jueves, 5 de julio de 2018

Acta de la Dependencia

      

    Isaac Villamizar

Estoy seguro que si Juan German Roscio y Francisco Isnardi, redactores del Acta de la Independencia del 5 de julio de 1811, vivieran hoy, redactarían más bien un Acta de la Dependencia absoluta que tenemos en Venezuela.


Y personajes ilustres como Luis Ignacio Mendoza, Felipe Fermín Paúl, Francisco Xavier Ustáriz, Márquez del Toro, José Vicente Unda, Martín Tovar Ponte, Lino de Clemente, Francisco de Miranda, Manuel Palacio, Antonio Nicolás Briceño, y hasta el mismo Manuel Vicente de Maya, verdaderos patriotas y diputados, suscribientes de tan histórico documento, no tendrían duda de suscribir una nueva acta para refrendar que vivimos en la más oprobiosa dependencia y sojuzgados a la más deshumana tiranía.
Esa Acta tendría que declarar que rogamos a Dios Todopoderoso prestar su mirada de misericordia a todos los venezolanos que estamos entregados a que nos traten con la mayor ruindad, degradación e ignominia. Habría que considerar la plena y absoluta desposesión de todos nuestro derechos humanos y constitucionales y que, sin nuestro consentimiento, estos tiranos imperialistas, comunistas, narco-delincuentes, corruptos, y dementes vengativos, han cambiado todo el Estado de Derecho y de Justicia, por un modelo de rapiña y de genocidio, sin contemplación alguna, para acabar con la población. Que la razón y la ética han sido reemplazados por la fuerza, la entrega de limosnas y la extorsión con tarjetas de indigencia. Que el libre uso de la soberanía popular quedó apuntillado por una ilegítima Asamblea Constituyente, integrada por una cuerda de ignorantes, sumisos y desvergonzados. Esa Acta tendría que reconocer que el país entero fue entregado en propiedad de uso, goce y disfrute a esos malandros gobernantes, y que llevamos, desde el 4 de febrero de 1992, un velo de dominación ideológica fracasada de castro comunismo, desnudo de cualquier bienestar colectivo. Agregaría el Acta que el trastorno, desorden y caos espiritual, material y psicológico domina las mentes y los cuerpos de los venezolanos hambrientos de proteínas y de reconquista de su tranquilidad. El Acta reconocería que se han usurpado todos los ingentes recursos de hidrocarburos, oro, bauxita y los tesoros de la “tierra de gracia”, para engrandecer las cuentas bancarias extranjeras de estos conquistadores del mal. Roscio e Isnardi no les temblaría la pluma para escribir que, al convertirnos en un rebaño de esclavos, no se ve por ninguna parte la menor apariencia de salvación, salvo la presión, hasta ahora poco efectiva, de cierta parte de la comunidad internacional, que aún no entiende por qué ocurre esta dependencia feroz, abominable, y vejatoria, que acabó hasta con la dignidad de un pueblo que era libre y famoso por su comportamiento democrático. Finalmente, por este bloqueo a nuestros principios y a pesar que imploramos auxilio, hemos cedido para que dispongan arbitrariamente de nuestras existencias. Las campanas ya no suenan con júbilo y alegría, sino que redoblan para anunciar horas funestas.
Y Martín Tovar y Tovar, de estar vivo también, tendría que reproducir tan aciaga firma de esta Acta.

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