Isaac
Villamizar
Después de la segunda guerra mundial, a
lo largo de la guerra fría, aparece una teoría científica, que se consolida en
la obra capital de Hannah Arendt, titulada “Los orígenes del totalitarismo”.
Esta escritora unía allí nazismo y estalinismo, bajo un mismo concepto:
“Totalitarismo”. Esta ideología significa la supresión radical por parte del
poder de la “política” (la actividad de los ciudadanos libres para interactuar
en el mundo) y, con ello, la instauración como derecho de Estado, del desprecio
absoluto hacia los individuos, poco menos que objetos prescindibles.
¿Qué es el totalitarismo? Es un sistema
ideológico que invade todas las esferas de la vida privada y pública. En
sistemas totalitarios, el Estado ahoga las libertades individuales y ejerce
todo el poder sin divisiones ni restricciones. Los totalitarismos, a diferencia
de otros regímenes autocráticos, son dirigidos por un partido político que
pretende ser o se comporta en la práctica
como partido único y se funde con las instituciones del Estado. En el
totalitarismo se exalta la figura de un personaje que tiene un poder ilimitado
que alcanza todos los ámbitos y se manifiesta a través de la autoridad ejercida
jerárquicamente. Impulsa un movimiento de masas en el que se pretende encuadrar
a toda la sociedad, con el propósito de formar una persona nueva en una
sociedad supuestamente perfecta, y hace uso intenso de la propaganda y de
distintos mecanismos de control social y de represión como una policía secreta.
Entonces, el totalitarismo es una forma
de Estado, de tipo no democrático, que se caracteriza por la falta de reconocimiento
de la libertad y los derechos humanos. Se diferencia del autoritarismo en que en
el totalitarismo se desconoce la dignidad de la persona humana, convirtiendo las
clases sociales en masas. El totalitarismo considera al Estado como un fin en
sí mismo, y por tanto, lo maximiza. Como
consecuencia de ello, un Estado más grande da un poder más grande. De esta
manera, el poder del Estado totalitario lo puede todo porque el fin lo abarca
todo. Mussolini (que usó por primera vez el término totalitarismo), graficó
esto en el lema “todo en el estado, todo para el estado, nada fuera del estado,
nada contra el estado.” No es el Estado para las personas, sino que las
personas son para el Estado.
El totalitarismo es un monismo político
porque rige toda la estructura de poder en torno al poder político,
generalmente en un solo líder, absorbiendo todos los poderes que se afinan a
éste y negando todos los que son independientes o contrarios. En el
totalitarismo no hay doctrina y una coherente exposición de principios
ideológicos. Su característica inicial es la exaltación del Estado, de un
Estado omnipotente. Su propósito es llevar a su líder a un nivel de casi “culto
a la personalidad”. Tiene un odio febril a la democracia y a sus
manifestaciones más comunes, la libertad y la igualdad políticas. De esta
forma, el totalitarismo, frente a la “falacia” de la igualdad democrática –pues
desde el paradigma totalitario le democracia liberal es también un totalitarismo-
exhibe como ideal la dicotomía superiores-inferiores. En su código, el hombre
es superior a la mujer, el militar al civil, el miembro del partido al que no
lo es. De allí se pueden expresar cuatro de sus características básicas: 1) Se
halla un imperialismo militarista; 2) El dogmatismo de sus ideas y la
intolerancia fundamentan la fe ciega en el caudillo; 3) Utilizan los símbolos y
los nuevos medios de propaganda de masas; 4) Existe un partido único.
Raymond Aron, en su obra “Democracia y
Totalitarismo”, ofrece cinco características de este sistema:
1)
Un único partido que posee el monopolio
de la actividad política legítima.
2)
Ese partido está armado de una ideología
que le confiere una autoridad absoluta.
3)
El Estado se reserva el monopolio de los
medios de persuasión y coacción.
Asimismo, los medios de comunicación son dirigidos por el Estado (particularmente
todo el sistema de telecomunicaciones).
4)
La economía, en gran parte, es controlada
por el Estado y se convierte en parte del Estado mismo.
5)
Politización de toda actividad, con
imposición del terror. Las faltas cometidas por los individuos en el marco de
una actividad económica o profesional son simultáneamente faltas ideológicas.
El terror ideológico y policial van acompañados.
El totalitarismo, al observarse la
historia, fracasó de forma absoluta en muchos países. Ello fue así porque sólo
perseguía el poder y así llamado honor
nacional. En Venezuela se dice oficialmente que tenemos patria, y se opone un
pseudo nacionalismo hacia presuntas injerencias imperialistas. En verdad, las
naciones pueden ser honorables o no, pero no por el poder que tengan o dejen de
tener. Una nación es honorable si es justa y no lo es si es injusta. Una nación
poderosa es temida y quizás envidiada por las naciones más débiles. Existe una
enorme diferencia entre el honor, por un lado, y el miedo y la envidia por el otro. La situación de Venezuela, cuya
discusión fue rechazada en la OEA recientemente, demuestra claramente que hay
naciones del continente nada honorables y justas, que prefieren asegurar sus
intereses económicos a costa de otra nación cuyo sistema democrático se tambalea.
Precisamente, siendo la transparencia de la gestión del Estado un componente
esencial de la democracia, estas naciones se hacen de la vista gorda y
prefieren que el totalitarismo avance sobre la democracia liberal. Entre las naciones, igual que entre las
personas, el poder puede confundirse con la justicia. El poder y la riqueza
pueden producir una imitación barata del honor, una fama parecida a la que
vemos en el estilo de vida de los personajes ricos y famosos. Son famosos porque
son ricos, a menudo ostentosamente ricos. Saben que es posible comprar la fama
y están dispuestos a pagar su precio.
Las naciones llevan siglos tratando de
comprar la fama. Conocen un medio de obtener la fama espuria que llaman “honor
nacional”. En Venezuela el oficialismo lo llama “patria”. Consiste en ser
militarmente fuertes y capaces de dominar a naciones más pequeñas o más pobres.
En Venezuela la dominación es por la vía económica con su petróleo. Pero a la
vez deja dominar su soberanía, por la vía ideológica, desde un país fracasado y
dispuesto a succionar todo el provecho que se le permita. La capacidad de
abusar de otros solía conferir también ese tipo de fama a personas
individuales. En las grandes ciudades del mundo, es decir, en la sociedad
incivil, o estado de naturaleza, en la cultura de las calles, la fama y el
miedo no se consiguen sólo siendo justos. Se adquieren siendo ostentosamente
rico y lo bastante fuerte como para dominar a otros. Puesto que muchos países
de la comunidad internacional se encuentran en estado de naturaleza, las mismas
prácticas producen resultados similares en la llamada comunidad de naciones. Aun
persisten algunos de estos países, realmente no gobernados por el pueblo sino
por minorías irresponsables e indiferentes, que se han denominado a sí mismas
con diversos títulos grandilocuentes y fraudulentos, como padre del pueblo,
presidente de la revolución, emperador vitalicio, presidente de la junta, duce,
führer, comandante eterno y supremo o lo que sea. Todos esos títulos deben ir en
minúsculas porque todos ellos son espurios y personales, es decir, fueron
concedidos a los líderes por ellos mismos o su camarilla y no por la mayoría
del pueblo.
El totalitarismo sólo se preocupa de
poder y del ficticio sentido del poder nacional. Es una enfermedad del gobierno
que se hizo posible en el siglo XX por la rápida expansión de la igualdad desde
la Revolución Francesa. La democracia durante esa fase expansionista e
igualitaria creó un vacío peligroso entre el pueblo en la base, todos aquellos iguales,
y el gobierno en la cúspide, que a pesar de ser escogido por el pueblo, poseía
un poder amenazador. Pero era necesario que existieran poderes intermedios para
evitar que todo el poder del gobierno golpeara a las personas corrientes.
¿Quiénes fungían como esas fuerzas mediadoras de la sociedad? Empresas,
iglesias, organizaciones no gubernamentales, sociedades para la prevención o promoción de esto o aquello.
Algunas de las naciones más avanzadas del siglo XX tomaron la decisión
deliberada de deshacerse de tales mediadores. Alemania e Italia fueron ejemplos
notables. En el caso germano, hubo una gran devastación, tanto social como
económica, que produjo la derrota en la Primera Guerra Mundial. Los vencedores
le exigieron y le cobraron reparaciones. La economía alemana colapsó a finales
de la década d 1920 y la sociedad derivó hacia el caos. En estas circunstancias
la nación siguió a un loco para que la salvara de la crisis y la condujera de
nuevo a restaurar su honor nacional. Hitler prometió llevar a Alemania a la
tierra prometida con una condición: que el Estado tuviera el control total sobre
todos los organismos, organizaciones y ciudadanos de la nación. Sus palabras
fueron: “Requerimos de medidas extraordinarias. Que todo alemán y toda empresa,
iglesia, club, organización y asociación alemana trabajen juntos para
salvarnos. Sin excepciones: no puede haberlas o fracasaremos. Juntos, nada
puede detenernos y venceremos.” Hitler convirtió a la nación en una espada. El
se creyó que en cada palabra que pronunciaba hablaba “en nombre de la nación”
y, por tanto, empuñaba personalmente la espada nacional. Ya sabemos el resto de
la historia.
El fascismo de Mussolini antecedió al
nazismo. Su símbolo era las fasces, un
manojo de palos atados con fuerza. Sugería que el Estado italiano combinaba la
fuerza de todos sus elementos, tanto de sus ciudadanos individuales como de sus
organizaciones, en la consecución de un solo objetivo: el “honor” nacional. Italia
creía que se le había privado de su cuota del botín tras la primera guerra,
pues había formado parte del bando vencedor.
La Unión Soviética llevaba años al borde
del totalitarismo. Stalin, y quizá Lenin, interpretó que la dictadura del proletariado
daba el derecho a quien hablaba del proletariado –es decir, a él- a movilizar todos y cada uno
de los recursos del Estado en interés del futuro triunfo de la sociedad
comunista. Pero el totalitarismo no funcionó en la Unión Soviética como, por un
tiempo, había funcionado en Alemania y Japón. Una máquina sólo es eficiente si
sus componentes están hechos con las materias adecuadas y encajados de la
manera correcta. Y eso no ocurrió en la Unión Soviética, ni tampoco en los
países de Europa Oriental a los que obligó a imitarla. Esas máquinas
funcionaron bastante mal, pues sus componentes eran viejos, estaban desgastados
y montados en forma incorrecta. El problema fue que la máquina la estaba
manejando un partido político en vez de un ingeniero.
Los miembros de un Estado totalitario no
tienen ningún interés especial en el éxito del propio Estado, excepto en
momentos de grave emergencia, cuando saben que salvarán la vida sólo si la
nación sobrevive y quizá ni entonces. Los miembros de una democracia tienen un
interés personal, además de un interés nacional, en que el Estado tenga éxito.
Se busca que todos los intereses de los diversos individuos se combinen. Esto
es lo que marca la diferencia. Ése es el motivo por el cual las democracias
tienden a prosperar y los estados totalitarios acaban finalmente por
derrumbarse.
Ciertos países del Tercer Mundo han
querido revestirse de un Estado todopoderoso, en el cual la decisión la toma
algún padre de la patria -u otro déspota que pretende mostrase benevolente- que
se ha atribuido un título similar. En ese Estado se pretende acabar con
cualquier organización mediadora y se busca dejar desprotegido a su pueblo
frente al poder de un hipotético gobierno democrático.
Venezuela tiene un gobierno que insiste
en imponer un pensamiento único. Su autoridad es absoluta, pues maneja a su
antojo todas las instituciones del Estado, absolutamente todas, incluyendo los
órganos de los poderes legislativo, judicial, ciudadano y electoral. El
gobierno venezolano ha centralizado prácticamente todos los medios de coacción
con la Policía Nacional Bolivariana, que utiliza para reprimir, intimidar y
persuadir usando la fuerza. Igual monopolio persiste en tener sobre los medios
de comunicación, a través del sistema nacional de medios públicos, que junto
con el abuso de cadenas oficiales sólo muestran información ideológica de su
socialismo, negando toda la realidad y existencia de los graves problemas
sociales, económicos y políticos del país, derivados de las ineficaces
políticas gubernamentales. Y como Internet y las redes sociales es de las pocas
ventanas comunicacionales que los usuarios tienen como reporteros ciudadanos,
para mostrarle al mundo la tragedia que viven los venezolanos, el Estado, en su
afán totalitarista, también ambiciona controlar y bloquear ese flujo
informativo. La economía, en este Estado con visos totalitarios, sólo se puede
entender desde la óptica comunista de negar los derechos económicos, entre
ellos la propiedad privada, y de mantener la macroeconomía controlada, sin
generar ningunos mecanismos que propicien la producción nacional, la
diversificación y la justa distribución de la riqueza. El terror y el miedo han
invadido todas las esferas de la actividad de los particulares. Cuando no es
por la vía de criminalizar la actividad política, porque no se ajusta a la
ideología chavista, es por la vía de discriminar a los beneficiarios de
programas sociales o de amenazar a los empresarios con todo el aparataje
impositivo, de supervisión y vigilancia punitiva sobre los comercios e industrias,
sustituyendo la actividad privada por empresas del Estado, que han quebrado en
su mayoría, agravando aún más el desabastecimiento y provisión de productos
elementales de vivir diario.
Esta es la enfermedad del totalitarismo
que sufre Venezuela. Una enfermedad que sólo tiene una cura. Es la propia lucha
de los venezolanos por revertir este cáncer, con la plena convicción del
principio democrático según el cual todos los seres humanos son creados iguales
y están dotados por su creador de derechos inalienables. Es la creencia
salvadora de que somos capaces de gobernarnos a nosotros mismos
democráticamente, pues el pueblo nunca podrá aceptar que la felicidad plena se
consiga negando su propia esencia humana y exaltando la enfermedad del
autócrata.