jueves, 27 de marzo de 2014

La enfermedad del totalitarismo


Isaac Villamizar

Después de la segunda guerra mundial, a lo largo de la guerra fría, aparece una teoría científica, que se consolida en la obra capital de Hannah Arendt, titulada “Los orígenes del totalitarismo”. Esta escritora unía allí nazismo y estalinismo, bajo un mismo concepto: “Totalitarismo”. Esta ideología significa la supresión radical por parte del poder de la “política” (la actividad de los ciudadanos libres para interactuar en el mundo) y, con ello, la instauración como derecho de Estado, del desprecio absoluto hacia los individuos, poco menos que objetos prescindibles.

¿Qué es el totalitarismo? Es un sistema ideológico que invade todas las esferas de la vida privada y pública. En sistemas totalitarios, el Estado ahoga las libertades individuales y ejerce todo el poder sin divisiones ni restricciones. Los totalitarismos, a diferencia de otros regímenes autocráticos, son dirigidos por un partido político que pretende ser o se comporta en la práctica  como partido único y se funde con las instituciones del Estado. En el totalitarismo se exalta la figura de un personaje que tiene un poder ilimitado que alcanza todos los ámbitos y se manifiesta a través de la autoridad ejercida jerárquicamente. Impulsa un movimiento de masas en el que se pretende encuadrar a toda la sociedad, con el propósito de formar una persona nueva en una sociedad supuestamente perfecta, y hace uso intenso de la propaganda y de distintos mecanismos de control social y de represión como una policía secreta.

Entonces, el totalitarismo es una forma de Estado, de tipo no democrático, que se caracteriza por la falta de reconocimiento de la libertad y los derechos humanos. Se diferencia del autoritarismo en que en el totalitarismo se desconoce la dignidad de la persona humana, convirtiendo las clases sociales en masas. El totalitarismo considera al Estado como un fin en sí mismo,  y por tanto, lo maximiza. Como consecuencia de ello, un Estado más grande da un poder más grande. De esta manera, el poder del Estado totalitario lo puede todo porque el fin lo abarca todo. Mussolini (que usó por primera vez el término totalitarismo), graficó esto en el lema “todo en el estado, todo para el estado, nada fuera del estado, nada contra el estado.” No es el Estado para las personas, sino que las personas son para el Estado.

El totalitarismo es un monismo político porque rige toda la estructura de poder en torno al poder político, generalmente en un solo líder, absorbiendo todos los poderes que se afinan a éste y negando todos los que son independientes o contrarios. En el totalitarismo no hay doctrina y una coherente exposición de principios ideológicos. Su característica inicial es la exaltación del Estado, de un Estado omnipotente. Su propósito es llevar a su líder a un nivel de casi “culto a la personalidad”. Tiene un odio febril a la democracia y a sus manifestaciones más comunes, la libertad y la igualdad políticas. De esta forma, el totalitarismo, frente a la “falacia” de la igualdad democrática –pues desde el paradigma totalitario le democracia liberal es también un totalitarismo- exhibe como ideal la dicotomía superiores-inferiores. En su código, el hombre es superior a la mujer, el militar al civil, el miembro del partido al que no lo es. De allí se pueden expresar cuatro de sus características básicas: 1) Se halla un imperialismo militarista; 2) El dogmatismo de sus ideas y la intolerancia fundamentan la fe ciega en el caudillo; 3) Utilizan los símbolos y los nuevos medios de propaganda de masas; 4) Existe un partido único.

Raymond Aron, en su obra “Democracia y Totalitarismo”, ofrece cinco características de este sistema:

1)      Un único partido que posee el monopolio de la actividad política legítima.

2)      Ese partido está armado de una ideología que le confiere una autoridad absoluta.

3)       El Estado se reserva el monopolio de los medios de persuasión  y coacción. Asimismo, los medios de comunicación son dirigidos por el Estado (particularmente todo el sistema de telecomunicaciones).

4)      La economía, en gran parte, es controlada por el Estado y se convierte en parte del Estado mismo.

5)      Politización de toda actividad, con imposición del terror. Las faltas cometidas por los individuos en el marco de una actividad económica o profesional son simultáneamente faltas ideológicas. El terror ideológico y policial van acompañados.

El totalitarismo, al observarse la historia, fracasó de forma absoluta en muchos países. Ello fue así porque sólo perseguía el poder y  así llamado honor nacional. En Venezuela se dice oficialmente que tenemos patria, y se opone un pseudo nacionalismo hacia presuntas injerencias imperialistas. En verdad, las naciones pueden ser honorables o no, pero no por el poder que tengan o dejen de tener. Una nación es honorable si es justa y no lo es si es injusta. Una nación poderosa es temida y quizás envidiada por las naciones más débiles. Existe una enorme diferencia entre el honor, por un lado, y el miedo y la envidia  por el otro. La situación de Venezuela, cuya discusión fue rechazada en la OEA recientemente, demuestra claramente que hay naciones del continente nada honorables y justas, que prefieren asegurar sus intereses económicos a costa de otra nación cuyo sistema democrático se tambalea. Precisamente, siendo la transparencia de la gestión del Estado un componente esencial de la democracia, estas naciones se hacen de la vista gorda y prefieren que el totalitarismo avance sobre la democracia liberal.  Entre las naciones, igual que entre las personas, el poder puede confundirse con la justicia. El poder y la riqueza pueden producir una imitación barata del honor, una fama parecida a la que vemos en el estilo de vida de los personajes ricos y famosos. Son famosos porque son ricos, a menudo ostentosamente ricos. Saben que es posible comprar la fama y están dispuestos a pagar su precio.

Las naciones llevan siglos tratando de comprar la fama. Conocen un medio de obtener la fama espuria que llaman “honor nacional”. En Venezuela el oficialismo lo llama “patria”. Consiste en ser militarmente fuertes y capaces de dominar a naciones más pequeñas o más pobres. En Venezuela la dominación es por la vía económica con su petróleo. Pero a la vez deja dominar su soberanía, por la vía ideológica, desde un país fracasado y dispuesto a succionar todo el provecho que se le permita. La capacidad de abusar de otros solía conferir también ese tipo de fama a personas individuales. En las grandes ciudades del mundo, es decir, en la sociedad incivil, o estado de naturaleza, en la cultura de las calles, la fama y el miedo no se consiguen sólo siendo justos. Se adquieren siendo ostentosamente rico y lo bastante fuerte como para dominar a otros. Puesto que muchos países de la comunidad internacional se encuentran en estado de naturaleza, las mismas prácticas producen resultados similares en la llamada comunidad de naciones. Aun persisten algunos de estos países, realmente no gobernados por el pueblo sino por minorías irresponsables e indiferentes, que se han denominado a sí mismas con diversos títulos grandilocuentes y fraudulentos, como padre del pueblo, presidente de la revolución, emperador vitalicio, presidente de la junta, duce, führer, comandante eterno y supremo o lo que sea. Todos esos títulos deben ir en minúsculas porque todos ellos son espurios y personales, es decir, fueron concedidos a los líderes por ellos mismos o su camarilla y no por la mayoría del pueblo.

El totalitarismo sólo se preocupa de poder y del ficticio sentido del poder nacional. Es una enfermedad del gobierno que se hizo posible en el siglo XX por la rápida expansión de la igualdad desde la Revolución Francesa. La democracia durante esa fase expansionista e igualitaria creó un vacío peligroso entre el pueblo en la base, todos aquellos iguales, y el gobierno en la cúspide, que a pesar de ser escogido por el pueblo, poseía un poder amenazador. Pero era necesario que existieran poderes intermedios para evitar que todo el poder del gobierno golpeara a las personas corrientes. ¿Quiénes fungían como esas fuerzas mediadoras de la sociedad? Empresas, iglesias, organizaciones no gubernamentales, sociedades para  la prevención o promoción de esto o aquello. Algunas de las naciones más avanzadas del siglo XX tomaron la decisión deliberada de deshacerse de tales mediadores. Alemania e Italia fueron ejemplos notables. En el caso germano, hubo una gran devastación, tanto social como económica, que produjo la derrota en la Primera Guerra Mundial. Los vencedores le exigieron y le cobraron reparaciones. La economía alemana colapsó a finales de la década d 1920 y la sociedad derivó hacia el caos. En estas circunstancias la nación siguió a un loco para que la salvara de la crisis y la condujera de nuevo a restaurar su honor nacional. Hitler prometió llevar a Alemania a la tierra prometida con una condición: que el Estado tuviera el control total sobre todos los organismos, organizaciones y ciudadanos de la nación. Sus palabras fueron: “Requerimos de medidas extraordinarias. Que todo alemán y toda empresa, iglesia, club, organización y asociación alemana trabajen juntos para salvarnos. Sin excepciones: no puede haberlas o fracasaremos. Juntos, nada puede detenernos y venceremos.” Hitler convirtió a la nación en una espada. El se creyó que en cada palabra que pronunciaba hablaba “en nombre de la nación” y, por tanto, empuñaba personalmente la espada nacional. Ya sabemos el resto de la historia.

El fascismo de Mussolini antecedió al nazismo. Su símbolo era las  fasces, un manojo de palos atados con fuerza. Sugería que el Estado italiano combinaba la fuerza de todos sus elementos, tanto de sus ciudadanos individuales como de sus organizaciones, en la consecución de un solo objetivo: el “honor” nacional. Italia creía que se le había privado de su cuota del botín tras la primera guerra, pues había formado parte del bando vencedor.

La Unión Soviética llevaba años al borde del totalitarismo. Stalin, y quizá Lenin, interpretó que la dictadura del proletariado daba el derecho a quien hablaba del proletariado  –es decir, a él- a movilizar todos y cada uno de los recursos del Estado en interés del futuro triunfo de la sociedad comunista. Pero el totalitarismo no funcionó en la Unión Soviética como, por un tiempo, había funcionado en Alemania y Japón. Una máquina sólo es eficiente si sus componentes están hechos con las materias adecuadas y encajados de la manera correcta. Y eso no ocurrió en la Unión Soviética, ni tampoco en los países de Europa Oriental a los que obligó a imitarla. Esas máquinas funcionaron bastante mal, pues sus componentes eran viejos, estaban desgastados y montados en forma incorrecta. El problema fue que la máquina la estaba manejando un partido político en vez de un ingeniero. 

Los miembros de un Estado totalitario no tienen ningún interés especial en el éxito del propio Estado, excepto en momentos de grave emergencia, cuando saben que salvarán la vida sólo si la nación sobrevive y quizá ni entonces. Los miembros de una democracia tienen un interés personal, además de un interés nacional, en que el Estado tenga éxito. Se busca que todos los intereses de los diversos individuos se combinen. Esto es lo que marca la diferencia. Ése es el motivo por el cual las democracias tienden a prosperar y los estados totalitarios acaban finalmente por derrumbarse.

Ciertos países del Tercer Mundo han querido revestirse de un Estado todopoderoso, en el cual la decisión la toma algún padre de la patria -u otro déspota que pretende mostrase benevolente- que se ha atribuido un título similar. En ese Estado se pretende acabar con cualquier organización mediadora y se busca dejar desprotegido a su pueblo frente al poder de un hipotético gobierno democrático.

Venezuela tiene un gobierno que insiste en imponer un pensamiento único. Su autoridad es absoluta, pues maneja a su antojo todas las instituciones del Estado, absolutamente todas, incluyendo los órganos de los poderes legislativo, judicial, ciudadano y electoral. El gobierno venezolano ha centralizado prácticamente todos los medios de coacción con la Policía Nacional Bolivariana, que utiliza para reprimir, intimidar y persuadir usando la fuerza. Igual monopolio persiste en tener sobre los medios de comunicación, a través del sistema nacional de medios públicos, que junto con el abuso de cadenas oficiales sólo muestran información ideológica de su socialismo, negando toda la realidad y existencia de los graves problemas sociales, económicos y políticos del país, derivados de las ineficaces políticas gubernamentales. Y como Internet y las redes sociales es de las pocas ventanas comunicacionales que los usuarios tienen como reporteros ciudadanos, para mostrarle al mundo la tragedia que viven los venezolanos, el Estado, en su afán totalitarista, también ambiciona controlar y bloquear ese flujo informativo. La economía, en este Estado con visos totalitarios, sólo se puede entender desde la óptica comunista de negar los derechos económicos, entre ellos la propiedad privada, y de mantener la macroeconomía controlada, sin generar ningunos mecanismos que propicien la producción nacional, la diversificación y la justa distribución de la riqueza. El terror y el miedo han invadido todas las esferas de la actividad de los particulares. Cuando no es por la vía de criminalizar la actividad política, porque no se ajusta a la ideología chavista, es por la vía de discriminar a los beneficiarios de programas sociales o de amenazar a los empresarios con todo el aparataje impositivo, de supervisión y vigilancia punitiva sobre los comercios e industrias, sustituyendo la actividad privada por empresas del Estado, que han quebrado en su mayoría, agravando aún más el desabastecimiento y provisión de productos elementales de vivir diario.

Esta es la enfermedad del totalitarismo que sufre Venezuela. Una enfermedad que sólo tiene una cura. Es la propia lucha de los venezolanos por revertir este cáncer, con la plena convicción del principio democrático según el cual todos los seres humanos son creados iguales y están dotados por su creador de derechos inalienables. Es la creencia salvadora de que somos capaces de gobernarnos a nosotros mismos democráticamente, pues el pueblo nunca podrá aceptar que la felicidad plena se consiga negando su propia esencia humana y exaltando la enfermedad del autócrata.

1 comentario:

Inés Ferrero dijo...

¡Muy completo este artículo! Lo recomendaré a mis estudiantes. Gracias.