domingo, 31 de mayo de 2009

AMISTAD Y POLITICA

ISAAC VILLAMIZAR
La amistad es un servicio. Al amigo hay que ayudarlo cuando lo necesite. Poéticamente, los auténticos lazos de amistad han sido definidos como aquel licor dulce que sólo a algunos humanos está reservado probar. Es ese sentimiento privativo, que sin hacer perder la libertad e individualidad, hermana a dos personas, con la sola potencialidad del espíritu y sin abandonar este mundo. La política también es un servicio. Con ella se gobierna o se dirige la acción del estado en beneficio de la sociedad. El servicio de la amistad es particular. El servicio de la política es público.
Los amigos no discuten de política o de religión, porque tienen demasiado que proteger y salvar, para exponerlo a la intemperancia de los acontecimientos y a las pasiones, que política y religión despiertan. Cuando los amigos llegan a la política, es una prueba de fuego. Es cuando verdaderamente se sabe qué es amistad y qué es política. Es un mal endémico de nuestras sociedades aquel que conduce al sacrifico de la amistad en el altar de las ideologías, muchas veces un paso significativo hacia la violencia. En aras de preservar lo sublime de la amistad, es aconsejable no molestar al amigo que se encuentra en política. Incluso, ya se sabe, aprovecharse ilegalmente de esa amistad tiene un nombre y un tipo delictual. Se denomina “tráfico de influencias”. Es que en la praxis se puede constatar que la patología del ejercicio de poder siempre ha hecho más difícil el cultivo de la virtud de la amistad. Por otra parte, a lo largo de la historia, ¿la amistad ha permanecido inconciliable con los hombres investidos de poder político? Si se concibe a la amistad dentro de los estrictos límites marcados por la virtud, entonces la amistad es una práctica poco común entre los hombres que han ejercido, y ejercen, el poder político.
Cicerón estimaba que “la amistad verdadera difícilmente se encuentra en los que siguen la carrera política”, pues observa que “los que fueron antes tratables se mudan con el poder”. Cicerón agrega: “desprecian las amistades antiguas y se gozan con las nuevas.” Asimismo, advierte que así como entre amigos deben reprenderse y ser reprendidos, sin resentimientos y cuando las circunstancias así lo aconsejen, “no hay peste mayor en la amistad que el halago y la condescendencia.” Un caso excepcional fue el de Marco Aurelio, emperador de Roma. Al ser investido con los poderes supremos, no cambió en nada su modo de ser. Austero e insensible a las lisonjas del placer y la gloria, enseñaba con su ejemplo cómo vivir sin zozobra, gozando de los aprecios de los amigos y entregado a la filosofía. Se declaró “ser amigo de favorecer a otros, ejercitando con empeño la beneficencia, el esperar siempre bien y vivir persuadido de la buena fe y correspondencia de los amigos.” Confesó también haber aprendido “a no despreciar las quejas de los amigos, aún cuando aconteciere que se quejen sin razón, sino que, al contrario, es bien satisfacerles y procurar reducirles a la buena armonía acostumbrada.”En fin de cuentas, parece que amistad y poder político han resultado y resultan incompatibles. No en vano Voltaire lo caracterizó: “Amistad, don del cielo, deleite de las grandes almas; amistad, cosas que los reyes, que tanto se distinguen por su ingratitud, no tienen la dicha de conocer.”

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