sábado, 15 de abril de 2017

En la calle hay que parir la libertad



Isaac Villamizar
Por la calle se llegaba al ágora ateniense y al foro romano. Eran espacios abiertos y públicos importantes que llegaron a convertirse en lugares de reunión de los ciudadanos, para discutir sobre los problemas de la comunidad. La calle ha sido el vivo corazón de las inquietudes, de las esperanzas, de las luchas más enraizadas en el espíritu de la ciudad. En la calle sucede de todo, desde los robos y atracos amparados, en principio por las sombras y la soledad, hasta las marchas, procesiones y concentraciones de celebraciones festivas. En la calle se enardece el espíritu de la verdadera revolución y de las combates por conquistar tan preciado tesoro de la libertad.
Por la calle y su vía crucis caminó Cristo, para redimirnos del pecado en la cruz. Por la calle Gandhi fue recorriendo, en 330 Km, su camino de la no violencia, en 24 días, con su marcha de la sal, que condujo a la independencia de la India del Imperio británico. En las calles Rosa Parks, con su dignidad, originó el desafío del boicot de los autobuses de Montgomery, en pro de los derechos civiles de los afrodescendientes, y en la calle Martin Luther King avivó las llamas de los oprimidos, para encender con su oratoria el reconocimiento de los derechos civiles de los segregados. En la calle de San Cristóbal, el 19 de abril de 1820, Bolívar, como Presidente de Colombia, profirió su célebre proclama para solemnizar la fecha “…en que diez años consagrados a los combates, a los sacrificios heroicos, a una muerte gloriosa, han librado del oprobio, del infortunio, de las cadenas, a la mitad del mundo.”
La calle también ha sido la culminación de monarquías y monarcas, de dictaduras y dictadores,  de tiranías y tiranos. Luis XVI y María Antonieta terminaron en la calle, en la Plaza La Concordia de París, con la guillotina, en plena cúspide de la Revolución Francesa. La huida de Marcos Pérez Jiménez y el triunfo de la libertad el 23 de enero, se materializó en la calle con el rigor de la huelga general y el movimiento popular.  Las estatuas de Lenin y de Saddam Hussein, en las calles y plazas públicas,  cayeron en trozos por el pueblo amotinado, una vez que se rebelaron contra sus atropellos, al igual que sucedió con el muro de Berlín, en donde actualmente permanece sólo el asiento de algunos ladrillos, de muestra turística, para dejar constancia de tan ultrajante separación de ideologías y de conceptos de libertades.
Hoy Venezuela, ante el hecho cierto  que se han cerrado todas las vías institucionales y electorales, expresa su  última opción, como modalidad de la verdadera democracia participativa y protagónica. Esa posibilidad, como carta final para ganarle al juego a la opresión, a la miseria, a la pobreza, al hambre, al abuso de poder, a la violación continua de los derechos más elementales de los venezolanos, no es otra sino la calle. La ruta de la libertad, término al cual el Artículo 1 de nuestra Constitución hace referencia en tres oportunidades, no es otra sino la congregación masiva, contundente, inteligente y firme en la calle de quienes somos los únicos detentadores de la soberanía. La soberanía popular es el poder supremo, la superior autoridad, por la cual el pueblo afirma su superioridad jurídica sobre cualquier otro poder. Porque todas las facultades están en manos del pueblo y de él se derivan, y así lo gritamos a viva voz los venezolanos en la calle. De tal manera que si la soberanía reside intransferiblemente en el pueblo, como conjunto de personas que conviven en un territorio y  están vinculadas por el interés general de la búsqueda de bienestar común, es al pueblo a quien le corresponde constitucionalmente defender su soberanía, con la libertad renacida en la calle, ante los delincuentes, narcotraficantes, tiranos y corruptos que han destrozado totalmente a Venezuela.
La libertad es una de las causas más nobles por las que un pueblo puede persistir, para el logro del respeto de su dignidad, del reconocimiento de sus derechos, del trabajo mancomunado por su bienestar integral y de la conquista de la libertad. Los acontecimientos recientes nos hacen ver que la obtención de esta presea ya no es quijotesca. El pueblo ya está convencido que es la ruta salvadora, la que merece asumir todos los riesgos. Lo dijo Cervantes para los anales de la historia universal y para los derroteros de las sociedades en convulsión: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida.”
isaacvil@yahoo.com

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