jueves, 27 de marzo de 2014

La enfermedad del totalitarismo


Isaac Villamizar

Después de la segunda guerra mundial, a lo largo de la guerra fría, aparece una teoría científica, que se consolida en la obra capital de Hannah Arendt, titulada “Los orígenes del totalitarismo”. Esta escritora unía allí nazismo y estalinismo, bajo un mismo concepto: “Totalitarismo”. Esta ideología significa la supresión radical por parte del poder de la “política” (la actividad de los ciudadanos libres para interactuar en el mundo) y, con ello, la instauración como derecho de Estado, del desprecio absoluto hacia los individuos, poco menos que objetos prescindibles.

¿Qué es el totalitarismo? Es un sistema ideológico que invade todas las esferas de la vida privada y pública. En sistemas totalitarios, el Estado ahoga las libertades individuales y ejerce todo el poder sin divisiones ni restricciones. Los totalitarismos, a diferencia de otros regímenes autocráticos, son dirigidos por un partido político que pretende ser o se comporta en la práctica  como partido único y se funde con las instituciones del Estado. En el totalitarismo se exalta la figura de un personaje que tiene un poder ilimitado que alcanza todos los ámbitos y se manifiesta a través de la autoridad ejercida jerárquicamente. Impulsa un movimiento de masas en el que se pretende encuadrar a toda la sociedad, con el propósito de formar una persona nueva en una sociedad supuestamente perfecta, y hace uso intenso de la propaganda y de distintos mecanismos de control social y de represión como una policía secreta.

Entonces, el totalitarismo es una forma de Estado, de tipo no democrático, que se caracteriza por la falta de reconocimiento de la libertad y los derechos humanos. Se diferencia del autoritarismo en que en el totalitarismo se desconoce la dignidad de la persona humana, convirtiendo las clases sociales en masas. El totalitarismo considera al Estado como un fin en sí mismo,  y por tanto, lo maximiza. Como consecuencia de ello, un Estado más grande da un poder más grande. De esta manera, el poder del Estado totalitario lo puede todo porque el fin lo abarca todo. Mussolini (que usó por primera vez el término totalitarismo), graficó esto en el lema “todo en el estado, todo para el estado, nada fuera del estado, nada contra el estado.” No es el Estado para las personas, sino que las personas son para el Estado.

El totalitarismo es un monismo político porque rige toda la estructura de poder en torno al poder político, generalmente en un solo líder, absorbiendo todos los poderes que se afinan a éste y negando todos los que son independientes o contrarios. En el totalitarismo no hay doctrina y una coherente exposición de principios ideológicos. Su característica inicial es la exaltación del Estado, de un Estado omnipotente. Su propósito es llevar a su líder a un nivel de casi “culto a la personalidad”. Tiene un odio febril a la democracia y a sus manifestaciones más comunes, la libertad y la igualdad políticas. De esta forma, el totalitarismo, frente a la “falacia” de la igualdad democrática –pues desde el paradigma totalitario le democracia liberal es también un totalitarismo- exhibe como ideal la dicotomía superiores-inferiores. En su código, el hombre es superior a la mujer, el militar al civil, el miembro del partido al que no lo es. De allí se pueden expresar cuatro de sus características básicas: 1) Se halla un imperialismo militarista; 2) El dogmatismo de sus ideas y la intolerancia fundamentan la fe ciega en el caudillo; 3) Utilizan los símbolos y los nuevos medios de propaganda de masas; 4) Existe un partido único.

Raymond Aron, en su obra “Democracia y Totalitarismo”, ofrece cinco características de este sistema:

1)      Un único partido que posee el monopolio de la actividad política legítima.

2)      Ese partido está armado de una ideología que le confiere una autoridad absoluta.

3)       El Estado se reserva el monopolio de los medios de persuasión  y coacción. Asimismo, los medios de comunicación son dirigidos por el Estado (particularmente todo el sistema de telecomunicaciones).

4)      La economía, en gran parte, es controlada por el Estado y se convierte en parte del Estado mismo.

5)      Politización de toda actividad, con imposición del terror. Las faltas cometidas por los individuos en el marco de una actividad económica o profesional son simultáneamente faltas ideológicas. El terror ideológico y policial van acompañados.

El totalitarismo, al observarse la historia, fracasó de forma absoluta en muchos países. Ello fue así porque sólo perseguía el poder y  así llamado honor nacional. En Venezuela se dice oficialmente que tenemos patria, y se opone un pseudo nacionalismo hacia presuntas injerencias imperialistas. En verdad, las naciones pueden ser honorables o no, pero no por el poder que tengan o dejen de tener. Una nación es honorable si es justa y no lo es si es injusta. Una nación poderosa es temida y quizás envidiada por las naciones más débiles. Existe una enorme diferencia entre el honor, por un lado, y el miedo y la envidia  por el otro. La situación de Venezuela, cuya discusión fue rechazada en la OEA recientemente, demuestra claramente que hay naciones del continente nada honorables y justas, que prefieren asegurar sus intereses económicos a costa de otra nación cuyo sistema democrático se tambalea. Precisamente, siendo la transparencia de la gestión del Estado un componente esencial de la democracia, estas naciones se hacen de la vista gorda y prefieren que el totalitarismo avance sobre la democracia liberal.  Entre las naciones, igual que entre las personas, el poder puede confundirse con la justicia. El poder y la riqueza pueden producir una imitación barata del honor, una fama parecida a la que vemos en el estilo de vida de los personajes ricos y famosos. Son famosos porque son ricos, a menudo ostentosamente ricos. Saben que es posible comprar la fama y están dispuestos a pagar su precio.

Las naciones llevan siglos tratando de comprar la fama. Conocen un medio de obtener la fama espuria que llaman “honor nacional”. En Venezuela el oficialismo lo llama “patria”. Consiste en ser militarmente fuertes y capaces de dominar a naciones más pequeñas o más pobres. En Venezuela la dominación es por la vía económica con su petróleo. Pero a la vez deja dominar su soberanía, por la vía ideológica, desde un país fracasado y dispuesto a succionar todo el provecho que se le permita. La capacidad de abusar de otros solía conferir también ese tipo de fama a personas individuales. En las grandes ciudades del mundo, es decir, en la sociedad incivil, o estado de naturaleza, en la cultura de las calles, la fama y el miedo no se consiguen sólo siendo justos. Se adquieren siendo ostentosamente rico y lo bastante fuerte como para dominar a otros. Puesto que muchos países de la comunidad internacional se encuentran en estado de naturaleza, las mismas prácticas producen resultados similares en la llamada comunidad de naciones. Aun persisten algunos de estos países, realmente no gobernados por el pueblo sino por minorías irresponsables e indiferentes, que se han denominado a sí mismas con diversos títulos grandilocuentes y fraudulentos, como padre del pueblo, presidente de la revolución, emperador vitalicio, presidente de la junta, duce, führer, comandante eterno y supremo o lo que sea. Todos esos títulos deben ir en minúsculas porque todos ellos son espurios y personales, es decir, fueron concedidos a los líderes por ellos mismos o su camarilla y no por la mayoría del pueblo.

El totalitarismo sólo se preocupa de poder y del ficticio sentido del poder nacional. Es una enfermedad del gobierno que se hizo posible en el siglo XX por la rápida expansión de la igualdad desde la Revolución Francesa. La democracia durante esa fase expansionista e igualitaria creó un vacío peligroso entre el pueblo en la base, todos aquellos iguales, y el gobierno en la cúspide, que a pesar de ser escogido por el pueblo, poseía un poder amenazador. Pero era necesario que existieran poderes intermedios para evitar que todo el poder del gobierno golpeara a las personas corrientes. ¿Quiénes fungían como esas fuerzas mediadoras de la sociedad? Empresas, iglesias, organizaciones no gubernamentales, sociedades para  la prevención o promoción de esto o aquello. Algunas de las naciones más avanzadas del siglo XX tomaron la decisión deliberada de deshacerse de tales mediadores. Alemania e Italia fueron ejemplos notables. En el caso germano, hubo una gran devastación, tanto social como económica, que produjo la derrota en la Primera Guerra Mundial. Los vencedores le exigieron y le cobraron reparaciones. La economía alemana colapsó a finales de la década d 1920 y la sociedad derivó hacia el caos. En estas circunstancias la nación siguió a un loco para que la salvara de la crisis y la condujera de nuevo a restaurar su honor nacional. Hitler prometió llevar a Alemania a la tierra prometida con una condición: que el Estado tuviera el control total sobre todos los organismos, organizaciones y ciudadanos de la nación. Sus palabras fueron: “Requerimos de medidas extraordinarias. Que todo alemán y toda empresa, iglesia, club, organización y asociación alemana trabajen juntos para salvarnos. Sin excepciones: no puede haberlas o fracasaremos. Juntos, nada puede detenernos y venceremos.” Hitler convirtió a la nación en una espada. El se creyó que en cada palabra que pronunciaba hablaba “en nombre de la nación” y, por tanto, empuñaba personalmente la espada nacional. Ya sabemos el resto de la historia.

El fascismo de Mussolini antecedió al nazismo. Su símbolo era las  fasces, un manojo de palos atados con fuerza. Sugería que el Estado italiano combinaba la fuerza de todos sus elementos, tanto de sus ciudadanos individuales como de sus organizaciones, en la consecución de un solo objetivo: el “honor” nacional. Italia creía que se le había privado de su cuota del botín tras la primera guerra, pues había formado parte del bando vencedor.

La Unión Soviética llevaba años al borde del totalitarismo. Stalin, y quizá Lenin, interpretó que la dictadura del proletariado daba el derecho a quien hablaba del proletariado  –es decir, a él- a movilizar todos y cada uno de los recursos del Estado en interés del futuro triunfo de la sociedad comunista. Pero el totalitarismo no funcionó en la Unión Soviética como, por un tiempo, había funcionado en Alemania y Japón. Una máquina sólo es eficiente si sus componentes están hechos con las materias adecuadas y encajados de la manera correcta. Y eso no ocurrió en la Unión Soviética, ni tampoco en los países de Europa Oriental a los que obligó a imitarla. Esas máquinas funcionaron bastante mal, pues sus componentes eran viejos, estaban desgastados y montados en forma incorrecta. El problema fue que la máquina la estaba manejando un partido político en vez de un ingeniero. 

Los miembros de un Estado totalitario no tienen ningún interés especial en el éxito del propio Estado, excepto en momentos de grave emergencia, cuando saben que salvarán la vida sólo si la nación sobrevive y quizá ni entonces. Los miembros de una democracia tienen un interés personal, además de un interés nacional, en que el Estado tenga éxito. Se busca que todos los intereses de los diversos individuos se combinen. Esto es lo que marca la diferencia. Ése es el motivo por el cual las democracias tienden a prosperar y los estados totalitarios acaban finalmente por derrumbarse.

Ciertos países del Tercer Mundo han querido revestirse de un Estado todopoderoso, en el cual la decisión la toma algún padre de la patria -u otro déspota que pretende mostrase benevolente- que se ha atribuido un título similar. En ese Estado se pretende acabar con cualquier organización mediadora y se busca dejar desprotegido a su pueblo frente al poder de un hipotético gobierno democrático.

Venezuela tiene un gobierno que insiste en imponer un pensamiento único. Su autoridad es absoluta, pues maneja a su antojo todas las instituciones del Estado, absolutamente todas, incluyendo los órganos de los poderes legislativo, judicial, ciudadano y electoral. El gobierno venezolano ha centralizado prácticamente todos los medios de coacción con la Policía Nacional Bolivariana, que utiliza para reprimir, intimidar y persuadir usando la fuerza. Igual monopolio persiste en tener sobre los medios de comunicación, a través del sistema nacional de medios públicos, que junto con el abuso de cadenas oficiales sólo muestran información ideológica de su socialismo, negando toda la realidad y existencia de los graves problemas sociales, económicos y políticos del país, derivados de las ineficaces políticas gubernamentales. Y como Internet y las redes sociales es de las pocas ventanas comunicacionales que los usuarios tienen como reporteros ciudadanos, para mostrarle al mundo la tragedia que viven los venezolanos, el Estado, en su afán totalitarista, también ambiciona controlar y bloquear ese flujo informativo. La economía, en este Estado con visos totalitarios, sólo se puede entender desde la óptica comunista de negar los derechos económicos, entre ellos la propiedad privada, y de mantener la macroeconomía controlada, sin generar ningunos mecanismos que propicien la producción nacional, la diversificación y la justa distribución de la riqueza. El terror y el miedo han invadido todas las esferas de la actividad de los particulares. Cuando no es por la vía de criminalizar la actividad política, porque no se ajusta a la ideología chavista, es por la vía de discriminar a los beneficiarios de programas sociales o de amenazar a los empresarios con todo el aparataje impositivo, de supervisión y vigilancia punitiva sobre los comercios e industrias, sustituyendo la actividad privada por empresas del Estado, que han quebrado en su mayoría, agravando aún más el desabastecimiento y provisión de productos elementales de vivir diario.

Esta es la enfermedad del totalitarismo que sufre Venezuela. Una enfermedad que sólo tiene una cura. Es la propia lucha de los venezolanos por revertir este cáncer, con la plena convicción del principio democrático según el cual todos los seres humanos son creados iguales y están dotados por su creador de derechos inalienables. Es la creencia salvadora de que somos capaces de gobernarnos a nosotros mismos democráticamente, pues el pueblo nunca podrá aceptar que la felicidad plena se consiga negando su propia esencia humana y exaltando la enfermedad del autócrata.

lunes, 24 de marzo de 2014

¿Cuál debido proceso?

Isaac Villamizar

Los venezolanos hemos presenciado las vulneraciones groseras a dos derechos humanos, constitucionales y procesales. Me refiero a los casos de los Alcaldes Vicencio Scarano y Daniel Ceballos. Los derechos humanos son de la esencia natural de cualquier persona, sólo por serlo. Pero en estas circunstancias estas violaciones cobran notoriedad tanto por el ataque político, a través del sistema judicial, a dirigentes gubernamentales de la oposición, como por el escenario de confrontación que vive el país.

Al Alcalde Scarano la Sala Constitucional le dictó un Amparo Cautelar, en un procedimiento de demanda de protección de intereses difusos y colectivos, que le ordenaba, en resumen, realizar todas las acciones y utilizar todos los recursos materiales y necesarios a fin de evitar que se coloquen obstáculos en la vía pública y proceder a la remoción inmediata de tales obstáculos (barricadas). La Sala convoca a Scarano a una audiencia pública y, al presumir el desacato de la orden por una nota de prensa de un portal de noticias web, en la misma audiencia le impone la sanción del Artículo 31 de Ley Orgánica de Amparo, de 10 meses y 15 días. La Sala, al conocer adecuadamente del presunto desacato, lo que debió hacer era oficiar al Ministerio Público, dueño de la acción penal, para que abriera la averiguación respectiva, imputarlo de ser procedente, enjuiciarlo a través de la jurisdicción penal y, en caso de resultar responsable, imponérsele la pena en esta jurisdicción. La Sala Constitucional vulneró gravemente el derecho al debido proceso, establecido en el Artículo 49 constitucional. Se violentaron los derechos a la defensa, de acceso a las pruebas, de disposición del tiempo y de los medios adecuados para ejercerla, de la presunción de inocencia, de ser oído con las debidas garantías por un tribunal competente, de ser juzgado por sus jueces naturales, así como el principio procesal de la doble instancia, que le hubiere permitido al alcalde recurrir a la alzada. Scarano hubiera podido alegar una circunstancia excluyente de responsabilidad, una excusa absolutoria o una causal de justificación. La Sala Constitucional, intérprete por excelencia de la Constitución, la volvió trizas, una vez más.

La detención arbitraria del Alcalde Daniel Ceballos, sin una orden judicial debidamente notificada, y su reclusión sin ser presentado al tribunal competente en el tiempo establecido, vulnera severamente las garantías de la libertad personal, contempladas en el Art 44 constitucional y en el Código Orgánico Procesal Penal. Los funcionarios de seguridad, sin mediar orden escrita y sin informar de los motivos, tal como lo declararon sus abogados presentes, procedieron a la detención a la fuerza del Alcalde Ceballos. Esto transgrede la garantía de exhibir, en el momento de la captura, una orden del Juez de Control que decrete la privación preventiva de libertad, con todas sus especificaciones establecidas en el Art 240 del COPP, y en ese momento ser informado acerca del hecho que se le atribuye y de la autoridad que ha ordenado la medida, conforme al Art 241 ejusdem. Esto último debe cumplirse, incluso en el caso excepcional de extrema necesidad y urgencia de ser autorizada la aprehensión  por cualquier medio idóneo con ratificación posterior de la misma. Igualmente, ese limbo prolongado entre la arbitraria detención, el famoso ruleteo y la aparición del detenido, infringe las garantías constitucionales y legales de comunicación inmediata con familiares y abogado y de ser presentado dentro de las 48 horas siguientes al Juez de Control.
Cuando se restablezca el orden institucional y de legalidad en Venezuela  habrá que meterle el dedo en la llaga y raspar de raíz al corrupto, sumiso y politizado poder judicial, con todos los componentes del sistema de justicia, incluido el Ministerio Público y los órganos de investigación penal.

domingo, 16 de marzo de 2014

"Cero críticas"

*Isaac Villamizar

Desconozco las verdaderas razones por las cuales Fernando del Rincón no se detuvo lo suficiente en el punto de concentración de la Av Carabobo. Lo cierto es que luego de estar en el sitio exacto donde falleció Daniel Tinoco, en la carrera 17, pasó rasante por donde estaba congregada una multitudinaria concentración, y luego de breves instantes se fue al hotel a realizar su programa. Allí no apareció una sola imagen de aquella masiva reunión. Esto sería lo de menos, tomando en cuenta que Fernando, a pesar de que el gobierno, que mide la libertad de expresión por tiempo, le haya dado un día luego del reportaje para abandonar el país, tal como él mismo lo señaló, mostró en una sola hora toda la lucha digna y justa que estudiantes  y sociedad civil tachirense están realizando desde sus trincheras, en procura de la libertad, de la democracia y de la atención a sus necesidades más elementales.

Lo que describo a continuación es porque lo presencié. Lo vi con mis propios ojos, en parangón a lo señalado por el famoso periodista y lo escuché con mis propios oídos. Nadie me lo contó. La retirada inmediata de Fernando de la Av Carabobo, provocó en los estudiantes allí concentrados una reclamación airada al público sobre su comportamiento poco adecuado. Indicaron que el reportero se retiró por el desorden, que allí no había una fiesta sino un duelo,  que ellos no sienten una solidaridad contundente de la población, cuando sólo ellos son los que pasan hambre, frío y riesgos en la madrugada, y que, en definitiva, habían perdido una oportunidad para que desde tan emblemático lugar se mostrara a la televisión lo que realmente estaba ocurriendo.

Algunas personas piensan que estas cosas no se deben decir. Que en estos aspectos debe  haber “cero críticas”. Que hablar sobre esto sería hacer “crítica destructiva” y que estos señalamientos contribuyen a apagar la llama encendida de la protesta. Yo pienso lo contrario. La llama de la libertad y de la reivindicación por una mejor calidad de vida sigue encendida. Tal vez no con la contundente llamarada, pero allí está. La libertad de expresión incluye la libertad de pensamiento, la libertad de ideas, la libertad de opinión, la libertad de crítica, la libertad de disidencia. Y la libertad de información incluye la libertad de mostrar la verdad, desde todos sus ángulos, con sus componentes positivos y negativos. Al fin la verdad no se puede distorsionar. Pero este régimen castro comunista venezolano le huye a esas libertades. Le da piquiña la crítica. No acepta la disidencia. Censura la información fidedigna, al restringir las divisas para los medios impresos, al abrir procedimientos amañados a los medios radioeléctricos que no pliegan su línea editorial a los intereses oficiales, al ordenar a las operadoras el bloqueo de internet y de redes sociales, que son de las escasas ventanas al mundo que aún nos quedan. Muchos de los presos políticos están muriéndose en un calabozo porque ciertamente quisieron hacer disidencia, ejerciendo su libertad de pensamiento, de crítica. Aparte de las exigencias sociales, económicas y políticas de los estudiantes y la población, a las cuales hasta ahora este mal gobierno hace oídos sordos, se está luchando por el respeto a los derechos fundamentales, entre ellos la libertad de crítica y de información veraz. Precisamente como este gobierno tiene cercenada la información, ese programa de Fernando fue el destape de una olla de presión, para que el mundo conociera que los tachirenses tenemos dignidad y que no estamos dispuestos a sucumbir ante las garras comunistas.

Libertad, democracia y crítica son elementos entretejidos. Ante un régimen de corte totalitario que pretende imponer un pensamiento único y convertir la verdad en su mentira, lo que debemos cultivar, en exceso, es la crítica. Para mostrar todo los puntos de vista, y para conquistar, no sólo en el texto constitucional, sino en la práctica, el pluralismo. La educación universitaria tiene como fin esencial formar a los estudiantes en un pensamiento crítico. Lo contrario sería negar su rebeldía natural.                                                                                 *Universitario, abogado, columnista y locutor.
                                                                                                                                                              isaacvil@yahoo.com

domingo, 2 de marzo de 2014

El engaño del comunismo

Isaac Villamizar

“Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo”. Así comenzaban  Karl Marx y Friedrich Engels su “Manifiesto comunista” de 1848, un poderoso movimiento político que tomó auge a finales de del siglo XIX y comienzos del XX.  En el entorno de estos autores, el comunismo era un movimiento marginal asociado a unas cuantas revueltas fracasadas y algunas obras difíciles y crípticas de la filosofía alemana. Sin embargo, un siglo después, dominaba medio planeta.  Los comunistas aseguraban que el capitalismo creaba mucha riqueza, pero la clase media, llamada burguesía, quería mantener su posición de poder en la sociedad en lugar de compartir dicha riqueza con los trabajadores, llamados el proletariado.

¿Cuál era la solución propuesta por Marx y Engels? Su doctrina básica se sustentaba en la supresión total de la propiedad privada de los medios de producción para llegar a una sociedad sin clases. Para el comunismo, la auténtica democracia consiste en que el pueblo gobierne realmente también sobre el control de esos medios de producción. De allí que muchos países comunistas (que no eran democráticos en el sentido contemporáneo del término) se llamasen a sí mismos “democracias populares”. Para Marx y Engels, como la burguesía jamás cedería su poder de forma voluntaria, era necesario realizar una revolución violenta, para instaurar lo que denominaban “la dictadura del proletariado.” Los comunistas no sólo mostraban su hostilidad hacia el capitalismo, sino también hacia el imperialismo y la religión, a la que Marx calificaba como “opio para el pueblo”

Es importante adentrarse en las características de esta doctrina, en sus argumentos falaces y en las causas de su total fracaso. Así los venezolanos podemos comprender aún más el por qué de esta lucha, para no dejarnos imponer semejante barbaridad ideológica. Hay una gran diferencia entre lo que el comunismo predica y lo que hace cuando llega al poder. La diferencia es tan enorme que uno puede pensar que nunca salvarán la brecha entre la teoría y la práctica.  Cuando Marx y Engels trataron de impulsar la revolución del proletariado, o cuando Lenin posteriormente lideró una rebelión real, el ideal por el que luchaban parecía noble a sus seguidores. El proletariado eran los desposeídos de la historia. Habían hecho todo o casi todo el trabajo en la sociedad y habían recibido muy poco de sus beneficios. El comunismo partía de una afirmación perfectamente razonable: vosotros sois la gran mayoría de la sociedad. A partir de ahora controlaréis el poder económico del Estado y por tanto recibiréis los beneficios económicos que genera.  Durante un tiempo poseeréis incluso un poder absoluto, tiránico, pero ese poder será utilizado en realidad en beneficio de todos. Al final, esperamos, el Estado se marchitará  y todos gobernaréis, en una especie de utopía, en beneficio de todos. Y este paraíso durará para siempre.

Sin embargo, ¿cómo funcionó en la práctica el comunismo? Stalin lo dejó evidente en Rusia, el primer país comunista. Los kulaks, campesinos independientes, querían continuar  siendo propietarios de sus tierras y vender lo que producían con su trabajo en un mercado libre. “Esto no es comunismo –dijo Stalin-. El proletariado, actuando como clase, debe ser propietario de todos los medios de producción, vuestras tierras incluidas. Aun así, el cambio os beneficiará; por supuesto ¡no dejamos a nadie fuera del paraíso de los trabajadores!”  Durante un tiempo dejaron a los kulaks con su trabajo independiente, pero al final, la “mayoría” decidió que debían “desaparecer como clase”. El exterminio comenzó a finales de 1929. Al cabo de cinco años, la mayoría de los kulaks, junto con millones de campesinos que también se opusieron a la colectivización de las tierras de cultivo, habían sido asesinados o deportados a regiones remotas como Siberia. Nunca se supo cuántos en realidad murieron en este proceso, pero según las estimaciones más precisas, se calcula que perdieron la vida unos veinte millones de personas. Ello sin incluir a los muchos millones más que murieron de hambre durante los años siguientes, después que la colectivización destrozara la agricultura rusa.

Ninguna mayoría, no importa lo grande que sea, tiene derecho a matar a los que no están de acuerdo con ella, no importa los pocos que sean. Este es un principio básico de la democracia. Si en verdad Lenin y Stalin hubieran contado con la mayoría, le decisión de colectivizar la agricultura, si se hubiera llevado a cabo de una forma más humana, pudiera haber llegado a ser considerada aceptable, a pesar de algunas injusticias para algunos ciudadanos. Pero la mayoría nunca fue mayoría en la Unión Soviética. La “mayoría” era en realidad una minoría muy pequeña, en ocasiones formada sólo por el propio Stalin.

En teoría, el comunismo debía convertirse en la dictadura del proletariado, que debía ser temporal y evolucionar inevitablemente hacia un no gobierno –hacia una especie de anarquía utópica- de todos y para todos. Pero en la práctica el comunismo siempre ha sido, en todos los países en los que ha existido (es decir, en todo país que se ha definido a sí mismo como comunista, o en donde pretenda implantarse, como actualmente ocurre en Venezuela) la tiranía  brutal de una pequeña minoría sobre la enorme mayoría de sus ciudadanos o súbditos. El pueblo jamás ha reinado en ningún Estado comunista. Además, en la realidad, nunca ha existido razón alguna para que un gobierno comunista deba abandonar jamás su posición de poder absoluto y tiranía, a menos que se produzca una revolución en su contra. En las tiranías comunistas del siglo XX, en principio, la revolución pareció siempre casi imposible, pues la minoría dirigente ejercía el control total, no sólo sobre la economía, sino también sobre la policía y el ejército. La gente no podría jamás levantarse y gobernar por sí mismos en esas circunstancias.

Pero el momento llegó y la gente lo logró, en Alemania Oriental, en Hungría, en Checoslovaquia, en Rumania. En China trataron de rebelarse y aunque el comunismo subsiste como partido, es evidente que se han revestido del capitalismo para potenciar su poder económico. Sucedió también en varias partes de la Unión Soviética cuando en 1989 empezó la lucha por la independencia. Y nada pudo detener esa reacción en todos esos países. La poderosa maquinaria del Estado, con todos sus policías y soldados, con toda su represión, con todos sus censores y terroríficas leyes, jueces e instituciones secuestradas, demostró tener los pies de barro.  Cuando el sol empezó a brillar en los ojos, en la mente y en el corazón de los oprimidos, la nieve que rodeaba a los tiranos los hizo aguas, y reveló que estaban desnudos y solos.

Venezuela debe verse en estos espejos. El comunismo no es una forma viable, porque la mayoría, que sí somos tal, sabemos de estas atrocidades del comunismo, de la pobreza con la cual su práctica ha cubierto a países cercanos como Cuba y porque en vez de la dictadura del proletariado, aquí  ya tenemos una dictadura de Estado, que sojuzga, reprime, masacra y niega todo bienestar individual y colectivo.

No se puede dejar de hacer una pregunta: ¿Existe algún legado positivo del comunismo? Tal vez sí.  Las tiranías comunistas no funcionaron económicamente y por ello tarde o temprano han caído. La colectivización de la agricultura, por ejemplo, simplemente no es una forma inteligente de organizar el cultivo de la tierra. Los fundos zamoranos en Venezuela es un claro ejemplo de su fracaso. Pero la idea de que los desposeídos del mundo por fin debían empezar a recibir una parte justa de los beneficios que generaba su trabajo es una idea justa. ¿Qué hicieron las democracias? Aceptar esta idea. Han aprendido esto de los comunistas. Asimismo, la idea de que los hombres y mujeres deben ser tratados igual, recibir y tener las mismas oportunidades económicas, en la que Lenin insistió mucho, también es justa. Y  también las democracias lo ha hecho su postulado, aunque lentamente.

Los gobiernos comunistas tuvieron su gran oportunidad, primordialmente en el siglo pasado. Llegaron al poder luego de que el pueblo siempre había estado sometido a un gobierno injusto, tiránico y corrupto. La excepción a esto se pudiera encontrar en la Europa Oriental, en donde los soviéticos impusieron el comunismo entre gente poco dispuesta a aceptarlo y que quería la democracia. Las mayoría de estos pueblos ansiaban ser libres. Y tomando estas esperanzas, el comunismo los engañó, los estafó, los defraudó con sus tiranos, que sí sabían lo que era la libertad e intencionalmente ocultaron este conocimiento a su gente. Pero los venezolanos hemos vivido en libertad. La saboreamos. Hemos sabido lo que significa. La hemos perdido y la quieren sustituir por ese comunismo tirano y ruin. Hemos aprendido, tal vez a trancas y mochas, que la libertad es mejor que la esclavitud del comunismo. Y eso es lo que precisamente está renaciendo en la reacción popular de estos meses de febrero y marzo.

La libertad, entonces, en los genes de los venezolanos, es como un río que baja crecido de la montaña e inunda las llanuras. Al final, este río indetenible va a cubrir nuestra geografía. Y esta pesadilla del comunismo, ese espectro con sus falsas promesas, con su etéreo ideal y su maltrecho accionar, habrá muerto. Porque, como señaló Miguel de Cervantes, “no hay en la tierra contento que se iguale a alcanzar la libertad perdida.”