Isaac Villamizar
Profesor de Postgrado de Derecho
Constitucional
El individuo se refiere
a una unidad frente a otras unidades en un sistema de referencia. Dentro del
estudio de la filosofía contemporánea se han dado dos corrientes que tratan
este aspecto. Una de ellas lo conceptúa haciendo énfasis en la personalidad
única, como individuo stricto sensu y persona, dotado de derechos, facultades y
aptitudes que lo distinguen por sí mismo y con los cuales se desarrolla como
sujeto, lógicamente actuando en su
dimensión relacional. Otra, lo ubica en el seno de un sistema material,
orgánico, biológico-social-cultural, en el que se produce la individualización.
El primer postulado, entonces,
aprecia al individuo en el liberalismo clásico. Bajo tal concepción, el
individuo es un ser que tiene una vida independiente, que precede lógicamente a
cualquier tipo de grupo o asociación humana y cuya existencia nada debe a
ellas. Es también un sujeto racional, capaz de dirigir por sí mismo su propia
conducta así como determinar cuáles son sus preferencias, necesidades y fines:
es un ser interesado e inquieto; esto es, íntimamente motivado en su
comportamiento privado y en sus relaciones sociales y políticas por la voluntad
de satisfacer sus deseos e intereses mediante un cálculo racional de beneficios
o utilidades. El individuo liberal es también un propietario, un sujeto que se
caracteriza de modo esencial por ser poseedor de su persona y capacidades, así
como de los frutos que de su trabajo o actividad se deriven. El individuo se
desarrolla a través de la constante acumulación de posesiones en plena
competencia con los otros; algo que por lo demás sólo puede realizar de forma
ordenada y pacífica a través de establecimiento de un espacio de libertad e
iniciativa privada en el que pueda actuar sin interferencias externas o con las
mínimas regulaciones, imprescindibles para el disfrute de su libertad y
posesiones. El propietario se convierte así en elemento básico de la concepción
liberal-clásica del individuo, pero también en punto de partida para la defensa de un modelo de sociedad para
el cual ésta es un simple ámbito en el que individuos autosuficientes compiten
entre sí en plena libertad y con las mínimas interferencias externas posibles.
Para el liberalismo clásico, los individuos son libres e iguales, poseedores
por sí mismos de un derecho natural o humano a la libertad y a la igualdad, que
la sociedad y el Estado en modo alguno otorgan, pero que están obligados a
respetar, proteger y promover. El propio individualismo liberal implica a la
vez igualdad y libertad, pues desde el momento en que la sociedad desaparece
como valor supremo, se establece el individuo soberano. Sin embargo, el
liberalismo tradicional se muestra dispuesto a reducir la libertad en aras de
otros valores y, por de pronto, en aras de la misma libertad. Para ellos la
libertad no consistía en la posibilidad de que cada cual pudiera hacer lo que
quisiera, sino más bien en estar libre de la violencia de los otros, en la ausencia
de coacción o interferencia por parte de los demás.
Un nuevo individualismo
propone a un ser social y autónomo, además de racional. Un ser cuya naturaleza
podría ser capaz de alcanzar su realización personal únicamente bajo un individualismo
que es social en un doble sentido: la existencia de individualidad del sujeto
está condicionada socialmente y su desarrollo depende de factores y condiciones
sociales. En consecuencia, emerge la idea de una sociedad según la cual ésta ya
no constituye un mero agregado de individuos egoístas sino, por el contrario,
una suerte de entidad colectiva conformada por individuos racionales y
autónomos pero igualmente interdependientes, cooperadores y capaces de ayuda o
asistencia mutua. Ese nuevo liberalismo social percibe al Estado como una
condición necesaria para el ejercicio de la libertad por parte de todos, y no
sólo de algunos. La libertad no sólo hace referencia a la ausencia de coacción
externa, sino que alude también a la libertad positiva, a aquella facultad o
capacidad favorable de hacer o disfrutar. La libertad sólo debía ser
restringida en aquellos casos en que pusiera en peligro el desarrollo físico,
intelectual o moral de otros o del bienestar social.
El liberalismo social
sostiene que alcanzar la igualdad de oportunidades es la vía para asegurar a
los individuos, y en especial a los miembros de los sectores sociales peor
situados, una libertad más efectiva y un acercamiento a la igualdad. Para ello
se deben plantear un plan de reformas sociales que estableciese diversas
políticas públicas relacionadas con la salud, el trabajo, la educación, la
vivienda o el transporte. Esta igualdad de oportunidades exige una importante
ampliación del alcance, fines y funciones del Estado y éste debe concebirse más
bien como un Estado social, que debía de atender a la regulación del proceso
económico capitalista, alcanzar el pleno empleo y poner fin a la pobreza, las
enfermedades y las carencias educativas. Así, lejos del viejo liberalismo del
laissez faire, el liberalismo social concibe ahora al Estado como un
instrumento para la organización y dirección de la propia economía capitalista,
así como para la consecución de la igualdad de oportunidades y ciertas formas
de justicia social.
La Constitución de
Venezuela de 1999, “la mejor del mundo”, integra ambas tesis. De liberalismo
clásico toma los derechos básicos de la persona que, partiendo del reconocimiento
del respeto a la dignidad personal, promulga los derechos del individuo como la
vida, la integridad y libertad personal, el desarrollo de la personalidad, la
libertad de expresión, de conciencia y de culto y la propiedad privada. Del
liberalismo social incorpora el derecho a la educación fundamentada en las
diversas corrientes del pensamiento, a la salud integral y seguridad social, al
trabajo como hecho social, a un régimen económico productivo y solidario para
asegurar la justa distribución de la riqueza, así como la necesidad de extender los derechos
políticos hasta el establecimiento del sufragio universal, reconociéndolos sin
mayores distinciones. Se defiende una democracia con una ciudadanía activa y
participativa, en la conformación de la voluntad colectiva a través de la
discusión pública o, en fin, en la existencia de organismos intermedios que
vincularan al individuo con la colectividad. Es la democracia donde el
individuo coloca sus talentos dirigidos al bienestar común e integral. Hoy, con
una Constituyente que no fue convocada por el pueblo, se quiere imponer un
Estado comunal comunista, donde los estamentos de poder se adueñarían de toda
expresión individual, para imponer la voluntad absolutista, negadora de
cualquier derecho, libertad y desarrollo del individuo.
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