domingo, 16 de enero de 2011

Ordene, que yo obedezco


Isaac Villamizar
A finales de la década de los sesenta, Stanley Milgram, psicólogo de la Universidad de Yale, realizó unas estremecedoras investigaciones sobre la obediencia. En un estudio de aprendizaje y castigo, demostró cómo gente normal puede ser inducida a cometer actos inhumanos, simplemente por la presencia de una figura de autoridad. Milgram descubrió también que cuanto mayor fuera la distancia del sujeto autoritario respecto de su víctima, más probable era que ésta siguiera las órdenes hasta un final fatal. Estos terribles resultados han servido para explicar grandes atrocidades como el Holocausto y el genocidio de Ruanda. Este experimento se ha repetido en Australia, Alemania y Jordania, siempre con resultados similares.
Estas experiencias nos llevan a reflexionar sobre los casos en que una situación, por los demás criticable y a veces antijurídica, puede imponerse a la conciencia individual de una persona. Habría que comenzar por entender la obediencia como la subordinación de la voluntad a una autoridad, el acatamiento de una instrucción, el cumplimiento una demanda o la abstención de algo que prohíbe. Pero la figura de autoridad no sólo la representa una persona, pues también puede ser una comunidad, una idea convincente, una doctrina, una ideología, la propia conciencia y, para los creyentes, Dios. Al respecto, me quiero referir a la obediencia solidaria, la obediencia ciega y la obediencia debida.
En la obediencia solidaria un sujeto partícipe de un grupo o colectivo comparte la orden, muchas veces sin tener la plena convicción de las ideas fundamentales o de las acciones realizadas por el grupo. Sigue la línea global, a pesar de no estar totalmente de acuerdo con las acciones que le indican que realice. Es aquí donde la obediencia encuentra a una multitud hoy llamada ambivalente: a la vez solidaria y agresiva.; está inclinada a la cooperación inteligente, pero también a la guerra y al choque. Ordenar y obedecer no están eximidos de pulsaciones destructivas y autodestructivas, que hoy han ganado una relevancia política.
En la obediencia ciega se cumple la disposición al momento de ser impartida, sin demora y sin discusión con la autoridad. Es la que se presta cualquiera que sea la legitimidad o razón del mandato. En el fondo puede ser que se equivoque quien imparte la orden, pero no el que la acata obedientemente. En esta obediencia existe una ausencia de juicio moral. Ella se presta sin examinar los motivos o las razones de quien manda. Realmente, se piensa que el ser humano filtra mediante la inteligencia la orden, cuando piensa en algún modo sobre su sentido y significado. Por ello, se plantea que la obediencia ciega es intelectualmente inadmisible, así como un atraso evolutivo y rémora en nuestra actual sociedad.
En la obediencia debida se cumplen mandatos antijurídicos, que en Derecho Penal configura una eximente de responsabilidad penal por delitos cometidos en el cumplimiento de una orden impartida por un superior jerárquico; el subordinado, autor material de los hechos, se beneficia de esta eximente, dejando subsistente la sanción penal para su jefe. En una estructura jerárquica, según Milgram, el individuo deja de verse independiente y autónomo, y descarga la responsabilidad de sus actos en la persona que tiene el rango superior o el poder. En nuestro ordenamiento jurídico está establecida en el Artículo 65, numeral 2, del Código Penal.
En la actual Venezuela, donde la obediencia esconde toda libertad de conciencia, aún se podría retomar la obediencia como virtud, donde la autoridad represente la verdad y el bien.

No hay comentarios: