domingo, 2 de marzo de 2014

El engaño del comunismo

Isaac Villamizar

“Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo”. Así comenzaban  Karl Marx y Friedrich Engels su “Manifiesto comunista” de 1848, un poderoso movimiento político que tomó auge a finales de del siglo XIX y comienzos del XX.  En el entorno de estos autores, el comunismo era un movimiento marginal asociado a unas cuantas revueltas fracasadas y algunas obras difíciles y crípticas de la filosofía alemana. Sin embargo, un siglo después, dominaba medio planeta.  Los comunistas aseguraban que el capitalismo creaba mucha riqueza, pero la clase media, llamada burguesía, quería mantener su posición de poder en la sociedad en lugar de compartir dicha riqueza con los trabajadores, llamados el proletariado.

¿Cuál era la solución propuesta por Marx y Engels? Su doctrina básica se sustentaba en la supresión total de la propiedad privada de los medios de producción para llegar a una sociedad sin clases. Para el comunismo, la auténtica democracia consiste en que el pueblo gobierne realmente también sobre el control de esos medios de producción. De allí que muchos países comunistas (que no eran democráticos en el sentido contemporáneo del término) se llamasen a sí mismos “democracias populares”. Para Marx y Engels, como la burguesía jamás cedería su poder de forma voluntaria, era necesario realizar una revolución violenta, para instaurar lo que denominaban “la dictadura del proletariado.” Los comunistas no sólo mostraban su hostilidad hacia el capitalismo, sino también hacia el imperialismo y la religión, a la que Marx calificaba como “opio para el pueblo”

Es importante adentrarse en las características de esta doctrina, en sus argumentos falaces y en las causas de su total fracaso. Así los venezolanos podemos comprender aún más el por qué de esta lucha, para no dejarnos imponer semejante barbaridad ideológica. Hay una gran diferencia entre lo que el comunismo predica y lo que hace cuando llega al poder. La diferencia es tan enorme que uno puede pensar que nunca salvarán la brecha entre la teoría y la práctica.  Cuando Marx y Engels trataron de impulsar la revolución del proletariado, o cuando Lenin posteriormente lideró una rebelión real, el ideal por el que luchaban parecía noble a sus seguidores. El proletariado eran los desposeídos de la historia. Habían hecho todo o casi todo el trabajo en la sociedad y habían recibido muy poco de sus beneficios. El comunismo partía de una afirmación perfectamente razonable: vosotros sois la gran mayoría de la sociedad. A partir de ahora controlaréis el poder económico del Estado y por tanto recibiréis los beneficios económicos que genera.  Durante un tiempo poseeréis incluso un poder absoluto, tiránico, pero ese poder será utilizado en realidad en beneficio de todos. Al final, esperamos, el Estado se marchitará  y todos gobernaréis, en una especie de utopía, en beneficio de todos. Y este paraíso durará para siempre.

Sin embargo, ¿cómo funcionó en la práctica el comunismo? Stalin lo dejó evidente en Rusia, el primer país comunista. Los kulaks, campesinos independientes, querían continuar  siendo propietarios de sus tierras y vender lo que producían con su trabajo en un mercado libre. “Esto no es comunismo –dijo Stalin-. El proletariado, actuando como clase, debe ser propietario de todos los medios de producción, vuestras tierras incluidas. Aun así, el cambio os beneficiará; por supuesto ¡no dejamos a nadie fuera del paraíso de los trabajadores!”  Durante un tiempo dejaron a los kulaks con su trabajo independiente, pero al final, la “mayoría” decidió que debían “desaparecer como clase”. El exterminio comenzó a finales de 1929. Al cabo de cinco años, la mayoría de los kulaks, junto con millones de campesinos que también se opusieron a la colectivización de las tierras de cultivo, habían sido asesinados o deportados a regiones remotas como Siberia. Nunca se supo cuántos en realidad murieron en este proceso, pero según las estimaciones más precisas, se calcula que perdieron la vida unos veinte millones de personas. Ello sin incluir a los muchos millones más que murieron de hambre durante los años siguientes, después que la colectivización destrozara la agricultura rusa.

Ninguna mayoría, no importa lo grande que sea, tiene derecho a matar a los que no están de acuerdo con ella, no importa los pocos que sean. Este es un principio básico de la democracia. Si en verdad Lenin y Stalin hubieran contado con la mayoría, le decisión de colectivizar la agricultura, si se hubiera llevado a cabo de una forma más humana, pudiera haber llegado a ser considerada aceptable, a pesar de algunas injusticias para algunos ciudadanos. Pero la mayoría nunca fue mayoría en la Unión Soviética. La “mayoría” era en realidad una minoría muy pequeña, en ocasiones formada sólo por el propio Stalin.

En teoría, el comunismo debía convertirse en la dictadura del proletariado, que debía ser temporal y evolucionar inevitablemente hacia un no gobierno –hacia una especie de anarquía utópica- de todos y para todos. Pero en la práctica el comunismo siempre ha sido, en todos los países en los que ha existido (es decir, en todo país que se ha definido a sí mismo como comunista, o en donde pretenda implantarse, como actualmente ocurre en Venezuela) la tiranía  brutal de una pequeña minoría sobre la enorme mayoría de sus ciudadanos o súbditos. El pueblo jamás ha reinado en ningún Estado comunista. Además, en la realidad, nunca ha existido razón alguna para que un gobierno comunista deba abandonar jamás su posición de poder absoluto y tiranía, a menos que se produzca una revolución en su contra. En las tiranías comunistas del siglo XX, en principio, la revolución pareció siempre casi imposible, pues la minoría dirigente ejercía el control total, no sólo sobre la economía, sino también sobre la policía y el ejército. La gente no podría jamás levantarse y gobernar por sí mismos en esas circunstancias.

Pero el momento llegó y la gente lo logró, en Alemania Oriental, en Hungría, en Checoslovaquia, en Rumania. En China trataron de rebelarse y aunque el comunismo subsiste como partido, es evidente que se han revestido del capitalismo para potenciar su poder económico. Sucedió también en varias partes de la Unión Soviética cuando en 1989 empezó la lucha por la independencia. Y nada pudo detener esa reacción en todos esos países. La poderosa maquinaria del Estado, con todos sus policías y soldados, con toda su represión, con todos sus censores y terroríficas leyes, jueces e instituciones secuestradas, demostró tener los pies de barro.  Cuando el sol empezó a brillar en los ojos, en la mente y en el corazón de los oprimidos, la nieve que rodeaba a los tiranos los hizo aguas, y reveló que estaban desnudos y solos.

Venezuela debe verse en estos espejos. El comunismo no es una forma viable, porque la mayoría, que sí somos tal, sabemos de estas atrocidades del comunismo, de la pobreza con la cual su práctica ha cubierto a países cercanos como Cuba y porque en vez de la dictadura del proletariado, aquí  ya tenemos una dictadura de Estado, que sojuzga, reprime, masacra y niega todo bienestar individual y colectivo.

No se puede dejar de hacer una pregunta: ¿Existe algún legado positivo del comunismo? Tal vez sí.  Las tiranías comunistas no funcionaron económicamente y por ello tarde o temprano han caído. La colectivización de la agricultura, por ejemplo, simplemente no es una forma inteligente de organizar el cultivo de la tierra. Los fundos zamoranos en Venezuela es un claro ejemplo de su fracaso. Pero la idea de que los desposeídos del mundo por fin debían empezar a recibir una parte justa de los beneficios que generaba su trabajo es una idea justa. ¿Qué hicieron las democracias? Aceptar esta idea. Han aprendido esto de los comunistas. Asimismo, la idea de que los hombres y mujeres deben ser tratados igual, recibir y tener las mismas oportunidades económicas, en la que Lenin insistió mucho, también es justa. Y  también las democracias lo ha hecho su postulado, aunque lentamente.

Los gobiernos comunistas tuvieron su gran oportunidad, primordialmente en el siglo pasado. Llegaron al poder luego de que el pueblo siempre había estado sometido a un gobierno injusto, tiránico y corrupto. La excepción a esto se pudiera encontrar en la Europa Oriental, en donde los soviéticos impusieron el comunismo entre gente poco dispuesta a aceptarlo y que quería la democracia. Las mayoría de estos pueblos ansiaban ser libres. Y tomando estas esperanzas, el comunismo los engañó, los estafó, los defraudó con sus tiranos, que sí sabían lo que era la libertad e intencionalmente ocultaron este conocimiento a su gente. Pero los venezolanos hemos vivido en libertad. La saboreamos. Hemos sabido lo que significa. La hemos perdido y la quieren sustituir por ese comunismo tirano y ruin. Hemos aprendido, tal vez a trancas y mochas, que la libertad es mejor que la esclavitud del comunismo. Y eso es lo que precisamente está renaciendo en la reacción popular de estos meses de febrero y marzo.

La libertad, entonces, en los genes de los venezolanos, es como un río que baja crecido de la montaña e inunda las llanuras. Al final, este río indetenible va a cubrir nuestra geografía. Y esta pesadilla del comunismo, ese espectro con sus falsas promesas, con su etéreo ideal y su maltrecho accionar, habrá muerto. Porque, como señaló Miguel de Cervantes, “no hay en la tierra contento que se iguale a alcanzar la libertad perdida.”
 
 

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