sábado, 30 de diciembre de 2017

Sobrevivir en el lodo

Isaac Villamizar
En el año 2016, en mis columnas de prensa y digitales, en mi programa de radio, en entrevistas que me hicieron sobre el tema de Venezuela y en mis círculos profesionales y laborales, señalé con insistencia que la verdadera crisis no había llegado. Insistía que si bien veíamos resquebrajada la economía, las entidades políticas, el sistema de justicia, el Estado Constitucional, el principio de legalidad y de separación de poderes y toda la institucionalidad democrática se desmoronaba, a los venezolanos nos faltaba pasar por la verdadera crisis. El status de verdadera crisis llamo yo cuando después de una colapso de cualquier naturaleza, sea social, económico, político, territorial o natural, los afectados no tienen ni siquiera de manera definitiva con qué atender a sus necesidades básicas. Pues bien, reiterando lo que no me cansé de señalar en aquellos momentos, me parece que la verdadera crisis de Venezuela está en las puertas de este año 2018. No maquillo mis palabras. Algunas personas en aquella época me decían que no me pusiera ten pesimista, que alguna esperanza teníamos que conservar. Yo he aprendido en la vida que a las situaciones hay llamarlas por su nombre. La verdad es dura, pero es la verdad. Es inocultable, por más que queramos adornarla. No tengo elemento alguno para pensar que el 2018 será un año de recuperación o de cambio positivo.
Escucho mucho en la calle que saliendo de Maduro y de su combo de delincuentes que usufructúan el poder con corrupción, latrocinio y narcotráfico, con la connivencia militar, el asunto estaría arreglado. Sin dejar por fuera la írrita Asamblea Nacional Constituyente, que se ha adueñado del país, usurpando funciones, legislando arbitrariamente sobre materias que no le corresponde, imponiendo exigencias y requisitos para que los otros poderes públicos actúen (por lo que nunca la he reconocido, ni a ella ni a ninguno de sus actos, incluso las elecciones condicionadas que ha impuesto), la solución no termina con la defenestración de los protagonistas de este régimen comunista, responsable de este masacre continuada contra el pueblo.
Debo advertir que desde hace meses estoy convencido que la salida no es ni electoral, ni constitucional, ni a corto plazo con otra Constituyente que en su caso fuere legítima. También debo decir que como no soy ni adivino ni mago, tampoco sé cuál sea la solución. Lo que sí sé es que la historia universal enseña -y así también lo vengo diciendo desde hace meses- que este tipo de crisis requieren que el país se enlode en barro por un buen tiempo, que pasemos por más hambre, miseria y ruina, para luego, tal vez consubstanciados ciertamente todos de nuestra desdicha, encontremos la luz añorada en el túnel.
Ejemplos que ofrece la historia universal nos muestran cómo potencias mundiales han pasado por penurias, calamidades y destrozos, y luego han resurgido hacia mejores destinos y desarrollos. Pero eso es un proceso complejo, lento, gradual, que requiere ir pasando por diversas etapas. La solución no es sobrenatural, ni milagrosa, ni repentina. Muchas veces el detonante hacia una real liberación, rescate y redención es una o varias circunstancias inesperadas, sorprendentes e increíbles. Solo a titulo enunciativo recuerdo algunas crisis que en el transcurso de la historia y en diversas regiones han ocurrido llevando consigo el arrase de una nación o de un emporio. La caída del Imperio Romano, la quiebra del Imperio Español en 1627, la Burbuja de los Tulipanes del siglo XVII, las burbujas de las compañías del Mar del Sur y del Missisipi en 1720, el colapso de la Monarquía Francesa y su Revolución ulterior, el Crack y la Gran Depresión de 1929, las Primera y Segunda Guerras Mundiales, la Hiperinflación alemana en la República de Weimar entre 1921 y 1923, la Crisis del Petróleo de 1973 durante la guerra árabe-israelí de Yom Kippur, las sucesivas crisis del crudo derivadas de la Revolución iraní y de la invasión de Irán por Irak, el Lunes Negro en la Bolsa de Nueva York en 1987, el Efecto Tequila de la devaluación del peso mexicano en 1994, la crisis en el Sudeste Asiático en 1997, la Burbuja Puntocom del 2001, el Corralito argentino del 2001-2002, cada una con sus particularidades, han generado grandes desequilibrios.
Todas estas hecatombes produjeron paranoias, desesperanzas, hambre, guerras, pero luego de un largo proceso, hubo florecimiento, rehabilitación y hasta corrección. Porque las crisis, si para algo deben servir, es para aprender. Y creo que los venezolanos aún nos falta por aprender mucho, comenzando por cambiar nuestra actitud.
Por lo pronto, vamos a comenzar un nuevo aprendizaje. Será difícil y duro, pero indispensable. Tendremos que aprender a sobrevivir en el lodo. No critico a ningún venezolano que haya tomado su camino hacia el exterior. Sus motivos y decisiones son respetables. Y los aprietos que han pasado afuera también los considero. Pero también estoy seguro que quienes aún estamos en Venezuela, también por las razones que tengamos para quedarnos, entramos en modo de resistencia y aguante. Si en medio de ello, vamos a encontrar el detonante para cambiar de actitud, entonces untémonos del barro.

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