En la Declaración Universal de los Derechos Humanos,
al terminar la guerra, se hizo énfasis que el desconocimiento y menosprecio de
estos derechos esenciales habían originado actos de barbarie ultrajantes para
la conciencia de la humanidad, contrarios al valor y la dignidad de la persona.
Pensábamos que ese pasado sólo lo recordaríamos en las películas del holocausto
y en los libros de historia universal. Asistimos, en pleno siglo XXI, de nuevo
a horas menguadas que nos aterrorizan por su miseria.
El éxodo masivo de refugiados sirios, que huyen
desesperadamente del conflicto cruel de su país, está llamando la atención y
reclamo en la Unión Europea primordialmente. Comparado sólo a lo provocado en
la II Guerra Mundial, ACNUR informa que 350.000 personas han cruzado el
Mediterráneo desde principios de año, y de ellos 170.000 sólo en julio. Durante
2015 han muerto en el intento más de 2500 personas. En la ruta de los Balcanes,
los refugiados, en su mayoría sirios y afganos, pasan por Grecia, Macedonia y
Serbia, antes de entrar en Hungría, país desde el cual pretenden continuar
viaje hacia Europa occidental, sobre todo Alemania y Suecia. Las peticiones de
asilo a la UE se desbordan. El parlamento húngaro aprueba un proyecto de ley
que prevé la construcción de un muro en la frontera con Serbia para impedir la
avalancha de inmigrantes. Una marejada de refugiados, familias sirias, quedaron
en la estación del tren de Budapest, ante su cierre y la suspensión de las
conexiones internacionales, así como otras tantas retenidas en la frontera austro-húngara,
para determinar quién pasaba o quién no. La policía austríaca encuentra centenares
de cadáveres, entre ellos niños, en camión frigorífico abandonado, producto del
tráfico de personas. La policía checa comienza a marcar con números a los
refugiados, cual estilo nazi. La alarma de sensibilidad se prendió cuando Aylan
Kurdi, el niño sirio-kurdo de tres años, apareció ahogado en una playa turca,
en el intento de su familia, también muerta, de alcanzar Grecia. Surge ahora la
presión para suavizar la política migratoria europea, a fin de responder a esta crisis de refugiados
En este lado del Atlántico, aquí mismo, en la
frontera colombo-venezolana, los tachirenses sentimos vergüenza ajena, ante las
aberrantes humillaciones a deportados masivamente, y frente a un muro de
guardias cancerberos en la frontera cerrada inconstitucionalmente, y a raíz de
un estado de excepción, que lejos de solventar el problema, supuestamente económico,
lo ha incrementado con creces, con el agravante de la barbarie cometida contra
elementales derechos de la dignidad humana por gobernantes y autoridades. La Procuraduría General de Colombia, junto con
la Fiscalía y la Defensoría del Pueblo, aseguran que tienen documentados más de
40 casos, 10 de ellos graves, en los cuales, a raíz de la inconstitucional e
ilegal deportación masiva de neogranadinos, sin debido proceso, derecho que por
la CRBV y tratados internacionales ni siquiera se puede restringir en un Estado
de Excepción, se han cometido vejámenes, tratos crueles y crímenes de lesa
humanidad de manera sistemática contra embarazadas, niños, ancianos,
discapacitados, extranjeros con mismos derechos que los venezolanos de acuerdo
a la Ley de Extranjería y Migración, y refugiados que, conforme también a su
estatuto legal, no pueden ser obligados a retornar cuando sus vidas, sus
integridades y libertades personales están en riesgo.
Este abuso de poder y actos contrarios a la Carta
Magna y la ley originan no sólo responsabilidades individuales para esos
gobernantes y autoridades, conforme a los artículos 139 y 232 de la CRBV, sino
además sanciones internacionales penales por tales desafueros inhumanos, así
como el repudio local, nacional e internacional, lo cual no se ha hecho esperar.
Jamás llegó a pasar
por nuestra mente que en el siglo XXI,
aquí, en plenos Andes colombo-venezolanos, se reviviría tanta barbarie,
como la ocurrida en Europa en la segunda guerra, reactualizada con los
desplazados que huyen del conflicto sirio. Es una mancha negra que en la
historia regional y universal han dejado estos gobernantes que no tienen límite
en su ansia enferma de poder.
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