Isaac Villamizar
Por la calle se llegaba al ágora ateniense y al foro
romano. Eran espacios abiertos y públicos importantes que llegaron a
convertirse en lugares de reunión de los ciudadanos, para discutir sobre los problemas
de la comunidad. La calle ha sido el vivo corazón de las inquietudes, de las
esperanzas, de las luchas más enraizadas en el espíritu de la ciudad. En la
calle sucede de todo, desde los robos y atracos amparados, en principio por las
sombras y la soledad, hasta las marchas, procesiones y concentraciones de
celebraciones festivas. En la calle se enardece el espíritu de la verdadera
revolución y de las combates por conquistar tan preciado tesoro de la libertad.
Por la calle y su vía crucis caminó Cristo, para
redimirnos del pecado en la cruz. Por la calle Gandhi fue recorriendo, en 330
Km, su camino de la no violencia, en 24 días, con su marcha de la sal, que
condujo a la independencia de la India del Imperio británico. En las calles Rosa
Parks, con su dignidad, originó el desafío del boicot de los autobuses de
Montgomery, en pro de los derechos civiles de los afrodescendientes, y en la
calle Martin Luther King avivó las llamas de los oprimidos, para encender con
su oratoria el reconocimiento de los derechos civiles de los segregados. En la
calle de San Cristóbal, el 19 de abril de 1820, Bolívar, como Presidente de
Colombia, profirió su célebre proclama para solemnizar la fecha “…en que diez
años consagrados a los combates, a los sacrificios heroicos, a una muerte
gloriosa, han librado del oprobio, del infortunio, de las cadenas, a la mitad
del mundo.”
La calle también ha sido la culminación de
monarquías y monarcas, de dictaduras y dictadores, de tiranías y tiranos. Luis XVI y María Antonieta
terminaron en la calle, en la Plaza La Concordia de París, con la guillotina,
en plena cúspide de la Revolución Francesa. La huida de Marcos Pérez Jiménez y
el triunfo de la libertad el 23 de enero, se materializó en la calle con el
rigor de la huelga general y el movimiento popular. Las estatuas de Lenin y de Saddam Hussein, en
las calles y plazas públicas, cayeron en
trozos por el pueblo amotinado, una vez que se rebelaron contra sus atropellos,
al igual que sucedió con el muro de Berlín, en donde actualmente permanece sólo
el asiento de algunos ladrillos, de muestra turística, para dejar constancia de
tan ultrajante separación de ideologías y de conceptos de libertades.
Hoy Venezuela, ante el hecho cierto que se han cerrado todas las vías institucionales
y electorales, expresa su última opción,
como modalidad de la verdadera democracia participativa y protagónica. Esa
posibilidad, como carta final para ganarle al juego a la opresión, a la
miseria, a la pobreza, al hambre, al abuso de poder, a la violación continua de
los derechos más elementales de los venezolanos, no es otra sino la calle. La
ruta de la libertad, término al cual el Artículo 1 de nuestra Constitución hace
referencia en tres oportunidades, no es otra sino la congregación masiva,
contundente, inteligente y firme en la calle de quienes somos los únicos
detentadores de la soberanía. La soberanía popular es el poder supremo, la
superior autoridad, por la cual el pueblo afirma su superioridad jurídica sobre
cualquier otro poder. Porque todas las facultades están en manos del pueblo y
de él se derivan, y así lo gritamos a viva voz los venezolanos en la calle. De tal
manera que si la soberanía reside intransferiblemente en el pueblo, como
conjunto de personas que conviven en un territorio y están vinculadas por el interés general de la
búsqueda de bienestar común, es al pueblo a quien le corresponde
constitucionalmente defender su soberanía, con la libertad renacida en la
calle, ante los delincuentes, narcotraficantes, tiranos y corruptos que han
destrozado totalmente a Venezuela.
La libertad es una de las causas más nobles por las
que un pueblo puede persistir, para el logro del respeto de su dignidad, del
reconocimiento de sus derechos, del trabajo mancomunado por su bienestar
integral y de la conquista de la libertad. Los acontecimientos recientes nos
hacen ver que la obtención de esta presea ya no es quijotesca. El pueblo ya
está convencido que es la ruta salvadora, la que merece asumir todos los
riesgos. Lo dijo Cervantes para los anales de la historia universal y para los
derroteros de las sociedades en convulsión: “La libertad, Sancho, es uno de los
más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden
igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así
como por la honra, se puede y debe aventurar la vida.”
isaacvil@yahoo.com
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