Isaac Villamizar
Estoy seguro que si Juan German Roscio y Francisco Isnardi, redactores
del Acta de la Independencia del 5 de julio de 1811, vivieran hoy, redactarían
más bien un Acta de la Dependencia absoluta que tenemos en Venezuela.
Y personajes ilustres como Luis Ignacio Mendoza, Felipe Fermín Paúl, Francisco Xavier Ustáriz, Márquez del Toro, José Vicente Unda, Martín Tovar Ponte, Lino de Clemente, Francisco de Miranda, Manuel Palacio, Antonio Nicolás Briceño, y hasta el mismo Manuel Vicente de Maya, verdaderos patriotas y diputados, suscribientes de tan histórico documento, no tendrían duda de suscribir una nueva acta para refrendar que vivimos en la más oprobiosa dependencia y sojuzgados a la más deshumana tiranía.
Y personajes ilustres como Luis Ignacio Mendoza, Felipe Fermín Paúl, Francisco Xavier Ustáriz, Márquez del Toro, José Vicente Unda, Martín Tovar Ponte, Lino de Clemente, Francisco de Miranda, Manuel Palacio, Antonio Nicolás Briceño, y hasta el mismo Manuel Vicente de Maya, verdaderos patriotas y diputados, suscribientes de tan histórico documento, no tendrían duda de suscribir una nueva acta para refrendar que vivimos en la más oprobiosa dependencia y sojuzgados a la más deshumana tiranía.
Esa Acta tendría que declarar que rogamos a Dios Todopoderoso prestar
su mirada de misericordia a todos los venezolanos que estamos entregados a que
nos traten con la mayor ruindad, degradación e ignominia. Habría que considerar
la plena y absoluta desposesión de todos nuestro derechos humanos y
constitucionales y que, sin nuestro consentimiento, estos tiranos imperialistas,
comunistas, narco-delincuentes, corruptos, y dementes vengativos, han cambiado
todo el Estado de Derecho y de Justicia, por un modelo de rapiña y de
genocidio, sin contemplación alguna, para acabar con la población. Que la razón
y la ética han sido reemplazados por la fuerza, la entrega de limosnas y la extorsión
con tarjetas de indigencia. Que el libre uso de la soberanía popular quedó
apuntillado por una ilegítima Asamblea Constituyente, integrada por una cuerda de
ignorantes, sumisos y desvergonzados. Esa Acta tendría que reconocer que el
país entero fue entregado en propiedad de uso, goce y disfrute a esos malandros
gobernantes, y que llevamos, desde el 4 de febrero de 1992, un velo de dominación
ideológica fracasada de castro comunismo, desnudo de cualquier bienestar
colectivo. Agregaría el Acta que el trastorno, desorden y caos espiritual,
material y psicológico domina las mentes y los cuerpos de los venezolanos
hambrientos de proteínas y de reconquista de su tranquilidad. El Acta
reconocería que se han usurpado todos los ingentes recursos de hidrocarburos,
oro, bauxita y los tesoros de la “tierra de gracia”, para engrandecer las
cuentas bancarias extranjeras de estos conquistadores del mal. Roscio e Isnardi
no les temblaría la pluma para escribir que, al convertirnos en un rebaño de
esclavos, no se ve por ninguna parte la menor apariencia de salvación, salvo la
presión, hasta ahora poco efectiva, de cierta parte de la comunidad internacional,
que aún no entiende por qué ocurre esta dependencia feroz, abominable, y vejatoria,
que acabó hasta con la dignidad de un pueblo que era libre y famoso por su
comportamiento democrático. Finalmente, por este bloqueo a nuestros principios
y a pesar que imploramos auxilio, hemos cedido para que dispongan arbitrariamente
de nuestras existencias. Las campanas ya no suenan con júbilo y alegría, sino que
redoblan para anunciar horas funestas.
Y Martín Tovar y Tovar, de estar vivo también, tendría
que reproducir tan aciaga firma de esta Acta.
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