Isaac Villamizar
Estoy arribando a 35 años de estar escribiendo en los
medios. Un 13 de agosto de 1983 apareció mi primer Artículo en el Diario
Pueblo. Allí estuve un largo período redactando mis opiniones. Me sirvieron mucho
los consejos que me brindaba Francisco (el Gocho) Guerrero Pulido, Jefe
Editorial. Luego abrí una columna en Diario Católico que llamé “Balanza
Jurídica”, en concordancia con mi programa radial. Mons. Nelson Arellano Roa,
su Director, siempre fue muy abierto para que yo, a través de esa columna,
escribiera sobre temas jurídicos de orientación para el lector. Posteriormente,
vino mi anclaje en Diario La Nación. Todos los directores que han estado allí,
mientras he publicado mis escritos, han sido muy amables, y nunca me hicieron
observación alguna sobre su contenido. Es decir, he ejercido el columnismo, en
otras palabras, el derecho a la libertad de opinión, sin cortapisas, expresando,
según mi entender, mis puntos de vista, mis ideas sobre el tópico que abordo
cada semana.
Múltiples aspectos de la vida son objeto de mis
inquietudes escritas. Me reconozco polifacético para tratar un abanico de
temas. Dios me dio el don para hacerlo. Ser columnista implica un arte y una
responsabilidad. Es un arte, porque en unos pocos párrafos es necesario dejar
claramente expuesta la intención del escritor. Es que al escribir podemos educar,
formar, reflexionar, enriquecer, opinar, informar, orientar, motivar,
persuadir. La palabra escrita es una herramienta poderosa que va cambiando al
mundo. No en vano el invento de Gutenberg contribuyó enormemente a extender la
visión de la humanidad. Tengo una disciplina para escribir. Me llama la
atención un hecho o un concepto. Empiezo a escudriñarlo en mi análisis,
deteniéndome en cómo esa temática pudiera ser más interesante para el lector.
Hago un bosquejo mental sobre los elementos o partes del Artículo y el orden
que debe seguir. Quizás esto es lo que consume mayor tiempo. Porque cuando ese
esquema está claro en mí, ponerme al teclado es fluida la maniobra.
Hace 35 años se escribía sólo en medios impresos. El
papel de la rotativa era el tren donde viajaban nuestros pensamientos de una
mente a muchas mentes. Pero cuando nos absorbió la sociedad digital, se
ampliaron los medios; sin embargo, se mantuvo la inquietud. Porque la mente
humana, en sus complejidades, no ha cesado por milenos de alborotar las
neuronas, para, al final de esas conexiones nerviosas, expresarnos como lo que
somos, seres dotados de inteligencia y voluntad. Entonces, la columna impresa
tomó el formato de la columna digital. Y ahora nuestros pareceres van por los
blogs, las páginas web, los correos electrónicos masivos, y las redes sociales.
Ya no hay que esperar al matutino, al vespertino, al diario o al semanario. Es
que la idea nace en esa imaginación y de inmediato puede ser conocida y
ampliada su divulgación en cualquier parte del mundo. Sin embargo, debo
decirlo, he estado preocupado en esta función de columnista por dos condiciones
que me parecen de suma observancia en el uso las letras. La primera es preservar
la hermosura de nuestro idioma. Han penetrado las imágenes, las abreviaturas,
los emoticones y cuanto símbolo la era digital produce. Pero la riqueza del
lenguaje cervantino es monumental, y creo que el buen columnista requiere manejarlo
con atino. La segunda es que el columnista –siempre ha sido así y debe seguir así–
está obligado a confirmar la fuente y la certeza de la información, que es la
materia prima en la producción de su opinión. Aquí está en juego su responsabilidad. Estamos siendo atacados por la infoxicación (término acuñado
en esta era tecnológica), y por el mal uso de lo que se denomina el periodismo
ciudadano. Me parece que la seriedad con la cual se trata una postura debe
originarse de la confirmación de la data y de la noticia. Porque como hoy es
muy rápida la posibilidad de estructurar una columna y publicarla, se nos pueden
desbordar opiniones descontextualizadas, pues la noticia que la generó resulta
falsa. Yo sé que algo va quedando en la conciencia social con los escritos de
los buenos columnistas. Vendrán tiempos mejores para escribir sobre la prosperidad
y bienestar, más que de las tribulaciones.
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