domingo, 23 de abril de 2017

Pandora nos ofrece la esperanza


Isaac Villamizar
Zeus llamó a la graciosa doncella “Pandora”. Le dijo “tu nombre significa la mujer ‘de todos los dones’. A los que acabas de recibir añado éste mío. Se trata de este cofrecillo que llevarás contigo cuando bajes a la Tierra. Contiene todos los males que pueden hacer llorar, sufrir, destrozar a los hombres. Guárdate, pues, de abrirlo por nada del mundo. Si lo hicieras, los males se esparcirían por la Tierra, mientras que aquí permanecerán encerrados, eternamente presos, sin que puedan perjudicar a nadie.” Pero la curiosidad de Pandora, poco a poco, empezó a inquietar su pensamiento. ¿Qué contenía el precioso cofrecillo regalado por Zeus? ¿Todos los males? ¿Y si abriese apenas un poquito la tapa y mirase con precaución por la rendija para ver cómo eran? Pandora levantó la tapa, e inclinó el rostro hacia la breve abertura, pero tuvo que apartarse rápidamente, presa del mayor espanto. Un humo denso, negro, acre, salía en enormes espirales del cofre, mientras mil horribles fantasmas se dibujaban en aquellas tinieblas que invadían el mundo y oscurecían el sol. Eran todas las enfermedades, todos los dolores, todas las fealdades y todos los vicios. Y todos ellos, rápidos, incontenibles y violentos, salían del cofre irrumpiendo en las tranquilas moradas de los hombres.  En vano, Pandora trataba afanosamente de cerrar el cofre, de cortar el paso a los males, de remediar el desastre. El destino inexorable se cumplía y desde entonces la vida de los hombres fue desolada por todas las desventuras desencadenadas por Zeus. Cuando todo el humo denso se esfumó en el aire y el cofre parecía vacío, Pandora miró al interior, y vio todavía un gracioso pajarillo de alas tornasoladas. Era la esperanza. Se apresuró a cerrar el cofre impidiendo así que la esperanza se escapara como el resto de su contenido. Desde entonces, la esperanza se conserva guardada en el rincón más profundo de los corazones de los hombres.
Los demonios, los monstruos y los fantasmas se han desatado desde hace años. Nos han hundido en tinieblas ruines y detestables. Jugaron con nuestra curiosidad, y en muchos con su ingenuidad. Nos han hipnotizado con una recurrente angustia. Nos llenamos de impaciencia, pensamos que las opciones están agotadas. El horizonte se nos torna inalcanzable. Pareciera que nuestra protesta existencial se torna sorda, mientras que la ignorancia mantiene a unos cuantos en esclavitud.  Pero es cuando debemos revisar con cuidado ese cofre, esa caja de Pandora y buscar hasta lo último. Es cuando allá muy dentro de nosotros hay que ir en búsqueda de la esperanza, y no desfallecer en su encuentro. La esperanza es importante porque nos ayuda a fijar la atención en el lado positivo del presente, así como en el futuro.  Es la realidad la que nos habla. Y la realidad nos está diciendo que hemos avanzado mucho, en comparación con meses atrás. El enemigo está débil, la angustia la vive ahora él. Se le han escapado sus propios demonios incontenibles y violentos y no sabe cómo recogerlos. El enemigo está adolorido y reacciona con fiereza, con represión, con desesperación.
Entonces, la esperanza es la vía de triunfo. Es necesaria la fortaleza, la resistencia y la paciencia, para hacer volar ese pajarillo de alas tornasoladas. La esperanza implica el arte de durar, porque ella tiene necesidad de tiempo. Hagamos una pausa cuando nos sintamos desbordados. No pasa nada por dejar aparcados los asuntos en un segundo plano en ciertos momentos. Incluso los asuntos más importantes no lo son tanto como el propio bienestar. Si nos tomamos la esperanza con calma, podremos establecer objetivos, claros, concretos, medibles, realistas a corto plazo. Que no sean expectativas excesivas, para no frustrarnos. Tampoco para la esperanza es útil encerrarnos en prolongadas temporadas negativas. Es que la esperanza nace de cada uno y vuelve a cada uno. Una persona positiva es aquella esperanzada. Hay que cultivar la autoconfianza, porque la propia visión que nosotros tenemos es la que va a ir despejando el camino o colocándole obstáculos. Es cuestión de cada uno y de su actitud ante las circunstancias. Esto también significa que hay que alejarse de la gente tóxica, la que trae desesperanza, la  impregnada con ese humo denso, negro y acre. Compartamos nuestros propósitos y tiempo con la gente proactiva, la que nos anima, la que nos dice sí, en vez de no. La esperanza se cultiva poniendo el foco de atención en todo lo bueno de la vida que merecemos, porque somos personas, llenas de vigor y de potencialidades. Quitemos la lupa de los factores negativos.
Pongamos a funcionar todos nuestros talentos para cultivar nuestro potencial. La esperanza también surge del trabajo y del esfuerzo por alcanzar una meta a través de un plan de acción. Y si ese plan es coordinado entre quienes buscan con nosotros el objetivo común de cristalizar la esperanza, miel sobre hojuelas.
Creo que Pandora está a punto de dejar aflorar a Elpis, que personifica en la mitología a la esperanza. Llegarán entonces los tesoros de la libertad, del bienestar integral, de la verdad y de la justicia. Porque ya lo dijo Khalil Gibran: “Por muy larga que sea la tormenta, el sol siempre vuelve a brillar entre las nubes.”

sábado, 15 de abril de 2017

En la calle hay que parir la libertad



Isaac Villamizar
Por la calle se llegaba al ágora ateniense y al foro romano. Eran espacios abiertos y públicos importantes que llegaron a convertirse en lugares de reunión de los ciudadanos, para discutir sobre los problemas de la comunidad. La calle ha sido el vivo corazón de las inquietudes, de las esperanzas, de las luchas más enraizadas en el espíritu de la ciudad. En la calle sucede de todo, desde los robos y atracos amparados, en principio por las sombras y la soledad, hasta las marchas, procesiones y concentraciones de celebraciones festivas. En la calle se enardece el espíritu de la verdadera revolución y de las combates por conquistar tan preciado tesoro de la libertad.
Por la calle y su vía crucis caminó Cristo, para redimirnos del pecado en la cruz. Por la calle Gandhi fue recorriendo, en 330 Km, su camino de la no violencia, en 24 días, con su marcha de la sal, que condujo a la independencia de la India del Imperio británico. En las calles Rosa Parks, con su dignidad, originó el desafío del boicot de los autobuses de Montgomery, en pro de los derechos civiles de los afrodescendientes, y en la calle Martin Luther King avivó las llamas de los oprimidos, para encender con su oratoria el reconocimiento de los derechos civiles de los segregados. En la calle de San Cristóbal, el 19 de abril de 1820, Bolívar, como Presidente de Colombia, profirió su célebre proclama para solemnizar la fecha “…en que diez años consagrados a los combates, a los sacrificios heroicos, a una muerte gloriosa, han librado del oprobio, del infortunio, de las cadenas, a la mitad del mundo.”
La calle también ha sido la culminación de monarquías y monarcas, de dictaduras y dictadores,  de tiranías y tiranos. Luis XVI y María Antonieta terminaron en la calle, en la Plaza La Concordia de París, con la guillotina, en plena cúspide de la Revolución Francesa. La huida de Marcos Pérez Jiménez y el triunfo de la libertad el 23 de enero, se materializó en la calle con el rigor de la huelga general y el movimiento popular.  Las estatuas de Lenin y de Saddam Hussein, en las calles y plazas públicas,  cayeron en trozos por el pueblo amotinado, una vez que se rebelaron contra sus atropellos, al igual que sucedió con el muro de Berlín, en donde actualmente permanece sólo el asiento de algunos ladrillos, de muestra turística, para dejar constancia de tan ultrajante separación de ideologías y de conceptos de libertades.
Hoy Venezuela, ante el hecho cierto  que se han cerrado todas las vías institucionales y electorales, expresa su  última opción, como modalidad de la verdadera democracia participativa y protagónica. Esa posibilidad, como carta final para ganarle al juego a la opresión, a la miseria, a la pobreza, al hambre, al abuso de poder, a la violación continua de los derechos más elementales de los venezolanos, no es otra sino la calle. La ruta de la libertad, término al cual el Artículo 1 de nuestra Constitución hace referencia en tres oportunidades, no es otra sino la congregación masiva, contundente, inteligente y firme en la calle de quienes somos los únicos detentadores de la soberanía. La soberanía popular es el poder supremo, la superior autoridad, por la cual el pueblo afirma su superioridad jurídica sobre cualquier otro poder. Porque todas las facultades están en manos del pueblo y de él se derivan, y así lo gritamos a viva voz los venezolanos en la calle. De tal manera que si la soberanía reside intransferiblemente en el pueblo, como conjunto de personas que conviven en un territorio y  están vinculadas por el interés general de la búsqueda de bienestar común, es al pueblo a quien le corresponde constitucionalmente defender su soberanía, con la libertad renacida en la calle, ante los delincuentes, narcotraficantes, tiranos y corruptos que han destrozado totalmente a Venezuela.
La libertad es una de las causas más nobles por las que un pueblo puede persistir, para el logro del respeto de su dignidad, del reconocimiento de sus derechos, del trabajo mancomunado por su bienestar integral y de la conquista de la libertad. Los acontecimientos recientes nos hacen ver que la obtención de esta presea ya no es quijotesca. El pueblo ya está convencido que es la ruta salvadora, la que merece asumir todos los riesgos. Lo dijo Cervantes para los anales de la historia universal y para los derroteros de las sociedades en convulsión: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida.”
isaacvil@yahoo.com

viernes, 7 de abril de 2017

Hilo roto no se cose ni con cárcel



*Isaac Villamizar
De las famosamente infames y bárbaras sentencias 155 y 156 y de sus respectivas aclaratorias 157 y 158 deseo destacar algunos aspectos. En primer lugar, la Sala Constitucional, con ellas, se aplicó una “harakiri judicial”, se inmoló en su propio Salón de Despacho. Y lo hizo con todos sus magistrados porque sus ponencias fueron conjuntas. En la parte motiva de la 156 la Sala reproduce su propio criterio expuesto en la Sentencia N°  478 del 14 de junio de 2016, en la cual ordena a la Asamblea Nacional  abstenerse de pretender dirigir las relaciones exteriores de la República y desplegar actuaciones que no estuvieren abarcadas por las competencias que les corresponden conforme al ordenamiento jurídico vigente, y que constituyen competencias exclusivas y excluyentes de otras ramas del Poder Público, so pena de incurrir en las responsabilidades constitucionales a que haya lugar. Pues bien, en la sentencia 155 la Sala dirige las relaciones exteriores de la República, a través de una orden que le da al Presidente para que evalúe a lo interno el comportamiento de las organizaciones internacionales a las cuales pertenece la República, que pudieran estar desplegando actuaciones similares a las que ha venido ejerciendo el actual Secretario Ejecutivo de la OEA. Con ello la Sala está ejerciendo competencias que sólo le están atribuidas al Jefe de Estado, lo cual hace indebidamente al pretender injerirse en el funcionamiento interior de las mismas. Igualmente, la Sala Constitucional, cuando garantiza que las competencias parlamentarias sean ejercidas directamente por ella y se arroga todas sus funciones, está despojándole de sus competencias a la Asamblea Nacional para asumirlas ella. Esto transgrede el principio de la atribución restrictiva de competencias del Artículo 137 de la CRBV e implica una usurpación de funciones. Cometen, así,  los 7 magistrados, de manera conjunta, es decir con agavillamiento, el delito de conspiración para cambiar la Constitución, tipificado en la legislación penal y usurpan funciones de otro poder, lo que genera que sus actos, con estos fallos, son nulos de nulidad absoluta. En consecuencia, conforme al Artículo 62 de la Ley Orgánica del Tribunal Supremo de Justicia, son responsables por  actos públicos que atentan contra la respetabilidad del Poder Judicial y de los órganos que representan, por cometer hechos graves constitutivos de delito, y por incurrir en grave e inexcusable error de derecho, causales para declarar su remoción.
Por otra parte, los abogados estudiosos tendremos  que anotar al margen del Artículo 25 de nuestra Ley Orgánica del Tribunal Supremo de Justicia, en concordancia con otra anotación en el Código de Procedimiento Civil, que la Sala Constitucional, de ahora en adelante, tiene la nueva competencia de conocer de una especie de recurso de revisión interpuesto, bajo exhorto, televisivamente y en horas hábiles de madrugada, por el Consejo de Defensa de la Nación. Le daremos a esto un nombre de esos folclóricos y estrambóticos que le gusta a este régimen para denominar sus actuaciones y que asombran a los más ilustres académicos de la Real Academia Española de la Lengua. Podría ser algo así como “Recurso exhortatorio-aclaratorio-revocatorio interpuesto por el Consejo de Defensa de la Nación”. Ya sabemos que mediante una aclaratoria de sentencia no se puede modificar ni suprimir en nada el aspecto de fondo del fallo de origen, sino su utilidad está primordialmente en aclarar las dudas de las partes en aspectos de forma. De tal manera que al no ser la aclaratoria el mecanismo idóneo para revocar parcialmente tan graves errores inexcusables, el hilo constitucional permanece roto y ni con responsabilidad penal podrán los 7 magistrados restablecerlo.
Finalmente, quiero señalar que las cuatro sentencias 155, 156, 157 y 158, vulneran gravemente el principio constitucional de la soberanía popular. Son la puntilla para desconocerla totalmente. La soberanía popular, que reside intransferiblemente en el pueblo, es un poder supremo, la superior autoridad, por la cual ese pueblo, a través de sus representantes que ha electo como diputados en la Asamblea Nacional, afirma su superioridad jurídica sobre cualquier otro poder. Por ello, conforme al Artículo 5 constitucional, todos los órganos del Estado incluido el Poder Judicial, están sujetos a la soberanía popular. La soberanía además es inalienable, no se puede ceder ni traspasar, tal como lo ha conjurado la Sala Constitucional; y es indivisible, no se puede fragmentar, tal como lo ha hecho progresivamente, en más de 40 sentencias, tanto la Sala Electoral como la Sala Constitucional, limitando todas las funciones parlamentarias. Igualmente la soberanía es infalible, en el sentido que la voluntad popular y general no puede estar dirigida a engañar, sino a la consecución del bienestar común como fin del Estado. Estas actuaciones de la Sala Electoral y de la Sala Constitucional han frustrado la consecución del bienestar material, social, económico y político de la Nación, que se encuentra en el más profundo quebranto, pobreza, miseria y ultraje de sus necesidades y derechos más fundamentales.                                                                             
* Profesor de Postgrado de Derecho Constitucional