilizándose para ello el poderío brutal. En la universidad aprendí que la seguridad jurídica permite la garantía que se le da al individuo para que sus bienes y derechos no serán objeto de ataques violentos, y si éstos llegaran a producirse, la sociedad, a través del poder público, le asegura protección, reparación de los daños causados y sanción a los responsables. Pero veo a Venezuela en la que se cometen tantas atrocidades contra los individuos y sus propiedades, con tal grado de persecución a la disidencia, al pluralismo, a la denuncia, a la crítica opositora, con un terrorismo judicial y órganos de investigación que fabrican expedientes amañados a quienes enfrentan al gobierno, en donde la impunidad rompe todos los records mundiales.
 
Y cuando veo y siento a esta Venezuela tan alejada de esos principios, se enredan en mi fuero interno sentimientos encontrados, de dudas, a veces de frustración, de pesimismo, de contradicciones entre lo que aprendí, lo que veo y lo que a su vez debo enseñar a mis alumnos. Me embarga una nostalgia, y hasta un desequilibrio intelectual, que no logro explicar claramente. Pero, entonces, pienso en mi hija, en la Venezuela que yo disfruté, joven, estudiante y hasta recién graduado de profesional, y en la Venezuela que quiero dejarle a ella, lar donde he echado raíces, para ofrecer lo mejor de mí. Es cuando, me agito, reacciono, despierto, y me digo: “tengo que seguir luchando, no puedo dejarle a mi hija un país lleno de forajidos, delincuentes, perversos y diabólicos que pretenden truncar el futuro, las oportunidades y las esperanzas”. Entonces, con mi ejercicio profesional, orientado con esos principios, y con esta labor comunicacional de orientación  legal, de reflexión, de formación y de concienciación, para sacar de la ignorancia a los incautos oprimidos, puedo hacer lo mío por Venezuela y por mi hija.

No hay comentarios: