Isaac Villamizar
En el año 2016, en mis columnas de
prensa y digitales, en mi programa de radio, en entrevistas que me hicieron
sobre el tema de Venezuela y en mis círculos profesionales y laborales, señalé
con insistencia que la verdadera crisis no había llegado. Insistía que si bien
veíamos resquebrajada la economía, las entidades políticas, el sistema de
justicia, el Estado Constitucional, el principio de legalidad y de separación
de poderes y toda la institucionalidad democrática se desmoronaba, a los
venezolanos nos faltaba pasar por la verdadera crisis. El status de verdadera
crisis llamo yo cuando después de una colapso de cualquier naturaleza, sea
social, económico, político, territorial o natural, los afectados no tienen ni
siquiera de manera definitiva con qué atender a sus necesidades básicas. Pues
bien, reiterando lo que no me cansé de señalar en aquellos momentos, me parece
que la verdadera crisis de Venezuela está en las puertas de este año 2018. No
maquillo mis palabras. Algunas personas en aquella época me decían que no me
pusiera ten pesimista, que alguna esperanza teníamos que conservar. Yo he aprendido
en la vida que a las situaciones hay llamarlas por su nombre. La verdad es
dura, pero es la verdad. Es inocultable, por más que queramos adornarla. No
tengo elemento alguno para pensar que el 2018 será un año de recuperación o de
cambio positivo.
Escucho mucho en la calle que saliendo
de Maduro y de su combo de delincuentes que usufructúan el poder con
corrupción, latrocinio y narcotráfico, con la connivencia militar, el asunto
estaría arreglado. Sin dejar por fuera la írrita Asamblea Nacional
Constituyente, que se ha adueñado del país, usurpando funciones, legislando
arbitrariamente sobre materias que no le corresponde, imponiendo exigencias y
requisitos para que los otros poderes públicos actúen (por lo que nunca la he
reconocido, ni a ella ni a ninguno de sus actos, incluso las elecciones
condicionadas que ha impuesto), la solución no termina con la defenestración de
los protagonistas de este régimen comunista, responsable de este masacre
continuada contra el pueblo.
Debo advertir que desde hace meses estoy
convencido que la salida no es ni electoral, ni constitucional, ni a corto
plazo con otra Constituyente que en su caso fuere legítima. También debo decir
que como no soy ni adivino ni mago, tampoco sé cuál sea la solución. Lo que sí
sé es que la historia universal enseña -y así también lo vengo diciendo desde
hace meses- que este tipo de crisis requieren que el país se enlode en barro
por un buen tiempo, que pasemos por más hambre, miseria y ruina, para luego, tal
vez consubstanciados ciertamente todos de nuestra desdicha, encontremos la luz
añorada en el túnel.
Ejemplos que ofrece la historia universal
nos muestran cómo potencias mundiales han pasado por penurias, calamidades y destrozos,
y luego han resurgido hacia mejores destinos y desarrollos. Pero eso es un
proceso complejo, lento, gradual, que requiere ir pasando por diversas etapas.
La solución no es sobrenatural, ni milagrosa, ni repentina. Muchas veces el
detonante hacia una real liberación, rescate y redención es una o varias
circunstancias inesperadas, sorprendentes e increíbles. Solo a titulo
enunciativo recuerdo algunas crisis que en el transcurso de la historia y en
diversas regiones han ocurrido llevando consigo el arrase de una nación o de un
emporio. La caída del Imperio Romano, la quiebra del Imperio Español en 1627, la
Burbuja de los Tulipanes del siglo XVII, las burbujas de las compañías del Mar
del Sur y del Missisipi en 1720, el colapso de la Monarquía Francesa y su Revolución
ulterior, el Crack y la Gran Depresión de 1929, las Primera y Segunda Guerras
Mundiales, la Hiperinflación alemana en la República de Weimar entre 1921 y
1923, la Crisis del Petróleo de 1973 durante la guerra árabe-israelí de Yom
Kippur, las sucesivas crisis del crudo derivadas de la Revolución iraní y de la
invasión de Irán por Irak, el Lunes Negro en la Bolsa de Nueva York en 1987, el
Efecto Tequila de la devaluación del peso mexicano en 1994, la crisis en el
Sudeste Asiático en 1997, la Burbuja Puntocom del 2001, el Corralito argentino
del 2001-2002, cada una con sus particularidades, han generado grandes
desequilibrios.
Todas estas hecatombes produjeron
paranoias, desesperanzas, hambre, guerras, pero luego de un largo proceso, hubo
florecimiento, rehabilitación y hasta corrección. Porque las crisis, si para
algo deben servir, es para aprender. Y creo que los venezolanos aún nos falta
por aprender mucho, comenzando por cambiar nuestra actitud.
Por lo pronto, vamos
a comenzar un nuevo aprendizaje. Será difícil y duro, pero indispensable.
Tendremos que aprender a sobrevivir en el lodo. No critico a ningún venezolano
que haya tomado su camino hacia el exterior. Sus motivos y decisiones son
respetables. Y los aprietos que han pasado afuera también los considero. Pero
también estoy seguro que quienes aún estamos en Venezuela, también por las
razones que tengamos para quedarnos, entramos en modo de resistencia y aguante.
Si en medio de ello, vamos a encontrar el detonante para cambiar de actitud,
entonces untémonos del barro.
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