miércoles, 27 de marzo de 2013

¿Cuál libertad de empresa?

Isaac Villamizar





La empresa es un actor de vital importancia para la sociedad. Una de sus funciones es contribuir sustancialmente a la economía de un país. La empresa ofrece bienes y servicios que hacen circular la moneda e incide en el producto interno bruto. Muchas empresas hoy día son también agentes de programas de responsabilidad social, que fomentan valores éticos y que la convierten, asimismo, en ciudadanos corporativos en áreas de la educación, la salud y el resguardo del ambiente.

Pero la empresa en Venezuela actualmente sufre una crisis que le obstaculiza estos fines. Hacer negocios empresariales en el país ahora es una odisea. Estamos en la cola de las naciones con competitividad. Igual ocurre en el puesto de los países con facilidad para hacer negocios. Somos el país líder en el mundo en cuanto a expropiaciones. Más de 1000 empresas han pasado a manos del Estado y ninguna se puede decir que sea de éxito. La carga fiscal a las empresas nos ubica también entre los países más costosos del mundo para ejercer la actividad económica. La empresa es atacada con control de precios, restricción de divisas para importar, alcabalas corruptas para movilización de cargas, devaluaciones continuas e imposibilidad de repatriar dividendos al extranjero para empresas trasnacionales. La inversión privada no tiene incentivo alguno en un entorno tan calamitoso.

Nuestra Constitución reconoce el derecho al libre desenvolvimiento de la personalidad. Una de las formas de expresión de nuestra personalidad es dedicarnos a la actividad económica que nos plazca. Pero este gobierno pseudo revolucionario coarta toda expresión de libertad. La Carta Magna también asegura que toda persona puede dedicarse libremente a la actividad económica de su preferencia y que el Estado debe promover la iniciativa privada, garantizando la creación y justa distribución de la riqueza. Pero resulta que la empresa, que puede generar empleo, seguridad social, y producir bienestar material, en vez de ser protegida, es objeto de embates, de arremetidas y de asfixia por parte de un gobierno, que no sabe de eficiencia ni de eficacia, mucho menos de producir felicidad.

Pero conjuntamente con la situación tan grave que atraviesan las empresas venezolanas, quienes somos víctimas de todos estos desaguisados que el gobierno infiere al sector productivo, los consumidores de bienes y servicios, es decir, todos los venezolanos sin distinción, sufrimos porque no conseguimos los alimentos, no tenemos la capacidad salarial para cubrir ni una canasta básica, y nos llevan camino al hambre con este desabastecimiento que nos carcome las entrañas. Es un gobierno perverso, que sólo le interesa llenarse de poder y de dinero mal habido por la corrupción.

Venezuela vive momentos de depresión económica. La Historia Universal demuestra, con evidencias indiscutibles, que los países más prósperos en el mundo son aquellos en los cuales se abre y se apoya la capacidad productiva de sus agentes económicos. Venezuela, abundante en diversas riquezas, presenta la mayor pobreza oficial de criterios para manejarlos. Quizás estamos aún bajo la sentencia bíblica de Mateo: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla destruye y las cosas se echan a perder, y donde los ladrones minan y hurtan.”

El bien y el mal

Isaac Villamizar


El individuo se caracteriza por ser una unidad indivisible, una unidad vital, con vida biológica. Pero como persona, el ser humano además es una individualidad consciente que posee además un “yo”, el cual actúa como autor que se propone fines y normas. Entonces, el Ser también tiene vida simbólica.

La filosofía, dentro de los problemas fundamentales y la búsqueda afanosa de sus soluciones, que nunca son definitivas, nos ubica en el campo de los fines y de los valores. Este problema teleológico nos conduce a la ética, que busca la finalidad de la vida humana y estudia las normas a las cuales debemos ajustar nuestra conducta para lograr esos fines. Dentro de las perspectivas que tiene el vivir de los humanos, existen las exigencias y compromisos que implica el reconocimiento de la humanidad de nuestros semejantes, para que ellos, en la debida reciprocidad simbólica, confirmen a la vez la nuestra. La ética nos impone normas para regir nuestra conducta, distinguiendo el bien y el mal, a través de la filosofía práctica. Pero la ética no sólo nos fija normas y señala fines conductuales, sino también investiga los valores éticos, aspirando dar una teoría de ellos, estableciendo su orden jerárquico en una tabla de valores de validez universal. Entre ellos están el bien y el mal. Tempranamente el espíritu humano se pregunta qué es lo bueno y qué es lo malo, porque tiene que decidir su acción. Se inicia la valoración, es decir, se estima, se aprecia y se formulan juicios de las cosas que, de acuerdo a su finalidad, se pueden hacer bien, regular o mal.

A diario observamos a nuestro alrededor hechos de violencia, agresividad, muerte y destrucción. Es difícil creer que no exista la maldad absoluta. Ello nos lleva a preguntarnos sobre el bien. Pareciera que lo bueno para uno pudiera ser malo para otro. ¿Será el bien algo relativo a las circunstancias o el bien también es absoluto? Platón decía que el bien es la idea suprema y el mal es la ignorancia. San Agustín cuestionaba la existencia del mal y luego concluía que el mal no tiene Ser, que es ausencia del bien. Aristóteles consideraba una acción buena como aquella que conduce al logro del bien del hombre o a su fin, y la que se opusiera a ello era mala. Santo Tomás de Aquino aseguraba que el mal no fue creado, ni tampoco es querido por el hombre, porque el objeto de la voluntad humana necesariamente es el bien. Krishnamurti afirmaba que uno puede sentir en el fondo de sí mismo que la bondad absoluta existe, o sea el orden verdadero, libre de prejuicios. Estaba convencido que la sociedad es el desorden organizado, y que la negación de la continuidad de la violencia y del rencor es el bien.

Una concepción más autónoma, menos autoritaria y normativa, estipula que la moral debe ser independiente y darse a sí misma sus leyes. Una acción volitiva sólo es moral cuando emana de una libertad interior. Nuestra obligación moral estaría en el plano de la comprensión y reconocimiento propio de los valores ideales, y así resolvemos ordenar la vida de acuerdo a ellos. Entonces, el que actúa tiene que decidir lo más oportuno en cada acción concreta, en palabras de Fernando Savater, según la proairesis del sujeto, el toque personal con que afronta el preciso, frágil, singular e irrepetible instante de su existencia. El bien y el mal, perennes fantasmas teológicos y axiológicos, exigen aprender a valorar, porque - es criterio dominante -, que ambos no sirven para nada a la razón y al corazón si se los utiliza en términos absolutos. Sólo tienen sentido cuando funcionan en relación a algo, es decir, bueno para algo o malo para algo. Bueno o malo, en fin, son términos referidos a lo consciente, es decir, al libre albedrío, que es la forma más profunda de la libertad por la cual antropológicamente nos definimos.

¿Natural o artificial?

Isaac Villamizar


Somos frágiles. La Tierra se tambalea. Estamos hasta ahora siendo conscientes de nuestra soledad solar y de la magnitud de nuestras acciones humanas en lo que se denomina naturaleza. Durante ciento de años el hombre ha tratado al planeta, a los océanos y a la atmósfera como si fueran indestructibles. Hemos aprendido, en esta era fecunda del conocimiento, que no es así. Incluso, si no estamos condenados a aniquilar esta nave que es nuestro hogar, desde luego estamos cambiándola, y no siempre para bien.

Las actitudes ecologistas se preocupan por las amenazas contra lo natural. Se pone en peligro la naturaleza por medio de abusos de la tecnología, de la polución industrial, sobreexplotación de los recursos, extinción de especies vivientes y manipulaciones genéticas, entre otras. ¿Debemos abandonar estas acciones y volver a la esencia natural humana? ¿O el progreso científico nadie debe detenerlo, así sea en detrimento de lo natural? Habría que empezar a clarificar lo que se entiende por natural y naturaleza. Es natural que algo se caiga al piso por la Ley de Gravitación. Es natural que las madres amen a sus hijos. Es natural que al mediodía se tengan ganas de almorzar. Es natural que a una agresión se responda con otra. Las cosas tienen su propia naturaleza, es decir su propia forma de ser. Los objetos tienen sus propiedades que actúan sobre otras cosas, incluso en nuestros sentidos. La naturaleza de algo es su forma de ser, de llegar a ser y de influir en el conjunto de lo existente. Ello comprende todo ser animado o inanimado, racional o irracional. Pero es que las cosas hechas por el ser humano ya tienen su naturaleza, lo mismo que un bosque o el aire. Lo elaborado y aplicado por el hombre responde a propiedades químicas y físicas. Si eso es así, lo construido no podría ir contra la naturaleza, destruirla y perjudicarla. Pero no siempre es así, porque un pesticida, un arma química o una manipulación genética, siendo naturales porque existen o suceden en la realidad, violan la naturaleza por no ser utilizado con pautas adecuadas. ¡Qué paradoja! ¿Y qué decir de las variedades de flores exóticas logradas a través de injertos o la repoblación forestal?

¿Será el ser humano natural, artificial o una simbiosis de ambos? Parece que el hombre llega por lo innato, lo biológicamente determinado, por lo que no se elige, y la cultura y el aprendizaje le va agregando capas superpuestas dadas por la educación, la sociabilidad, lo artificial y la tecnología. Todo es natural y todo es fabricado en el ser humano. Tal como afirma Fernando Savater, lo más natural del ser humano es no serlo nunca del todo. En la Revolución Industrial el hombre se convirtió en máquina. Su producción era utilitaria y a la medida. Hoy la medicina ha convertido al enfermo en una máquina. Además de un organismo vivo, la rodilla es una bisagra con clavos; el tendón del hombro es fijado con anclajes; la cadera se reconstruye con metal, polietileno o cerámica. Ello nos lleva entonces al bien y al mal de las manifestaciones artificiales del ser humano. La genética sería muy buena para el estudio de las enfermedades, pero su incursión ilegal en el genoma humano, sería éticamente controvertible. Las máquinas inteligentes podrían reclamarnos algún día derechos para su subsistencia, encendido y mejoramiento. Lo artificial es algo mejor que lo natural y su utilidad nos protege de la naturaleza. También nos potencia porque con ello vivimos mejor, nos movemos más rápido, salimos de la ignorancia y no sólo comemos de la caza y de la pesca. Entonces, ¿quién nos manda? ¿Lo natural o lo artificial?

Sentido de la vida

Isaac Villamizar


¿Por qué estoy aquí? ¿Qué busco hacer en esta vida? ¿Tiene sentido lo que estoy haciendo? Son las preguntas existenciales que con frecuencia nos hacemos. Habría que comenzar por saber qué connotación tiene el término sentido. El sentido de una palabra aduce a lo que quiere decir; el sentido de una señal es lo que quiere indicar o advertir; el sentido de un objeto está referido a su funcionalidad; el sentido de una obra de arte es lo que el autor quiso expresar con ella; el sentido de una conducta o de una institución es lo quiere conseguirse a través de ella. Se trata de determinar la intención que anima a algo. La intención está vinculada con la vida, a conservarla, reproducirla, diversificarla.

¿Qué quiere la vida? Muchas respuestas pueden aparecer. El sentido de la vida de una persona concreta es difícil de identificar conceptualmente, porque es difícil de aislar. Está determinado por cada pensamiento, cada emoción, cada acción, cada respuesta, cada elección, cada valor, en fin, por el total de su personalidad. Sin embargo, generalmente, para encontrar el sentido de la vida buscamos otra cosa, algo que no sea la vida ni que esté vivo, algo más allá de la vida. Filosóficamente se dice que la vida no tiene en realidad sentido, porque los demás sentidos remiten mediata o inmediatamente a ella. No nos queda sino concluir que al preguntarnos por el sentido de la vida, lo que queremos saber es si nuestros esfuerzos morales serán recompensados, si vale la pena trabajar honradamente y respetar al prójimo, si nos espera algo más allá y fuera de la vida o sólo la lápida.

Reflexionar sobre el sentido de la vida nos lleva a la gracia mayor: la de haber nacido y estar vivos. Cuando el ser humano constata que está aquí y ahora, hay una exaltación. Ello nos produce alegría y nos encamina a la felicidad. Celebramos la vida misma porque ya tuvimos la suerte universal de conocer mundo. ¿A quién le quedará ese sentido? ¿A nosotros o a quienes nos sucedan? Preguntas que siguen dándonos qué pensar.

Muchas personas viven atrapadas en un mundo que ya no les ofrece motivación. No son felices. Mucha gente así lo cree y así lo vive. Buscan en su pasado y piensan que antes todo era mejor. Creemos erróneamente que aquellas circunstancias de tiempo atrás fueron las determinantes de su felicidad y que recuperándolas volverá la dicha a su vida. En verdad esto es un gran error. En mi caso particular pienso que encontrarme bien en un nivel emocional, tener una mente sana, entrenarme para ver la vida positivamente y disfrutar de cada posibilidad que nos ofrece nuestra vida actual, me ofrecen respuestas sobradas del por qué vivir. No hay que buscar mucho. Podemos ser felices prácticamente en cualquier circunstancia y edad. Nuestro presente es suficiente para disfrutar plenamente de la existencia. Nuestro futuro podría ser mejor si aprendemos a pensar bien, para sentirnos bien, si dejamos de quejarnos y resolvemos, decididamente, a valorar favorablemente lo que ya poseemos. ¡Qué poco es necesario para ser felices! La fuente de la felicidad, el bienestar emocional, no se halla en logros externos. Se halla en nosotros mismos, en nuestra mente, y lo más fabuloso es que podemos acceder a ella cada vez que queramos. Tenemos la capacidad humana para apreciar la belleza de cualquier cosa y de cualquier lugar. Para sentirnos bien, entonces, sólo basta fijarnos en lo que poseemos y no en lo que nos falta. Así podemos responder las preguntas del sentido de la vida.