lunes, 5 de julio de 2010

Abogado prudente

Isaac Villamizar
En nuestros 25 años de ejercicio profesional.
La prudencia es la virtud de actuar en forma justa, adecuada y con cautela. Los Escolásticos la definían como la “recta ratio agibilium”. Es la virtud de comunicarse con los demás a través de un lenguaje claro, literal, cauteloso y pertinente. La prudencia implica respetar los sentimientos, la vida y las libertades de las demás personas.
Quien es prudente se adelanta a las circunstancias, toma mejores decisiones, conserva la compostura y el trato amable en todo momento. La persona prudente forja una personalidad decidida, emprendedora y comprensiva. La prudencia nos ayuda a reflexionar y a considerar los efectos que pueden producir nuestras palabras y acciones, teniendo como resultado un actuar correcto en cualquier situación, por difícil que sea.
El valor de la prudencia no se cultiva a través de una apariencia, sino por la manera en que nos conducimos ordinariamente. Lo que nos cuesta más trabajo en realidad es pensar y conservar la calma cuando se presentan los problemas. La gran mayoría de nuestros desaciertos en la toma de decisiones, en el trato de las personas o al formar opinión, se deriva de la precipitación, la emoción, el mal humor, una percepción equivocada de la realidad o la falta completa y adecuada de información.
La falta de prudencia siempre tendrá consecuencias en todos los niveles, ya sea personal y colectivo, según sea el caso. El ser prudente no significa tener la certeza de no equivocarse. Por el contrario, la persona prudente muchas veces ha errado, pero ha tenido la habilidad de reconocer sus fallos y limitaciones, aprendiendo de ellos. Ella sabe rectificar, ofrecer disculpas, pedir perdón y solicitar consejo.
El valor de la prudencia nos hace tener un trato justo y lleno de generosidad hacia los demás, edifica una personalidad recia, segura, perseverante, capaz de comprometerse en todo y con todos. La persona prudente genera confianza y estabilidad en quienes le rodean, seguros de tener un guía que los conduce por un camino firme.
En la Universidad nos enseñaron que una de las cualidades más preciadas en un abogado era la prudencia. Un abogado prudente nunca se atrevería a poner en riesgo su prestigio profesional, cometiendo una irreflexión, una torpeza, una indiscreción. Un abogado prudente siempre asesoraría con el criterio más conveniente para su cliente. Un abogado prudente evitaría tomar al pie de la letra todo lo que oye o lo que lee. Un abogado prudente siempre pensaría antes de actuar. Un abogado prudente sería siempre discreto y no revelaría los secretos que le confiaran. Un abogado prudente tomaría como regla el no hablar más de la cuenta en cualquier ocasión. Un abogado prudente prevería las consecuencias que su consejo o que sus actos pudieran tener en el ejercicio del Derecho.Un abogado prudente sabría que depositan en él sentimientos encontrados, alegrías y frustraciones, dichas y penas, con los cuales habría que trabajar con tino. Un abogado prudente estaría claro que en muchas ocasiones la integridad y las libertades fundamentales de su cliente estarían en sus manos, para preservarlas con el consejo y orientación oportuna. Ese es el propio valor de la prudencia en un abogado. Esa es la prudencia que hemos aprendido a ejercer en 25 años. No en vano, Calderón de la Barca afirma: “El valor es hijo de la prudencia, no de la temeridad.”



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